Ha llegado ese momento del año en el que, en la redacción de CINEMANÍA, nos permitimos sacar al troll que llevamos dentro. Si hace unos días le dábamos con gusto a Infiltrado en el KKKlan, hoy venimos a crear polémica con nuestras argumentaciones de por qué El vicio del poder, el recargado retrato de Adam McKay sobre Dick Cheney, uno de los personajes más turbios de la alta política estadounidense, no se merece el Oscar.
APÁRTAME ESOS PELUCONES, POR FAVOR
Vamos a ver. Christian Bale siempre está bien. Haga lo que haga. Ni siquiera en estos artículos de libre troleo uno puede argumentar nada malo en contra de él (ni tampoco queremos, no vaya a ser que Satán…). Pero, eso es una cosa, y otra son esas prótesis capilares. Tanto su calva interpretando a Dick Cheney como el pelucorro de Amy Adams como Lynne Cheney, su mujer, son una cosa terrible. Porque, a ver, si hemos conseguido creernos a personajes como Legolas en El señor de los anillos o a Nic Cage en Con Air, ¿cómo no nos vamos a creer a un vicepresidente de EEUU y a su mujer? Lo sentimos, pero hasta Joaquín Reyes en los Celebrities estaba mejor.
NI COMEDIA NI PARODIA
¿Por qué no ha hecho Adam McKay un Reportero de Dick Cheney? ¿Por qué no ha parodiado a esta escurridiza figura de la política estadounidense de los últimos años como hizo con el periodismo de televisión? El director, cuyo talento para la comedia nadie duda desde Saturday Night Live, se queda a medio camino de la ridiculización que esperábamos y nos presenta esta caricatura de un Cheney bruto pero, al mismo tiempo, verdadero estratega de la política. ¿En qué quedamos? Esa es la sensación con la que salimos de la sala: la de querer ver un documental sobre Dick Cheney en el que quede claro de verdad ante qué personaje estamos.
LA CULPA ERA DE ELLA
En un flashback de El vicio del poder vemos a un joven Dick Cheney chupándose una bronca de señora esposa. Lynne Cheney, ya con pelucón, le regaña por borracho y bobo, y le amenaza con abandonarlo si no se convierte en el hombre que ella ambiciona como esposo. “Yo no puedo llegar lejos porque soy mujer, así que te necesito a ti”, le dice sin miramientos. Pero, entonces, ¿nos quiere decir Adam McKay que si Cheney no se hubiese casado con esa mujer EE UU no hubiese invadido Irak? ¿Puede que él comparta con ella cierta responsabilidad? Si no, estaríamos ante el reverso maligno de ese dicho (tan poco feminista, en el fondo) de que siempre hay una gran mujer detrás de un gran hombre.
¡QUÉ MANERA TAN HORTERA DE DIRIGIR!
Imposible disfrutar de El vicio del poder, película recargada y manierista donde las haya. Que si zooms, que si cancioncitas, que si flashbacks, que si gags cómicos… ¡pero si hasta hay unos títulos de crédito en medio de la película! Lo sabemos, son tics que le habían funcionado en sus anteriores películas, pero aquí Adam McKay nos empalaga más que nos deleita.
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