Muere Nagisa Oshima, el autor de 'El imperio de los sentidos'

El director japonés, un pionero de la transgresión en el cine, ha fallecido en Tokio a los 88 años víctima de una neumonía. Por YAGO GARCÍA
Muere Nagisa Oshima, el autor de 'El imperio de los sentidos'
Muere Nagisa Oshima, el autor de 'El imperio de los sentidos'
Muere Nagisa Oshima, el autor de 'El imperio de los sentidos'

Cuando El imperio de los sentidos (1976) inició su producción, el director Nagisa Oshima se topó con un problema bastante gordo. El cineasta quería valerse del sexo explícito para narrar la historia (real) de Sada Abe, una ex prostituta que asesinó a su amante a petición de este en 1936. Pero rodar el filme de esa manera le hubiera garantizado un choque frontal con las leyes de su país. Por ello, Oshima realizó su película bajo los auspicios de una productora francesa, trasladándose al país galo para montarla. Oshima, que acaba de fallecer en Tokio a consecuencia de una neumonía, no sólo burló a la censura, sino que también garantizó a su filme una proyección internacional que lo convertiría en piedra de escándalo en todo el mundo.

Nacido en 1928, Nagisa Oshima tuvo que vivir uno de los períodos más turbulentos de la historia de Japón: desde la Segunda Guerra Mundial, que padeció siendo un veinteañero, hasta las grandes controversias políticas y sociales atravesadas por el país asíatico en los años 60. Tras terminar sus estudios a finales de los 50, el cineasta fue fichado por Shochiku, una de las grandes empresas niponas del espectáculo. Pero, dadas sus experiencias y su compromiso político de izquierdas, lo que podría haber sido una carrera mainstream transcurrió desde el principio por derroteros muy diferentes: Historias crueles de juventud (1959), su primer largometraje, resultó rompedor tanto por sus juegos formales (semejantes a aquellos que una Nouvelle Vague recién nacida ejecutaba en Francia) como por una historia de sexo y delincuencia juvenil.

En títulos posteriores como El muchacho y Murió después de la guerra, Oshima desarrolló una prolífica carrera a la que siempre acompañó la polémica. El director recurrió a veces a fuentes literarias como las novelas de Jean Genet (Un ladrón de Shinjuku) o el futuro premio Nobel Kenzaburo Oé, cimentando su posición como adelantado de la Nueva Ola del cine japonés. Un movimiento en el que hallamos nombres tan valiosos como los de Shoei Imamura (La balada de Narayama), Hiroshi Teshigahara (La mujer en la arena) y los mucho más radicales, si es que ello es posible, Toshio Matsumoto (Los demonios) y Shuji Terayama (Emperor Tomato Ketchup).

Si se las compara con las barrabasadas de algunos de sus coetáneos, la obra de Oshima resulta dotada de una gran sensibilidad formal y una ternura aun mayor hacia sus personajes, no obstante su ambición transgresiva. Tal vez por ello, El imperio de la pasión (secuela de El imperio de los sentidos estrenada en 1978) le valió el premio al Mejor Director en el Festival de Cannes. En Feliz navidad, Mr. Lawrence (1983), el cineasta rompió tabúes por partida doble: la historia de la película, que adaptaba una novela de Laurens Van Der Post, no sólo se centraba en las atrocidades cometidas por el ejército japonés durante la II Guerra Mundial, sino que insinuaba una relación homoerótica entre sus dos protagonistas, interpretados por David Bowie y Ryuichi Sakamoto. Este último, por cierto, compuso para el filme una memorable banda sonora.

Tal vez por su necesidad de tensar la cuerda de la tolerancia, Oshima registró acto seguido un órdago a la grande con Max, mi amor: el filme, producido y rodado en Francia y nominado a la Palma de Oro, narraba una historia de zoofilia y celos protagonizada por Charlotte Rampling y un chimpancé. Pese a los escándalos, el director fue elegido presidente del sindicato japonés de directores, retirándose del cine y dedicándose únicamente a la televisión, medio en el cual ya había desarrollado una larga carrera como autor de documentales. Y, pese a sufrir una embolia cerebral en 1996, aún tuvo fuerzas para volver a la pantalla grande una vez más en 1998 con Gohatto, una incursión en el género de samuráis con Takeshi Kitano como coprotagonista, en la que el amor y el sexo entre hombres vertebraban una reflexión sobre la naturaleza de la maldad. El título de este filme postrero cuadra perfectamente a la carrera del cineasta: su traducción aproximada al castellano sería "tabú".

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