Déjame entrar: La historia de 'Alien: el octavo pasajero'

Celebramos el estreno de 'Alien: Covenant' recordando cómo un tipo que odiaba el terror reinventó el género y asustó a la humanidad gracias a un xenoformo
Déjame entrar: La historia de 'Alien: el octavo pasajero'
Déjame entrar: La historia de 'Alien: el octavo pasajero'
Déjame entrar: La historia de 'Alien: el octavo pasajero'

En el espacio, nadie puede oír tus gritos, pero en los cines de 1977, todo el mundo escuchaba aplausos atronadores al acabar La guerra de las galaxias, aquella historia sobre rubiales en kimono, malos que respiraban fuerte, chatarras repipis y hombres peludos en la que nadie había creído y que se había convertido en el éxito más inesperado de la historia. Hasta entonces, la mayor parte de productoras habían desdeñado la ciencia-ficción como un subproducto para públicos minoritarios y de gusto poco refinado. Tras ese ciclón nacido en Tatooine, todos los estudios se convirtieron en un Halcón Milenario en búsqueda de producciones intergalácticas. Pagaban lo que fuera a quien fuera.

El huevo

Déjame entrar: La historia de 'Alien: el octavo pasajero'

Fox tenía un guión, firmado por Dan O’Bannon y titulado Star Beast, pero les faltaba un director. El gremio de realizadores, como el resto de la industria, se quedó paralizado ante el éxito de George Lucas. De no ser por el temor a un futuro en el que tendrían que vérselas con maquetas y efectos especiales, es probable que Scott nunca hubiera encabezado el proyecto. Así por ejemplo, Walter Hill, que producía el filme, acababa de finalizar The Warriors y puso como excusa que necesitaba descansar. Peter Yates declinó la oferta; Robert Aldrich, ídem de ídem. El venerable Jack Clayton también lo descartó, aunque añadió un “es una estúpida película de monstruos”.

Tampoco es de extrañar, pues al propio Ridley Scott le ocurría lo mismo: “En mi casa, la ciencia-ficción había sido un género tan poco valorado como el cine erótico”. Sin embargo, él sí era lo suficientemente joven y ambicioso para darse cuenta de que, después de La guerra de las galaxias, las cosas iban a cambiar. “¡Me impresionó tanto! Era novedosa, sensual, valiente… La vi tres veces seguidas y seguía encantándome. Es una obra cumbre del cine, una de las 10 mejores películas que he visto jamás […]. Esa combinación de 2001, un hito que mostraba la ciencia-ficción como yo pensaba que debía ser, y la guerra… me convenció de que había un gran futuro en el género”.

La mención a la película de Kubrick no era, ni mucho menos, baladí. Si Scott había debutado con Los duelistas, una aproximación al cine de época a lo Barry Lyndon, su segundo proyecto le permitiría compararse con el maestro en la ciencia-ficción en otra odisea espacial.

El pretoriano

Déjame entrar: La historia de 'Alien: el octavo pasajero'

Cuando el productor Sandy Lieberson le hizo llegar el guión a Ridley Scott, la preproducción se encontraba bastante avanzada. También el presupuesto. El biógrafo Brian J. Robb asegura que contaba con unos escasos 4,2 millones dólares, que se multiplicarían por dos hasta los 8,5 gracias al magnífico storyboard que dibujó el director (“Para algo me sirvió estudiar Bellas Artes”). Aun así, era insuficiente. Tanto, que Scott tuvo que recurrir a remedios domésticos.

Los movimientos en el interior del huevo primigenio, por ejemplo, no son sino sus propias manos embutidas en dos guantes de látex. E incluso en el plató hubo más de ocho pasajeros, cuando decidió enviar a sus dos hijos pequeños a darse un garbeo por el éter: “Al usar a dos niños, el decorado parecía dos veces más grande. Era más barato confeccionar dos pequeños trajes especiales que un decorado más grande. ¡Tuvimos que atarlos a la nave para que no se cayeran!”.

El abrazacaras

Déjame entrar: La historia de 'Alien: el octavo pasajero'

Si los diseñadores y técnicos estaban más o menos cerrados, fue responsabilidad de Scott dar con los rostros de la tripulación. Iban de lo semidesconocido (Sigourney Weaver), a clásicos como John Hurt o Harry Dean Staton, o lo exótico, como Bolaji Badejo, espigado estudiante de diseño al que reclutaron en un bar para que encarnara al alienígena xenoformo, dado lo desproporcionado de sus extremidades. Y es que, sin dinero ni CGI, Scott se las ingenió para convertir lo ordinario en monstruoso.

Así, por ejemplo, el abrazacaras era básicamente marisco y pescado. “Tenías que estar listo para rodar enseguida porque empezaba a oler a descomposición muy rápido”. Es de suponer que, a los actores, aquello les incomodara, como tampoco les hacía demasiada gracia esa manera de dirigir de Scott, consistente en racionarles la información acerca de sus personajes.

El quebrantapechos

Déjame entrar: La historia de 'Alien: el octavo pasajero'

Todo cambió cuando llegó LA ESCENA. En una película llena de momentos inolvidables, sin duda la más recordada es la simpática y espontánea aparición del quebrantapechos surgiendo del interior del desaparecido John Hurt. En un especial que realizó la revista Empire por el 30 aniversario del filme de Alien, Sigourney Weaver recordaba que la secuencia fue deliberadamente eliminada del guión: “Todo lo que se leía era: ‘Esa cosa emerge”. Para Scott, era fundamental que se mantuviera el misterio: “Las reacciones iban a ser lo más difícil de obtener. Si un actor sabe que debe expresar miedo no puedes obtener su auténtica y cruda mirada de terror”.

¿La solución? Rodaron con cuatro cámaras, en un espacio mal iluminado, de tal manera que los actores no vieran que John Hurt se encontraba bajo la mesa, ni que dos miembros del equipo empuñaban bombas compresoras para salpicarles con sangre y vísceras reales. Weaver recordaba: “Todo el mundo llevaba chubasqueros. Debimos imaginarnos algo. Y, dios, el olor. Era muy desagradable”.

El adulto

Déjame entrar: La historia de 'Alien: el octavo pasajero'

Como buen británico, Scott no iba a desperdiciar la ocasión de realizar un comentario político con su trabajo. Y, además, el guión lo permitía, con esa división de clase que se establecía en la tripulación entre los oficiales y los mecánicos. El estudioso del filme Roger Luckhurst recoge cómo, pese a haber nacido en una familia acomodada, Scott había crecido en la zona industrial de Hartburn, y tenía la suficiente empatía social como para darse cuenta de la crisis por la que atravesaban sus paisanos, abocados a una dolorosa reconversión industrial.

Se entiende así mejor que, con ese presente, su futuro distara mucho de ser tan luminosamente aséptico como el de 2001. “Para mí, los personajes debían ser como camioneros del espacio. Su trabajo era para ellos algo rutinario. Al final de los viajes, las naves especiales debían estar destrozadas, llenas de grafitis y ser incómodas. No diseñamos el Nostromo como si fuera un hotel, la verdad”.

La reina

Déjame entrar: La historia de 'Alien: el octavo pasajero'

Y luego está, por supuesto, ella. Ha habido otras películas legendarias protagonizadas por mujeres poderosas, desde El demonio de las armas a Johnny Guitar, pero nunca ninguna tan icónica como la teniente Ripley, una Sigourney Weaver capaz de sobrevivir tanto a “un perfecto organismo” como a la imbecilidad de sus compañeros masculinos. Tal vez sea porque su presencia coincide con el apogeo del movimiento feminista moderno, tal vez porque ningún otro personaje ha sido tan glosado por los estudios de género, de Barbara Creed a Elizabeth Hills. El caso es que Scott reconocía no saber lo que hacía cuando desde Fox le sugirieron que la protagonista fuese una mujer. “Pensé que era una buena idea, pero no me di cuenta de lo importante que era hasta que rodé Thelma y Louise”.

Como no se concretó quién sería la protagonista, Veronica Cartwright pensó que ella iba a ser Ripley hasta el último momento. No fue el único rival de Sigourney: Luckhurst cuenta que Yaphet Kotto, el mecánico, intentó ser el séptimo y último en morir hasta el último día de rodaje. Porque, sí, en la idea original de Scott, allí no quedaba vivo ni el gato. Así se lo contaba a Entertainment Weekly: “El alien entraba, Ripley le clavaba un arpón y no pasaba nada. El alien le arrancaba la cabeza de un manotazo e imitaba la voz de Tom Skerritt, el capitán Dallas, enviando un mensaje de socorro”.

Afortunadamente para los fans (y para Cameron, Fincher, Jeunet y todos los que rodaron las secuelas), un directivo de Fox impidió esa escena: “Me amenazó con despedirme al momento. Así que no la rodamos”.  La recepción del filme fue fantástica, y aunque buena parte de la crítica la consideró demasiado violenta y vacua, el público acudió en masa bajo el reclamo de ese póster icónico de Gips Balkind. Recaudó más de 200 millones de dólares y cambió para siempre el género, aproximando terror gótico y ci-fi y, sobre todo, construyó una de las mayores heroínas de la historia de la ficción: esa fue Ripley, “última superviviente del Nostromo. Fin de la transmisión”.

Mostrar comentarios

Códigos Descuento