Con 'La monja' detrás de la oreja

Asistimos a una jornada de rodaje en la Rumanía profunda de 'La monja', el último grito en la noche de la factoría 'Expediente Warren'.
Con 'La monja' detrás de la oreja
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Con 'La monja' detrás de la oreja

Los estudios Castel Film, a las afueras de Bucarest, son un auténtico parque temático para todo fan de la serie B: decorados de vetustos westerns, peplums, noirs o películas de terror salpican el escenario, custodiados por una jauría de dicharacheros perros abandonados con casi más cinefilia que pulgas. Aunque no todo es nostalgia fosilizada: el enorme recinto también alberga una zona “activa”, donde el verano pasado se fabricó una buena parte de La monja, la nueva criatura de ese inagotable laboratorio infernal creado por James Wan al hilo del éxito de Expediente Warren. Asistimos a una jornada de rodaje, frente a una abadía de cartón-piedra con pozo de tortura y todo que nos recuerda a los tiempos del fantaterror ibérico de Paul Naschy o Amando de Ossorio.

Pero el que lleva la batuta de la historia, y del rodaje, no es ningún caballero templario sino lo que viene siendo un enfant terrible del género, Corin Hardy (The Hallow), que a salto de mata, y de dibujillo lovecraftiano en su cuaderno de campo, nos desvela algunas claves del proyecto: “Rodar en Rumanía me encanta, es como estar de campamento en familia, y a cada paso que das te topas con una iconografía religiosa alucinante”.

Porque, como promete el título, La monja es un buen compendio de la rama mística del género, con monjas suicidas, monjas investigadoras, monjas demoníacas... y un sacerdote heroico interpretado por el mexicano Demián Bichir, todo un salto de calidad para el proyecto: “Contar con todo un nominado al Oscar como protagonista fue determinante para llevar en volandas a la película –prosigue Hardy–. Cuando recuerdo su papel de Fidel Castro en el Che de Soderbergh sí que siento escalofríos”.

Con 'La monja' detrás de la oreja

Bichir (que al conocer la nacionalidad del reportero empezó a rememorar sus tiempos mozos en la escena española junto a Amparo Rivelles y su pasión por Luces de Bohemia) encabeza un reparto al que se suman Taissa Farmiga, Bonnie Aarons o Charlotte Hope, aunque la auténtica protagonista es, desde luego, la monja luciferina que asusta al más templado. “Trabajamos mucho en el look del personaje, mezclando todo tipo de mitologías europeas y numerosas fuentes de lo más diverso. El reto era convertir un icono universal (el blanco y negro del hábito) en algo nunca antes visto, y creo que lo hemos conseguido. Contemplar de cerca sus ojos amarillos es todo un shock. Además, nos enorgullece aportar una figura femenina al universo del cine de terror, tan escaso en paridad, si exceptuamos a la novia de Frankenstein o la niña del exorcista”, detalla el director.

Otro nombre clave en la arquitectura de La monja es el guionista Gary Dauberman, uno de los responsables de la aclamada adaptación de It, y miembro por derecho propio de la troupe Conjuring tras crear la terrorífica muñeca Annabelle, también objeto de un par de spin-offs. “Lo que más me fascina de esta película es esa atmósfera exótica y clásica que posee, frente al tono anglosajón que dominan los otros productos de la franquicia. Supongo que rodar a un paso de Transilvania le aporta un misterio muy especial al asunto”, comenta Dauberman, que confiesa su entusiasmo ante un posible remake de La monja, aunque antes le toque el turno a The Crooked Man, otro afluente del caudaloso manantial de Expediente Warren.

Nueva pausa en el rodaje, aprovechada para mostrarnos el vestuario (nada de lentejuelas ni casi naftalina, desde luego), espeluznantes bocetos con la monja chunga en acción y algunos de los trucos y birlibirloques del atrezzo, como una mano ponzoñosa con dedos de quita y pon unidos por simples imanes. La entrañable magia del cine artesanal, a años luz de los efectos especiales por ordenador o el croma verde fosforito. Algo que, desde luego, encandila a Demián Bichir, aunque venga de estrenar la última de Alien: “Soy bastante de la vieja escuela, de los actores solitarios, casi ermitaños, y por eso necesito visualizar y palpar la historia, sin trampa ni cartón. Y eso es lo que me gustó de este proyecto, que se presta a profundizar y profundizar hasta límites a veces peligrosos”.

Y justamente así nos hemos quedado tras ocho horas entre calaveras, telarañas, endemoniados, respingos y demás putrefacciones guturales: con la mosca, o la monja, detrás de la oreja.

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