Vincent Price: la voz más temible del terror gótico

Cómo el actor estadounidense más refinado y culto acabó convirtiéndose en el icono más elegante del cine de terror de serie B.
Vincent Price: la voz más temible del terror gótico
Vincent Price: la voz más temible del terror gótico
Vincent Price: la voz más temible del terror gótico

Vincent Price era tan histriónico como legendario. En poco tiempo, se convirtió en una estrella de culto dándole rostro al miedo. Su voz profunda y su mirada turbadora le ayudaron a ser todo un referente del cine de terror gótico y de bajo presupuesto.

Price mamó desde niño un gusto por la cultura. De hecho, el actor americano —que nació en mayo de 1911 en el seno de una familia acomodada de St. Louis (Misuri)— tuvo la oportunidad de recorrer Europa siendo un adolescente y estudió historia del arte en la prestigiosa Universidad de Yale y el Instituto de Arte Courtauld de Londres.

Comenzó su carrera como actor sobre las tablas del Gate Theatre de Londres, a mediados de los años treinta. Tenía 23 años cuando se metió en la piel del príncipe Alberto en la obra Victoria Regina, y su buen hacer le brindó los elogios de la crítica y la posibilidad de trabajar luego en Broadway. De hecho, allí repitió el papel junto a Helen Hayes en una residencia de dieciocho meses en los teatros neoyorquinos y de gira. Años después, ofreció un tour de force bastante elogiado dando vida a un moribundo Oscar Wilde en la obra de John Gay Diversions and Delights, con la que también participó en una gira que pasó por más de 200 ciudades entre 1977 y 1982.

Debutó en la gran pantalla con un papel en la comedia romántica (y poco conocida) Servicio de lujo (1938), y participó en varios dramas históricos, como La vida privada de Elizabeth y Essex (1939). En esos años se puso en la piel de figuras emblemáticas como el rey Carlos II de Inglaterra, el cardenal Richelieu o el fundador de la iglesia mormona Joseph Smith. Lo cierto es que, si bien esos trabajos le permitieron demostrar su potencial como actor de reparto, también le sirvieron para que se le colgase el sambenito de intérprete encasillado.

Hasta 1953, Price se convirtió en una especie de actor especializado en historias de época. Pero ese año, su carrera dio un vuelco y el estadounidense se convirtió en una estrella de cine gracias a su participación en el filme Los crímenes del museo de cera (1953), de André De Toth (rodada en color y 3D). En esa película, el actor interpreta al profesor Henry Jarrod, un escultor de figuras de cera que decide asesinar a sus enemigos tras el grave accidente que le desfiguró el rostro. “[La película] es una mina de oro absolutamente fantástica. La traen de vuelta cada cinco minutos”, comentó años después sobre esa exitosa película, que se convirtió en la más taquillera del año y en la cinta de terror más exitosa hasta la fecha.

"Para mí, las películas que tratan la drogadicción, el crimen y la guerra son las verdaderas películas de terror", señaló el actor en 1977. "En un mundo donde la matanza y los despiadados crímenes son acontecimientos cotidianos, una buena película macabra supone un alivio cómico".

Durante los años que siguieron, Price se especializó en la figura del villano irónico, encarnado siempre por un científico demente, inventor o médico, cuyos talentos se habían corrompido hasta el punto de ser usados con fines malignos. Pero el ingenioso actor siempre sintió una gran simpatía por los malvados personajes a los que tantas veces encarnó. “No son monstruos, sino hombres asediados por el destino y en busca de venganza”, comentó en una ocasión.

Nunca dejó de trabajar. El estadounidense participó en una serie de películas realizadas por Roger Corman —rey de la serie B— y basadas en relatos breves de Edgar Allan Poe. Estas cintas, aplaudidas por público y crítica, le permitieron compartir cartel con otras estrellas de la época como Boris Karloff, Peter Lorre y Lon Chaney Jr.

"Los mejores papeles en las películas son los de malo. El héroe generalmente es alguien que realmente no tiene nada que hacer. Él sale victorioso, pero es el malo el que se divierte", comentó en una entrevista realizada en 1971.

Muchos desconocen el lado polifacético del actor. Además de su trabajo en infinidad de largometrajes, Price fue durante mucho tiempo un rostro habitual de la televisión. No dudó a la hora de protagonizar varios comerciales de televisión (donde lo mismo anunciaba galletas con pepitas de chocolate como limpiadores de baño) y, durante ocho años, trabajó como presentador de la serie Mystery! en la televisión pública.

Price fue también profesor, consultor y coleccionista de arte. Publicó una autobiografía y se atrevió a escribir junto a su segunda esposa varios libros sobre otra de sus verdaderas pasiones: la cocina. Su último trabajo en la gran pantalla fue un breve pero emblemático papel en Eduardo Manostijeras (1990), de Tim Burton, donde el actor se puso en la piel de un extravagante inventor que muere antes de poder acabar su obra.

Y lo curioso es que, a pesar de su éxito, Price siempre fue un hombre con los pies en la tierra. Poseedor de un gran sentido del humor, disfrutaba enormemente de lo que hacía y no entendía a aquellos que menospreciaban sus papeles en películas de terror. "Me gusta que me vean, me encanta estar ocupado y creo en eso de estar activo. Sé que algunas personas piensan que me he rebajado como actor, pero mi idea de 'declive profesional' es 'no trabajar'", comentaba al respecto.

Durante décadas, Price vivió en una colina con vistas a Los Ángeles. Sus matrimonios con la actriz Edith Barrett, primero, y la diseñadora Mary Grant después, terminaron en divorcio. Su tercera esposa, la actriz inglesa Coral Browne, murió en 1991. Poco después, en octubre de 1993, fallecía el propio actor víctima de un cáncer de pulmón provocado por su gran afición al tabaco. Tenía 82 años.

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