Sunao Katabuchi: el hombre que no era Miyazaki

El estreno de 'En este rincón del mundo' nos trae en pantalla grande a uno de los maestros de la animación japonesa. Te contamos quién es (y por qué no se parece a Miyazaki)
Sunao Katabuchi: el hombre que no era Miyazaki
Sunao Katabuchi: el hombre que no era Miyazaki
Sunao Katabuchi: el hombre que no era Miyazaki

Studio Ghibli tiene un patrón muy claro para sus personajes protagonistas. Chicas jóvenes, fuertes, con los pies en el suelo. Similar al clásico protagonista de libro infantil, pero llevado al género contrario. Al que históricamente se le han prohibido las aventuras. Porque si de algo está trufado Ghibli es de aventuras. De imaginación. De ese espíritu infantil que nos permite ver un océano en una gota de agua y un reino en un par de nubes.

Pero eso no es algo exclusivo de Studio Ghibli. O para ser exactos, Hayao Miyazaki comparte ese gusto con otras muchas personas. Algunas de esas personas, antiguos colaboradores. Porque mucho antes de que Miyazaki fuera uno de los grandes nombres del anime, fue también un joven prometedor con mucho que demostrar. Y a su lado había un hombre que sólo ahora parece que ha conseguido destacar en occidente: Sunao Katabuchi. El cineasta que debuta ahora en España en pantalla grande con En este rincón del mundo

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Licenciado en la prestigiosa Nihon University, la carrera de Katabuchi dentro del anime daría un giro radical cuando, al entrar a trabajar en Telecom Animation Film, conociera a un director talentoso, pero todavía poco conocido. Hablamos, cómo no, de Hayao Miyazaki.

Trabajando Katabuchi como parte del grupo de guionistas, Miyazaki se encargaba, por aquel entonces, de dirigir la primera temporada del anime Sherlock Hound. Con un éxito discreto, suficiente como para que llegara hasta España bajo el nombre de Sherlock Holmes ("Es el único y genial..."),  éste fue uno de los primeros trabajos de Miyazaki antes de fundar Ghibli. Y el primero donde se encontró con nuestro hombre.

De hecho, poco tiempo le llevó dejar Telecom. El 11 de marzo de 1984, casi nueve meses antes de que se estrenara Sherlock Hound, Miyazaki estrenó en cines su segunda película: Nausicaä y el Valle del viento. Con todo, no sería hasta un año después que formaría oficialmente el estudio por el cual es hoy conocido. Y de igual modo que se tomó con paciencia la idea de formalizar todo lo que rodeara el que hoy es su legado, también lo hizo para contar con los servicios de Katabuchi como autor.

No sería hasta ocho años más tarde que, tras su árdua labor en los storyboard y la dirección de episodios, Katabuchi pudo ver por fin su nombre como director en un cartel. O no exactamente. Aunque en origen Katabuchi iba a ser el director de Nicky, la aprendiz de bruja, debido a varios desencuentros con la autora original del libro y una primera versión del guión que Miyazaki considero inaceptable, el famoso autor nipón decidió tomar las riendas de todo el proyecto pasándose a encargarse también de la dirección y la producción de la misma. De ese modo prescindieron de Nobuyuki Isshiki, quien se encargaba del guión hasta el momento, y dejaron que Katabuchi ejerciera el papel de co-director junto con Miyazaki, papel del que ha sido degradado innumerables veces, ya que no pocas veces se le ha reducido o bien al papel de asistente de director o incluso se le ha negado cualquier clase de contribución a la película.

Tras la experiencia, Katabuchi no continuó en Studio Ghibli. Pero tampoco se quedó mano sobre mano. Studio 4°C  tomó el testigo y le ofreció un puesto en su compañía. Puesto que vino con la posibilidad de hacer su primera película. Con todo, eso no ocurrió de la noche a la mañana. Katabuchi tuvo que volver al trabajo técnico, encargándose de storyboards y dirección de episodios en series de toda clase, algunas tan míticas como Shin-chan o Sakura cazadora de cartas, antes de tener la posibilidad de firmar su primera película como director. Esta vez sin ningún impedimento creativo de por medio.

Esa película, Princesa Arete, mostró a un Katabuchi empeñado en subvertir todos los tropos propios de los cuentos. Empezando, como cualquier otro cuento de hadas, con una princesa aparentemente esperando a que llegue el caballero adecuado para casarse con ella, pronto nos dejará claro que, si depende de ella, ni el romance ni la vida monacal es algo que vayamos a ver en la película. Pero antes de poder fugarse y crear un gran problema para su familia, al estilo de las películas Disney, acaba desposándola un malvado hechicero que la encerrará en su castillo para evitar que se cumpla una antigua profecía.

Haciendo énfasis en la amistad, el amor y el valor de la imaginación, el interés y la curiosidad, en Japón está considerado uno de los mejores animes feministas de todos los tiempos. Y, en parte con no poco recochineo, también fue muy comparada con el estilo de Studio Ghibli. Incluso si la comparación no tiene demasiado sentido.

A pesar de ser que la película fue un gran éxito de crítica, Katabuchi no tardó en buscar pastos más verdes. Tras aquello recaló en Madhouse donde volvió al trabajo técnico, alternándolo con sus guiones para la serie de videojuegos Ace Combat, hasta que le llegó la que es, hasta hoy, su obra más celebrada. El anime por el que es conocido y respetado. Hablamos, por supuesto, de Black Lagoon.

Adaptación del manga de Rei Hiroe, la historia sigue al grupo de piratas conocido como Compañía Lagoon, dedicado a traficar con toda clase de bienes por el sudeste asiático. Lo más llamativo de la serie es cómo resulta un cambio completamente radical en los intereses de su autor con respecto de todos sus demás trabajos. Con un gran énfasis en la violencia, un ritmo rápido y preciso, y un estilo general más próximo a un libro de James Ellroy que a un cuento de hadas, parece la antítesis de todo lo que es Katabuchi. Pero nada más lejos de la realidad.

Con personajes femeninos fuertes, su interés por explorar cómo se relacionan entre sí los personajes del grupo y recreándose de vez en cuando en sólo observar el entorno, la serie tiene su impronta personal en todos esos pequeños detalles. En como, más allá de las fabulosas escenas de acción, retrata lo que es el estilo de Katabuchi: una narrativa lenta, costumbrista, que, acción a parte, ocurre a golpe de pequeños retazos de una vida.

Tras el éxito de su primera serie como director, está vez sí, Katabuchi pudo volver a la carga rápidamente. Tres años después, repitiendo también como guionista, estrenaría Mai Mai Miracle. Mezclando la corte del siglo XI con un presente que es el Japón de postguerra, esta es la película más amable del director. Siguiendo la historia de Shinko Aoki, una chica que vive en su propio mundo, y Kiiko Shimazu, una chica tímida y dolida por la muerte de su madre, Katabuchi se recrea en el preciosismo del dibujo, un guión que avanza con muchísima calma y una cámara que, en cada oportunidad que tiene, se queda embelesada observando los escenarios o las pequeñas acciones de las niñas protagonistas.

De entonces a su recién estrenada última película hemos tenido que esperar algo más. Pero En este rincón del mundo es, por méritos propios, su obra maestra.

Con una animación preciosa, una historia que hilvana a la perfección los momentos más duros con la comedia y el costumbrismo más encantador y una obsesión enfermiza con pararse en cada detalle, cada paisaje y cada barco que arriba a Hiroshima, aquí está todo Katabuchi. Desde Black Lagoon hasta la Princesa Arete. Porque incluso detrás de las pinceladas de experimentación formal que empezarían con su anterior película o lo dramático de las circunstancias de la vida de la protagonista, siempre con la tragedia final pendiendo sobre su cabeza, consigue que, como en todas sus películas, cristalice algo único. El cómo un corazón soñador siempre logra salir adelante incluso en las circunstancias más adversas.

Sunao Katabuchi: el hombre que no era Miyazaki

Por eso decíamos lo irónico de que le compararan con Ghibli. El encanto de Katabuchi es que no se parece en nada a Miyazaki. Donde Miyazaki siente pasión por la aventura, el descubrimiento y la magia, Katabuchi siente interés por lo cotidiano, la costumbre y la sorpresa. Ni siquiera es que sean dos caras de la misma moneda. Es que lo que hilvana en común todas la filmografía de Katabuchi es el costumbrismo. Ese querer observar todo con la calma propia de un día de calina. Todo lo contrario a los intereses de Miyazaki, siempre interesado por el más grande imposible.

Pero hasta en su forma de llegar al anime son dos almas opuestas. Katabuchi ha dicho más de una vez que su llegada al anime fue un accidente. Que él aspiraba a ser camarógrafo en documentales de la naturaleza, porque así podría contemplar las cosas durante mucho tiempo. Y eso es algo que transmite en sus películas. Esa calma. Ese confort. También encontramos chicas fuertes, mundos de fantasía y la necesidad de los otros para poder seguir viviendo. Porque nadie puede vivir sólo observando la naturaleza. Hace falta comer, dormir, e incluso cuidarnos los unos de los otros. Pero con Katabuchi casi parece como si nada de eso hiciera falta.

Como si todo lo que ocurriera fuera el dulce arrullo de una vida que siempre cambia, para bien o para mal, pero sin detenerse nunca.

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