[Repaso Marvel] 'Vengadores: Infinity War' - La locura titánica que salió bien

¿Megalómana? Pues sí, pero también estupenda: recordamos cuando la Casa de las Ideas se lo jugó todo a un chasquear de dedos.
[Repaso Marvel] 'Vengadores: Infinity War' - La locura titánica que salió bien
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En su momento costaba creérselo. Y todavía ahora nos parece raro. Porque Vengadores: Infinity War, esa película de presupuesto hipertrofiado, empapada en marketing hasta lo empalagoso, que algunos preveían (temiéndoselo… o deseándolo) como el primer fracaso a gran escala de Marvel… estaba bien. Estaba muy bien, de hecho. Y, además, de forma sorprendente: aunque son muchos los blockbusters de acción y fantasía que nos hacen salir del cine con la adrenalina a tope, no son tantos los que pueden alardear de habernos hecho abandonar la sala con un nudo en el estómago. Mucho ha llovido desde entonces, pero ya puedes disfrutar por fin de nuestra crítica SIN SPOILERS de Vengadores:Endgame,

Afortunadamente, nosotros nos encontramos entre aquellos a los que el chasquido de Thanos permitió seguir con vida. Así que seguimos adelante con nuestro repaso Marvel pasando revista a las virtudes (y a los defectos) de un filme que ha marcado un antes un después en la trayectoria de la Casa de las Ideas. Y, si nos apuran, en la del género de superhéroes en general.

Inmersión cósmica a pulmón libre

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Hasta que Infinity War llegó a las pantallas, esto apenas se había notado en cine. Pero uno de los grandes atractivos del Universo Marvel de cómic es cómo nos convence de que sus héroes (incluso los más poderosos de la Tierra) son solo hormiguitas que se mueven en un diminuto rincón de un cosmos amplísimo. Y, si bien las películas de Guardianes de la galaxia nos habían hecho llegar fragmentos de esta noción, el filme de los Russo nos la inocula en vena.

Así, uno de los atractivos más poderosos de Infinity War es su sentido de la escala. Una escala, huelga decirlo, ciclópea. Basta con esas primeras escenas de masacre asgardiana y cebollón neoyorquino para convencernos de que Thanos es una verdadera amenaza cósmica. Y, aunque el origen de las Gemas del Infinito reciba una explicación un tanto chapucera (¿necesitaba alguna?), contemplar sus poderes en acción permite apreciarlas como algo más que un simple macguffin.

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Por supuesto, siempre se puede llegar a más, y haber visto desenvolverse en la historia a Eternidad, el Tribunal Viviente, Mephisto, Eón y otros seres con los que los héroes más místicos de la casa (el Doctor Strange, por ejemplo) quedan cada día para desayunar habría estado mejor que bien. Pero, en una película tan condicionada como esta por los poderes oscuros del marketing, es mejor no pedir peras al olmo.

Sacándole punta a viñetas romas

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Los incautos que corrieron a comprar El Guantelete del Infinito (el cómic en el que se basa Infinity War) tras haber visto la película debieron llevarse un chasco de órdago. Aunque la obra tenga buenos momentos (presentes sobre todo en The Thanos Quest, la serie que le sirvió de prólogo), en general no solo peca de la megalomanía que suele aquejar a su creador Jim Starlin, sino que padece del mal común a todos los crossovers de cómic.

¿Cuál es ese mal? Pues que los crossovers son herramientas para que el lector compre más tebeos, con lo que la historia principal suele presentar un montón de huecos que solo pueden completarse leyendo otras colecciones. En honor de Infinity War, afirmemos que los Russo y los guionistas Christopher Markus y Stephen McFeely nos libraron (en su mayor parte) de esa molesta sensación. Es más: uno acaba pensando que apenas hace falta saber nada del Universo Marvel para apreciarlo. O, al menos, para apreciarlo en su mayor parte.

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Manejando con mesura el montaje paralelo para repartir el protagonismo entre sus personajes, procurando que la acción nunca decaiga y otorgándole verdaderas repercusiones emocionales a su sindiós cósmico, la película se libra (casi siempre…) de ser un mastodonte hipertrofiado para convertirse en una aventura trepidante. Y, aunque la herencia del cómic original quedara así minimizada, no habría estado de más incluir a Starlin en los créditos, darle voz y voto en el guion del filme o incluso obsequiarle con un cameo. Más que nada, porque él es el padre y máximo valedor del mejor personaje de la película…

Sí: Thanos

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El Titán Loco. El Amante de la Muerte. El supervillano que Marvel saca del toril cuando quiere poner a los lectores en vilo. O, si se prefiere, ese plagio de Darkseid (su equivalente en el Universo DC, creado por Jack Kirby) que Jim Starlin se sacó de la manga tras haberle espetado su editor aquello de “Si quieres copiar al Rey, cópiale a lo grande”. Efectivamente: el villano de Infinity War era un hueso duro de roer que los directores, los guionistas y Josh Brolin transformaron en icono de cine… a base de modificar muchos de sus rasgos distintivos.

Porque, si el Thanos de los cómics es un obseso dispuesto a todo para ganarse los afectos de la Dama de la Guadaña, el que conocemos en Infinity War tiene motivos mucho menos poéticos para sus ansias de genocidio. En lugar de una figura psicodélica cuyas historias transcurren en territorios de simbolismo y locurón, aquí nuestro villano solo quiere ventilarse a la mitad de los seres vivos del universo para evitar un cataclismo ecológico. ¿Por qué, entonces, sigue fascinándonos?

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Pues, opinamos nosotros, por lo siguiente: tanto en viñetas como en celuloide, Thanos es siempre una figura patética. En los tebeos, porque sabemos que nunca logrará su objetivo de seducir a la Muerte (las personificaciones antropomórficas, es lo que tienen). En la pantalla, porque su monstruosidad se ve matizada por el enorme coste personal que esta le supone.

A diferencia de otros supervillanos, Thanos sabe que lo que hace es, objetivamente, un crimen, pero pese a ello sigue adelante. Y eso tiene un precio: Sentir desesperadamente que tienes razón, pero fracasar pese a ello” es una de sus frases definitivas. Casi tanto como ese “Todo” que musita cuando esa Gamora alucinatoria le pregunta cuánto le ha costado lograr sus fines. Con el último momento del filme, Marvel no solo puede apuntarse el tanto de hacer que el malo se salga con la suya. También puede alardear de algo aún menos frecuente en su filmografía: habernos hecho empatizar con un supervillano.

Momentos irregulares (y muy regulares)

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Hasta ahora no hemos hecho más que derramar elogios hacia Infinity War, pero ahora toca ponernos duros. Porque, si bien la película puede alardear de mantenernos en vilo durante la mayor parte de su metraje, durante un segundo visionado (o durante el primero, si uno decide ponerse serio) revela sus costuras: más que un solo filme, esta película es un híbrido de varios… y no todos ellos son buenos.

Rellenar el capítulo de aciertos es fácil. Está la subtrama de Thanos y Gamora, por supuesto; también la aventura espacial de Iron Man, Spider-Man y el Doctor Strange; aunque divididos en dos, los Guardianes de la Galaxia también tienen sus momentos de gloria, porque a Star Lord le toca una de las partes más desgarradoras de la película y, si uno tiene ganas de high fantasy, puede regalarse con la química entre Thor y Rocket en busca del arma definitiva. Pero es en lo demás donde la naturaleza excesiva del filme se convierte en un lastre.

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Esperamos sinceramente que Vengadores: Endgame le dé escenas épicas al Capitán América y Viuda Negra, porque sus apariciones en esta película (junto a Visión y Bruja Escarlata, Halcón, Bucky y tantos otros) resultan francamente chuchurrías y encaminadas a organizar ese clímax final en Wakanda que sería olvidable de no ser por su inmensa magnitud CGI y porque el espabilado de Thor se olvida de apuntar a la cabeza. 1.500 años de experiencia deberían haberte servido de más, chato.

La muerte os sienta tan bien

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Dejémonos de juegos florales y vayamos a lo que más nos importa de esta película: el final. Un final que se veía venir (¿recuerdas esas porras y encuestas sobre qué héroes estirarían la pata al final de la historia?) y que, lo sabemos, apenas tendrá consecuencias definitivas. Pero que, sin embargo, nos dejó para el arrastre y generó una ola de reacciones cuya magnitud, sospechamos, no había previsto ni Kevin Feige.

El hecho de que toda defunción es temporal en el cómic de superhéroes está más que asumido por los fans. Y no digamos entre los marvel zombies bregados que han visto a Jean Grey entrando y saliendo del Más Allá innumerables veces. Pero, en el cine, este fenómeno era relativamente desconocido cuando se estrenó la película, algo que los Russo aprovecharon implacablemente. Regalándonos, de paso, momentos tan dolorosos como esa defunción arácnida en la que estáis pensando…

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Pero a esto tenemos que añadir algo más: el clímax de Infinity War es una prueba de que, cuanto más over the top es una historia, más poder tienen en ella la contención y la puesta en escena. Cuando se revisa el filme, más se agradece que los directores decidieran presentar este momento en tono menor: en lugar de un Apocalipsis con explosiones, demoliciones y gente que se arrodilla gritando “¡Nooooooo!”, nos encontramos con un grupo de individuos enfrentándose a lo Inevitable. Y con algunos de ellos (los que quedan) tratando de asumirlo como mejor pueden

Es debido a esa humanidad, tan poco frecuente en los blockbusters, que terminamos esto con un corolario: Vengadores: Infinity War es, ante todo, una película sobre el fracaso, donde nadie (ni los héroes, ni el villano) acaba alzándose con una victoria inequívoca. Y por ello, pese a sus problemas de ritmo y consistencia, queda como uno de los pocos trabajos con el sello Marvel que uno puede calificar como un triunfo artístico.

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