[FICX 2018] 'Hotel by the River': un Hong Sang-soo existencialista

Más preocupado por la mortalidad y la familia que nunca, el cineasta coreano sigue abriendo nuevos caminos en una filmografía donde siempre hay hueco para quedarse a vivir.
[FICX 2018] 'Hotel by the River': un Hong Sang-soo existencialista
[FICX 2018] 'Hotel by the River': un Hong Sang-soo existencialista
[FICX 2018] 'Hotel by the River': un Hong Sang-soo existencialista

Las últimas tres películas de Hong Sang-soo —filmadas más o menos en el espacio de un año, acorde a su prolifiquísimo ritmo de trabajo— son en blanco y negro. Eso no significa necesariamente que su tono vaya a ser más serio o la temática pesarosa, pues ahí están los casos de Oki's Movie (2010) o The Day He Arrives (2011) como ejemplos blanquinegros de sus habituales comedias puzzle de desencuentros amorosos, pero es cierto que desde la época de Virgin Stripped Bare by Her Bachelors (2000) ese rasgo les ha dado un plus más de intensidad a sus mayores dramas; sirva el ejemplo de la reciente The Day After (2017) o la última Hotel by the River, presentada en Locarno y en competición dentro del Festival de Gijón.

Cae la nieve y vuelan las urracas a orillas del río Han, donde está situado el hospedaje que da título a Hotel by the River y acoge las historias semicruzadas de dos grupos de personas. Por un lado están los hombres, un viejo poeta y dos hijos a los que abandonó con su madre; por el otro, una amiga que consuela a otra tras un desengaño amoroso. Con la excepción del principal protagonista de lo que es uno de los Hong más corales de los últimos años, el poeta encarnado por Ki Joo-bong (premio de mejor actor en Locarno), el resto de intérpretes son viejos conocidos del universo de películas del cineasta coreano: Kim Min-hee, Kwon Hae-hyo, Yoo Joon-sang Song Seon-mi resultan muy reconocibles para cualquier seguidor del cine de Hong, lo que acentúa la sensación de familiaridad del proyecto –rodado en apenas un puñado de días de invierno a principios de año, indica una voz en off sobre los créditos iniciales– y remite a las soberbias troupes actorales de directores como Resnais Cassavetes.

Los relatos de ambos grupos humanos no se cruzarán salvo por un par de momentos aislados en los que el poeta entra en contacto con las mujeres. Ellas, que parecen recién llegadas de alguna otra película paralela del universo compartido Hong, con su crisis sentimental, una mano herida y un antiguo accidente como background del que no se nos dice nada, se alojan en el mismo hotel donde el escritor cree estar pasando los últimos momentos de su vida. O, al menos, ese es el pálpito que siente. Motivo por el que desea reconciliarse con sus hijos desligados, quizás regalarles unos peluches ridículos para tener una última foto de sus caras de felicidad –maravillosa escena–, anhelar su compañía pero luego masticar su depresión existencial a solas.

El expresivo blanco y negro de Kim Hyung-ku ayuda a entrever la existencialista Hotel by the River como la más bergmaniana de las películas de Hong. Cierto es que al cambiar sus habituales crónicas de fracaso amoroso bañado en soju entre hombres y mujeres por una preocupación frontal y directa por la mortalidad, la paternidad y el legado que dejamos en el mundo tras marcharnos es comprensible pensar en las angustias del cineasta sueco. No solo eso, el poso melancólico en los actos de estos hijos sin padre y este padre sin hijos por instantes traen a la mente a Jean Eustache. Pero también hay mucho de otro director, a quien suele mencionar Hong como referente pese a su reticencia habitual a citar fuentes de inspiración: Luis Buñuel, aunque sea por la cafetería, jardín y pasillos de ese hotel imposible, que facilitan el desencuentro físico entre los personajes pese a, en teoría, estar compartiendo espacio físico en la misma realidad, como ocurre en el restaurante del final.

En Hotel by the River, Hong Sang-soo vuelve a proponer un ligero desvío en su filmografía. El trabajo de montaje y la estructura narrativa ya no son identificables con juegos de variaciones, sino con un fluir punteado por intermitencias. La cámara no esta fija, vibra en temblorosos reencuadres; sigue habiendo zooms, pero también un insólito uso espectral del desenfoque durante la declamación de un poema de desolación y gasolinera. Lo mejor de todo es que no tendremos que esperar mucho para saber si este será el fascinante inicio de una nueva etapa o un reflexivo punto de fuga sin prolongación: seguro que Hong ya está trabajando en su siguiente película.

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