'Dirty Dancing': el mejor baile de tu vida

Parecía un rodaje maldito, pero se convirtió en uno de los grandes hitos de la historia del cine (y de las fiestas de pijamas). ¡A bailar!
'Dirty Dancing': el mejor baile de tu vida
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Eleanor Bergstein se había pasado su vida bailando. Siendo adolescente, se aficionó a los concursos de mambo y, ya adulta, ejerció de profesora de baile. Normal que creyera firmemente en el irresistible poder de seducción del movimiento de caderas. Desgraciadamente, en Hollywood no eran de la misma opinión y, durante 10 años, rechazaron una y otra vez su guión (más o menos autobiográfico) sobre cómo pasó de niña a mujer en un remoto verano de 1963.

Esa mezcla de truculencia abortista, bailes kitsch y cultura judía, de añoranza de la época Kennedy, de fin de la inocencia y de descubrimiento sexual sólo atraía a la autora, por razones obvias: “Me apodaban ‘Baby’ hasta que cumplí los 22, iba de vacaciones a las montañas Catskill con mis padres y participaba en concursos de dirty dancing desde los 10. Tengo trofeos de baile que te tiznan las manos de verde si los tocas”. Pero el otro verde, el de los billetes, no aparecía… Hasta que se cruzó en su vida una modestísima productora llamada Vestron. A partir de ahí, empezaron los problemas para Dirty Dancing.

'Dirty Dancing': el mejor baile de tu vida

Vestron se ofreció a financiar el filme con 5 millones de dólares: ni un centavo más. Así que la productora Linda Gottlieb tuvo la idea de rodar y dormir en el mismo resort (Mountain Lake Lodge). Con lo que no contaba era con una oleada de atentados terroristas en Europa que hizo que los estadounidenses no salieran de su país y se tuviera que retrasar el rodaje. Pasó el verano, llegó una temporada de lluvias como no se recordaba en Virginia… Y con ella empezaron a llover las desgracias: el primer día de rodaje, la actriz encargada de dar vida a la madre de la pizpireta Baby hizo mutis por el foro; el quinto, le dio un parraque a la intérprete de la ladrona; el sexto, unos cacos robaron todo el equipo y no se pudo reponer porque el hotel estaba incomunicado por las lluvias, y así sucesivamente.

El decorador se cayó de una escalera, el maquillador se lesionó la muñeca, el asistente de vestuario se rompió el tobillo y tres de los técnicos se intoxicaron por comer pescado en mal estado (pausa dramática para coger aire). Seguimos: a mitad del rodaje, una plaga de avispas se divirtió de lo lindo con Jennifer Grey, se descubrió que uno de los transportistas era un turbio ex presidiario y otros dos miembros del equipo tuvieron que dejarlo por problemas personales. Como para bailar de alegría…

Bailar (des)pegados

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Por lo menos, el equipo podía contar con los dos protagonistas, Jennifer Grey (Baby) y Patrick Swayze (Johnny Castle)… El problema es que no se tragaban. Grey sostiene que todo fueron momentos felices, o así lo afirmó recientemente en la CNN: “Era el papel perfecto para mí. Había tenido esa doble vida de adolescente, siendo la niña de papá en casa y una rebelde con un lado oscuro fuera de ella”.

El autor del levantamiento de bailarina más famoso de la historia, el coreógrafo Kenny Ortega, que acabó dirigiendo High School Musical y Crazy Ex-Girlfriend, también sostiene la visión idílica del rodaje: “Éramos como un campamento de boy scouts: arrasábamos la cocina a las tres de la mañana, teníamos discoteca y fiestas de pijamas. A veces Patrick [Swayze] me llamaba a las tres de la mañana porque estaba tocando su canción [She’s Like the Wind] y quería que la escuchara”. Lo de la cocina tiene su retranca porque, según Gottlieb, el presupuesto era tan escaso que el catering “no se podía permitir las comidas calientes”.

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La opinión de Swayze sobre Jennifer Grey no era nada halagadora, según cuenta en su biografía, titulada como el tema principal del filme, The Time of My Life: “Tuvimos algunos momentos de roce cuando estábamos cansados o después de un largo día de rodaje. Era una persona muy sensible, que a veces rompía a llorar si la criticabas; otra veces tenía actitudes tontorronas, y nos obligaba a repetir las escenas una y otra vez porque le entraba un ataque de risa”. Y Patrick no estaba para bromas: en primer lugar, se arrepentía de haberse enrolado en el proyecto, pues temía como la peste que le endilgaran el sambenito de “bailarín que actúa”, dado su pasado de Broadway. Y luego estaba el dolor físico: su maltrecha rodilla, la que le había retirado del futbol americano, se hinchaba por momentos y debía drenarla cada poco.

La tensión fue en aumento hasta que llegó el momento de rodar el ensayo acuático del alzamiento de Baby, ya sabéis, ese paso en el que ella hace el avioncito con los brazos en cruz en el aire sostenida por los bíceps de él: “Hacía un frío horroroso en el lago y no hacíamos nada más que repetir la escena. Aunque Jennifer era muy ligera, cuando levantas a alguien del agua, hasta la persona más delgada parece pesar 200 kilos”. Todo era kafkiano, con los ayudantes pintando las marrones hojas de otoño de verde, y no era la única trampa porque, ¡oh, sopresa!, probablemente tú y yo hemos repetido la coreografía muchas más veces que Jennifer Grey: “Jamás ensayamos ese momento, y sólo lo hice el día del rodaje. No sé cómo la gente tiene arrestos para imitar ese salto y echarse en los brazos de alguien que no sea Patrick Swayze. ¡Es una locura!”.

Kitsch para la historia

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Cuando la lluvia ya había decolorado las hojas, después de 44 días de accidentado rodaje, Emile Ardolino se encerró en la sala de edición. El primer montaje fue tan desastroso que se comenta que alguien sugirió “quemar el negativo y quedarse con el dinero del seguro”. Al pobre Ardolino, dicho sea de paso, lo estaban volviendo loco, pues, en ese momento, apareció una marca de cremas antiacné por el estudio que se ofreció a dar dinero siempre y cuando desapareciera el espinoso asunto del aborto ilegal de la trama…

Pero Bergstein se negó: “Les dije que estaría encantada de complacerles pero que, si lo quitaba, no habría razones para que Baby aprendiera a bailar; no había motivos para que bailara con Johnny, para que bailara en el Sheldrake, para que se enamorara de él, para que le hiciera el amor. […] Así que la crema antiacné se fue y, para mi alegría, el aborto se quedó”. Por supuesto, también se sugirió la posibilidad de estrenar directamente en vídeo. “No creíamos que durase una semana en cartel”, confesó a Premiere Bergstein.

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Pero, en cuanto aparecieron los títulos de crédito y sonó la batería del Be My Baby que produjera Phil Spector para las Ronettes, el público se quedó enganchado a la pantalla. Y hasta hoy, porque el resto, como las Baccara, como Abba, como Ford Fairlane, pertenece a la historia de los mitos-horteras-deliciosamente-irresistibles: todavía sigue siendo una de las películas indie que más dinero ha recaudado en la historia, convirtiendo los cinco millones de su presupuesto en 240 y, más importante todavía, fue la primera película que vendió más de un millón de copias en vídeo.

Y es que Dirty Dancing puede ser kitsch, naif, facilona, pero está cincelada en nuestro imaginario colectivo. En Reino Unido, por ejemplo, la oscarizada (I’ve Had) The Time of My Life es la tercera canción que más suena en los sepelios. Tras el musical de Broadway, Abigail Breslin y Colt Prattes protagonizaron su remake televisivo, pero todos sabíamos que no sería lo mismo. Porque lo que vino después no ha sido sino una cruel metáfora de la pérdida de la ingenuidad adolescente: Grey arruinó su carrera con una operación de cirugía nasal que acabó en desastre; Swayze falleció demasiado pronto de cáncer; e incluso el lago Mountain en el que se congelaron Grey y Swayze ya no existe, secado por el cambio climático. Él también se ha evaporado como ese time of our life, el momento de nuestra vida que jamás volverá.

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