[Crónica In-Edit 2013] Cantando al Señor (de la droga)

Ciudad Juárez debe ser lo más parecido al infierno en la Tierra. Una urbe penalizada hasta la extenuación por la lacra del crimen, llanura de cuerpos baleados, estepa de miembros descuartizados, escenario de millares de asesinatos al año. Al otro lado del Río Bravo, parapetada tras uno de esos muros de la vergüenza que delinean ficticias fronteras geopolíticas, se encuentra El Paso, una de las metrópolis más seguras de los Estados Unidos, al mismo tiempo que uno de los enclaves donde mejor acogida tienen los narcocorridos.

Se dicen el relevo del gangsta rap y se lucen como tipos malísimos, apareciendo sobre las tablas cargando bazucas y 'cuernos de chivo', licencia literaria que usan para referirse a los fusiles de asalto soviéticos AK-47. Los Buknas de Culiacán o El Komander son los nuevos héroes, máximo paradigma, de una expresión musical que toma la melodías  de corte tradicional mexicano para ensalzar en sus versos la vida de traficantes y sicarios. A escasos metros el respirar ha perdido todo su valor, pero en el costado seguro de la frontera la audiencia aclama a unos artistas que, aunque no hayan pisado jamás suelo azteca, no escatiman en odas a los señores de los carteles, figuras que reclaman como “Robin Hood modernos”. Dicotomía espeluznante, dualidad perversa.

Narco Cultura, sin duda alguna uno de los mejores documentales proyectados durante la actual edición del In-Edit, es la aparente crónica del auge del fenómeno de los narcorridos para resultar una dura radiografía de la sociedad mexicana, país masacrado por la guerra de la droga. Película extraordinaria pero dolorosa como un clavo oxidado perforándote la conciencia.

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