[Crónica FICXixón 2011] El nocivo efecto Sundance se propaga

Todd Solondz y Azazel Jacobs son las últimas víctimas de la estandarización a la baja de cierta parte del cine alternativo norteamericano. Por DANIEL DE PARTEARROYO
[Crónica FICXixón 2011] El nocivo efecto Sundance se propaga
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El festival ya se acerca a su fin y empiezan a florecer tanto las especulaciones sobre qué títulos estarán representados en el palmarés de esta 49ª edición (los rumores a los que hemos tenido acceso resultan tan deprimentes que hasta preferimos callarlos por aquello de no crear una terrible predicción autocumplida; total, en cuestión de horas se sabrá la verdad) como los balances sobre lo visto, lo que permanecerá para siempre en la memoria cinéfila y aquello ya sepultado por imágenes más vigorosas, lo disfrutado y lo sufrido. Por ejemplo, se puede evaluar lo aportado por el cine estadounidense a la competición de la Sección Oficial, una participación numerosa en presencia de titulos pero floja en resultados.

En días anteriores hemos hablado de la tibieza de The Future, de Miranda July, o Walk Away Renée, de Jonathan Caouette. Peores han sido los chascos que nos hemos llevado con lo último de otros dos emblemas del cine alternativo a la industria hollywoodiense, Azazel Jacobs y Todd Solondz. El primero llenó hasta la bandera el Teatro Jovellanos con Terri, su película sobre un obeso e inadaptado chaval de 15 años que responde a dicho nombre y no se pone otra prenda de ropa que no sea un pijama. John C. Reilly ejerce como coleguita director del colegio de Terri y rostro conocido de una producción holgada que marca el aterrizaje de Jacobs en el cine indie homogeneizado, deglutido y comercializado por la industria. Es una pena que el hijo del mítico cineasta experimental Ken Jacobs, que ya ha hecho pelis tan interesantes como The GoodTimesKid (a medio camino entre el mumblecore y Jarmusch), pase a integrar la plantilla de asalariados de un cine que se deja la inventiva y la voz propia por el camino.

[Crónica FICXixón 2011] El nocivo efecto Sundance se propaga

Recordando la Cyrus de los hermanos Duplass, nos vemos en la obligación de advertir a todo cineasta independiente del riesgo que parece entrañar contar con John C. Reilly en el reparto. Un estupendo actor que, por otro lado, siempre cumple, nos encanta y en Terri está tremendo, pero las coincidencias las carga el diablo. Hasta el papel de Jordan Gelber en Dark Horse, la nueva de Solondz, parecería apropiado para Reilly. El problema es que la película no es muy buena. Después de las más juguetonas conceptualmente Palíndromos y La vida en tiempos de guerra, el director de Newark ha entregado el filme más flojo de su carrera, aquejado de tanta desidia que hasta parece rodado en modo piloto automático woodyallenesco.

Gelber y la estupenda Selma Blair interpretan nuevas variantes del universo de personajes depresivo-patéticos de Solondz, que durante el escaso metraje de esta anti-película de amour fou parece contagiado de ese virus Sundance que homogeniza tan terriblemente el cine estadounidense no basado en alargar franquicias o adaptar materiales anteriores. Todavía se puede rescatar un poco de la mala leche fatalista del autor de Happiness, o maravillarse ante la genial imagen que supone ver la enorme tienda de Toys"R"Us que aparece varias veces con el logo completamente difuminado. ¿Una extraña broma del director por la censura a la que fue sometida Storytelling, o negativa rotunda de la mayor empresa de venta de juguetes del mundo a aparecer en una película de alguien como Solondz?

Si se tratara del segundo caso, no creemos que la cadena juguetera tampoco estuviera muy entusiasmada con ser referenciada en Michael, opera prima de Markus Schleinzer. El realizador ha hecho callo como director de cásting para Michael Haneke y Ulrich Seidl, claros exponentes del cine de buen rollo austriaco. Siguiendo con el humor negro (me perdonarán, pero total, ya casi hemos acabado el festival), podemos decir que la película se ocupa de una realidad social que parece importante en su país: esa gente que, como quien no quiere la cosa, tiene a un niño secuestrado y encerrado en el sótano de casa. Y ahí, en su sensacionalista argumento, se gasta toda la fuerza provocadora de Michael, que ni con sus pocas abyecciones logra removernos las vísceras. Eso lo conseguiría, y de forma terrible, sólo si, ay, algo así se colara en el palmarés.

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