David Cronenberg te ha programado

Visitamos la exposición que el museo del cine EYE (Ámsterdam) le ha dedicado al maestro del body horror. Cuidado, puede que la experiencia te transforme para siempre
David Cronenberg en el rodaje de El almuerzo desnudo
David Cronenberg en el rodaje de El almuerzo desnudo
EYE Museum
David Cronenberg en el rodaje de El almuerzo desnudo

La sala, en semipenumbra, parece el pasaje del terror. Los ojos tardan en acostumbrarse a la oscuridad y las pupilas dilatadas vuelven a contraerse al adivinar que eso que descansa dentro de un expositor es una oreja carcomida. De fondo, se escuchan gritos de mujer mezclados con el sonido de un órgano sintetizado y una voz granulosa que dice: “TELEVISION IS REALITY”. Sí, estamos en la exposición monográfica que el museo del cine de Ámsterdam, EYE, le ha dedicado a David Cronenberg –el 28 de septiembre le sucederá el artista Anthony McCall–, y eso que suena de música ambiente son los latidos televisivos e hipnóticos de Videodrome, la película que lo descubrió al mundo convirtiéndolo en un pornógrafo pervertido –para la época– y en un cineasta de culto para la posteridad.

Videodrome
Videodrome
David Cronenberg

Como Maxx Renn en esa película visionaria, hemos sido obedientes a las órdenes que Cronenberg nos dictó anoche desde la gran pantalla, antes de la proyección de su última película aún sin fecha de estreno en España, en una de las cuatro modernísimas salas de cine a las que da cobijo el museo. “Soy David Cronenberg, puede que conozcas mis películas –dijo pixelado y con voz crujiente, presentando su propia exposición–. Si te interesan mis ideas puedes venir a ver de dónde han salido al EYE de Ámsterdam”. ¿Cómo resistirse al reclamo del director de Promesas del Este? Fuimos incapaces. Por eso, ahora estamos aquí, recién escupidos en su mundo oscuro y tan viscoso como los bicharrajos de eXistenZ.

¿O es que, tal vez, hemos sido programados por el director canadiense de apariencia calma? Bien pensado, cierta fuerza magnética nos ha arrastrado desde el centro de Ámsterdam hasta este museo llamado “El ojo” pero con forma de sofisticada sonrisa que el estudio vienés Delugan Meissl ideó para su inaguración en abril de 2012. ¿Cómo hemos aparecido en el futurista barrio Overhoeks, a escasos metros de la estación central pero separado de ella por la bahía de IJ?  El rápido ferry nos ha depositado en la otra orilla casi sin darnos cuenta y ahora estamos aquí, rodeados de terror primigenio, inquietantes tambores y plastilina existencial.

Expuestas en orden cronológico, categorizadas y explicadas al detalle, las obsesiones de David Cronenberg dan tanto miedo como en la gran pantalla. El recorrido arranca en Stereo (1969), su primer corto en blanco y negro sin sonido, que como el segundo, Crimes of the Future (1970), muestra a un jovenzuelo Cronenberg interesado en los mundos distópicos, el sexo, la biotecnología y el post humanismo. De ahí, saltamos a las páginas enmarcadas de una novela nunca publicada, cuyos personajes recuerdan de alguna manera a los gemelos ginecólogos interpretados años después por Jeremy Irons en Inseparables (1988). 

¡Ah! ¡Los científicos y los doctores que juegan con sus experimentos sin medir las consecuencias! Un clásico de Cronenberg ya en Shivers –producida por Ivan Reitman–, de la que la muestra selecciona la sangrienta escena de la bañera con parásito-oruga que nos hizo temer para siempre los desagües, acompañada de algunos recortes de prensa que dedicaban a la película adjetivos tan elogiosos como “pervertida”, “asquerosa”, “repulsiva” y se cuestionaban si era conveniente que los impuestos canadienses acabasen derivando en proyectos semejantes.

De esta turbia recepción a Rabia, Fast Company y Scanners (1981) –su primer éxito de taquilla– y Cromosoma 3 –la primera colaboración de Cronenberg con Howard Shore, el culpable de la terrorífica música con sintetizador que escuchamos en la sala– hasta llegar a Videodrome (1983), la prueba flagrante de que el mass media acabaría fusionándose con el espectador y también de que Cronenberg había sido un atento estudiante en la universidad de Toronto. Por lo menos en las clases de su profesor de teoría de la comunicación, el emérito Marshall McLuhan. “Te han programado, Max, ahora eres un asesino”, rebota el sonido por toda la exposición.

De La mosca hay parafernalia fina: unas cuantas maquetas de la transformación, trozos de oreja y de dedos que dan pistas sobre lo autobiográfico de la película: durante su concepción el padre de Cronenberg estaba muriéndose y él parecía consternado sobre todo por la degradación de la carne y el ser humano. Mientras dudamos sobre meternos dentro de la máquina que usaba Jeff Goldblum para convertirse en insecto, escuchamos el clac clac clac de la máquina de escribir de El almuerzo desnudo. 

El almuerzo desnudo
El almuerzo desnudo
Cronenberg

Y ahí están: las fotos de William Burroughs tecleando simpáticamente en la máquina babeante o una reproducción tamaño real de Mugwump encadenado de pies y manos. Muy cerca, reconocemos la memorabilia viscosa de eXistenZ y los aparatos ortopédicos de Rossanna Arquette en la película con la que Cronenberg celebraría su retorcida pasión por los coches. No en vano, y como desgrana la exposición, el cacharro Telepod de La Mosca se inspiró en el motor de la Ducati que el director tenía por aquel entonces.

Al entrar en el siglo XXI la muestra de Cronenberg ya no enseña tanta carne. Hasta aquí el verdadero monstruo es el cuerpo humano, transformado, violado, penetrado ­–ya sea por parásitos o cintas VHS– y convertido en un ser amorfo, terrorífico y, a menudo, pringoso. Pero a partir del año 2000, como explica la exposición aprovechando una de las tazas del Stall´s Dinner de Una historia de violencia, Cronenberg se quita las gafotas ochenteras y se pone lentillas para no perder amplitud. De preguntarse quién soy a cuestionarse quiénes sois. La maqueta del Transiberian o el diario de Tatiana, la adolescente violada por la Mafia rusa de Promesas del Este, demuestran su nuevo interés por la familia, los amigos y la sociedad. Más adelante están la maqueta de la limusina de Cosmópolis, el vestuario de Un método peligroso y una copia del guión de Bad Babysitter 2, la falsa película dentro del inquietante desembarco de Cronenberg en el Paseo de la Fama que es Maps to the Stars.

“Durante mi carrera he sido consciente de que si me instalaba en Los Ángeles acabaría haciendo películas sobre Hollywood, por eso he permanecido en Toronto”, cuenta Cronenberg en uno de los vídeos de entrevistas que redondean la exposición. Algo que ha acabado sucediendo de igual manera, pues su última película, protagonizada por Julianne Moore, Mia Wasikowska, Robert Pattinson, John Cusack y ¡hasta Carrie Fisher!, es una exploración del mundo de los actores en la tierra prometida. Tan terrorífica, sangrienta y explícita como cualquiera de las películas que hacía en la época del body horror. Porque ahora el parásito no es un bicho. 

Es la sociedad. Sí, no negaremos que esta exposición nos está dejando el cuerpo raro. Menos mal que, al fondo, reconocemos un bar en el que decidimos reparar el existencialismo grimoso que se ha apoderado de nosotros silenciosamente. Además, acodado en la barra está está Mugwump. Y eso que se escucha de fondo es free jazz. No se nos ocurre mejor manera de acabar con esta sensación rara que unirnos a él y tomar una copa. Puede que esto nos acabe salpicando (literalmente), que Mugwump nos engulla o que se ponga kafkiano. En cualquier caso, ¿qué opciones tenemos? Está claro que hemos sido programados para visitar esta exposición.

mugwump
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