Conoce al Nanni Moretti de Chamberí

Un guionista empeñado en dirigir un musical sobre los pactos de la Moncloa. Llega a la Cineteca del Matadero (Madrid) 'Ilusión', la comedia –de Daniel Castro– con la que más nos reímos en el Festival de Málaga. Por ANDREA G. BERMEJO
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La culpa es mía porque, por una mezcla de despiste y calor, he llegado tarde a la entrevista. Son las seis menos cinco de la tarde y me presento con veinte minutos de retraso a la cita con Daniel Castro, el director de Ilusión, la divertidísima comedia que arrasó en Zonacine en el último Festival de Málaga. Cuando reconozco al hasta ahora guionista (Gran Hotel, Yo soy Bea…) entre los bulevares de Santa Bárbara, sentado en un bordillo y mirando fijamente su iPhone, acudo ante él presurosa entre excusas de todo signo.

-Perdón, perdón, perdón, digo.

-Hola, me contesta él sonriente pero sin dejar de mirar el iPhone.

Y suena clack o como quiera que suene un flash. Porque se acaba de hacer una foto a sí mismo.

-Me hago una foto todos lo días a las seis menos cinco, me explica. Tengo una aplicación que me lo recuerda.

Hay quien podría tildar de peculiar el hábito tecnológico de Daniel Castro. Pero habiendo visto Ilusión, o sus anteriores cortos, no parece tan descabellado. Castro tiene esa otra costumbre, a la manera de Nanni Moretti o de Woody Allen, de ponerse a los dos lados de la cámara. En su ópera prima sobre las desdichas de un guionista empeñado en dirigir un musical sobre los Pactos de la Moncloa es él mismo quien interpreta al protagonista y, de nuevo como los directores de Caro Diario y Manhattan, el parecido del personaje consigo mismo es más que razonable. “Al personaje y a mí nos separan tres grados de estupidez. Pero en la misma dirección”, nos cuenta cuando nos referimos al asunto. “No interpreto a alguien totalmente diferente de mí, hago bromas sobre cosas que pienso. Cosas que son bochornosas pero que salen de mi cabeza”, explica. ¿Por ejemplo? “Por ejemplo, reprocharle a tu novia que una vez le hiciste un regalo del Lefties”.

Dani Castro –el personaje lleva el nombre del director– es un guionista en paro que se niega a ver naufragar su integridad artística. Su sueño morettiano –ahí queda el pastelero trotskista de Aprile–, tal y como se lo explica en una primera secuencia antológica a un productor –interpretado con inteligencia por David Trueba– consiste en dirigir un musical sobre los grandes pactos de la Transición con canciones –sobre Santiago Carrillo, Adolfo Suárez o los padres de la Constitución– que él mismo ha compuesto. Antes que doblegarse a la vida adulta –y al cine de Michael Haneke, el profundo “aguafiestas”– prefiere que David Trueba le mire con cara de haba, su padre –magnífico Miguel Rellán (Fenómenos)– le mande al carajo y su novia –perfecta en su papel Bárbara Santa-Cruz (Los amantes pasajeros)– le eche de casa y dormir en un parque arropado con un póster de Annie Hall, lo único que verdaderamente le importa en la vida. Es, en definitiva, un ser tan entrañable e idealista como absurdo y patético, un ser trágico que da mucha risa. “Si ofreces un reflejo de ti mismo más ruin o miserable –nos cuenta Daniel Castro– ganas la empatía de la gente. Te conviertes en una especie de chivo expiatorio capaz de concentrar los vicios que todos tenemos y reírte con ellos para que los demás también se rían”.

Hace tres años que Daniel Castro se encerró en un apartamento de Hendaya con un disco duro repleto de películas de Nanni Moretti. “En italiano y sin subtítulos. Ese verano decidí que sabía italiano”. España acababa de ganar el Mundial y él había rechazado “la mejor oferta de guionista que me han hecho en la vida”. Tenía un tratamiento sobre un guionista obsesionado con Kepler, “el George Harrison de los astrónomos”, que nadie quería producir y la responsabilidad de recortarlo para financiárselo él mismo. Después de tres o cuatro semanas y una dieta rica en pollo con curry en bocadillos playeros, había escrito un nuevo guión. Ya no había ni rastro de las canciones sobre Kepler pero la película contaba con temas inéditos e inauditos sobre la Transición. Así nacía su ópera prima, Ilusión, con su título de doble sentido, con su polisemia netamente española. “En el resto de los idiomas ilusión simplemente quiere decir espejismo. En España, por alguna razón, también le hemos añadido el significado de esperanzador al de espejismo. No sé si somos muy cínicos o muy naif”, reflexiona Castro mientras se encoje de hombros.

¿Y por qué un musical sobre la Transición? “Coincidió con aquella campaña de la época de Zapatero de ‘esto lo arreglamos entre todos”, nos explica el director. “Era un poco la situación en la que me encontraba, porque en el fondo soy alguien que ha comprado la versión oficial de la cultura de la Transición –añade–. Reconozco que en estos momentos de crisis a veces puedo tener esa pulsión de ‘entre todos podemos’ que, bien pensada, me parece patética porque alguien desde un punto tan modesto como el de un guionista poco puede hacer”.

En Ilusión, como ya sucedía con su prima hermana Los ilusos (Jonás Trueba, 2013), Daniel Castro ha sabido sortear los escollos de la autoproducción. ¿Cómo? Rodando a saltos a lo largo de tres años, con un presupuesto de 20.000 euros, un equipo mínimo y fluctuante y localizaciones “prestadas”. “Entre algún plano y contraplano pasó un año”, nos cuenta Castro. “Por la crisis –sigue– no habían cambiado la iluminación de Madrid en Navidad y pudimos respetar el raccord de las escenas de exteriores, entre las que también había pasado un año”. ¿Es por eso que en el reparto hay actores no profesionales? No. Junto a Miguel Rellán, César Sánchez o Bárbara Santa-Cruz, Daniel Castro contó con guionistas (Nacho Gabasa) o directores (Víctor García León, Félix Viscarret o David Trueba) para que interpretasen papeles en Ilusión. “Para mí es muy importante, más allá de que sean actores o no, que sean gente inteligente e ingeniosa y que sepan hacer algo bien. Como David Trueba, aunque no sea productor, sabe mucho de cine, podía introducir chistes porque conoce ese mundo”.

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Ilusión se estrenará este sábado 29 en la Cineteca de Madrid, un espacio llamado a ser la Meca de este cine autoproducido. “Hay algo bonito en que puedas rodar una peli con una cámara de fotos, que la puedas montar en casa y encontrar salas o que haya sitios en Internet donde puedas conseguir un reembolso. De golpe, y con una buena conexión a Internet, te conviertes en una especie de major en la época anterior al antitrust”, afirma Daniel Castro antes de terminar nuestra charla, justo cuando reconocemos en el director –ya en negociaciones con una productora para una segunda película– cierta ilusión. En el buen sentido de la palabra.

Ilusión se proyecta el 29 y 30 de junio; 3 y 10 de julio en la Cineteca del Matadero (Madrid).

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