'Centauros del desierto'

La venganza de John Ford contra Hollywood: así convirtió un western en una de las mejores películas de la historia

En 1956, cuando Hollywood le había enterrado, John Ford resucitó para poner patas arriba las leyes del western.
'Centauros del desierto': La gran venganza de John Ford
'Centauros del desierto': la gran venganza de John Ford
'Centauros del desierto': La gran venganza de John Ford

Se llamaba John Ford, y hacía westerns. Pero, a mitad de la década de los 50, no le dejaban hacerlos. A sus 62 años, la industria lo había relegado a la televisión. A él, y a su amado western. Se había acabado la guerra, y aquellos muchachos que habían combatido en Europa, en Japón o en África se licenciaban y formaban urbanitas familias alrededor de la televisión. 

Ya pocos querían ver historias de indios y vaqueros en el cine, porque la gran pantalla era un anacronismo para aquella sociedad cuyos deseos y anhelos difundían a través de las ondas hercianas la élite de publicistas de la avenida Madison. Porque el western ya se veía cómoda y privadamente en la TV, el rey de los electrodomésticos del momento.

El cine vagaba por el desierto, buscando al público perdido como un vaquero un oasis: las imágenes se hacían más grandes (CinemaScope, Vistavisión, Panavisión…) y los grandes estudios, aquellos para los que había trabajado como jornalero Ford, cada vez más pequeños. Tampoco es que Ford pusiera mucho de su parte: su mundo se tambaleaba y él hacía lo propio embriagado por el alcohol.

Tras pasearse borracho y desnudo por el hotel en el que se hospedaba durante el rodaje de Escala en Hawai, acabó a tortas con Henry Fonda, y lo enviaron a rehabilitación. Cuando salió de la clínica, lo pillaron en un plató en calzoncillos, a punto de perder el conocimiento por el dolor: “¡No puedo ni abotonarme los malditos pantalones, por los clavos de Cristo!”, bramó…

'Centauros del desierto': La gran venganza de John Ford

Tras extirparle la vesícula, bien maceradita en cerveza, Ford se sintió un hombre nuevo y tocó la corneta para reunir a su tropa para una última expedición. Estaba el Duque, por supuesto, su inseparable John Wayne, y ese loco de Ward Bond, pero también el productor Merian C. Cooper y el director de fotografía Winton C. Hoch y el guionista Frank S. Nugent.

Todos ellos recortados contra el perfil de su rincón favorito del universo: Monument Valley, en Colorado, la patria de los navajos, donde había sido tan feliz rodando La diligencia, Pasión de los fuertes, La legión invencible Volvía a su particular tierra prometida, buscando respuestas a ese azogue que le reconcomía: volver a ser el más grande y, de paso, volver a convertir el western en algo inolvidable.

Me siento rejuvenecer

Para llevar 40 años haciendo películas, y filmar con Centauros del desierto su filme número 150, Ford muestra la ambición de un principiante en los días previos al rodaje. En su correspondencia escribe: “Es un trabajo arduo y duro, porque quiero que salga bien. Llevo tiempo queriendo hacer un western. Es bueno para mi salud, mi alma y mi moral”. 

A la prensa le cuenta: “En mi mesita de noche tengo un nuevo libro (la novela de Alan Le May en la que se basa Centauros…). Es una del oeste pero no es solo bang-bang y vaqueros y esas cosas, no. Tiene buenos estudios de personajes, problemas reales y un protagonista maravilloso que creo que puede interpretar John Wayne…”. 

Tráiler de 'Centauros del desierto'

No es que pudiera, es que era el único capaz de hacerlo. El historial clínico y etílico de Ford se había propagado por todo Hollywood, y nadie quería dar trabajo a ese viejo cascarrabias. Cuenta Ronald L. Davis que fue una carta de Wayne la que obró el milagro. Dirigida a Jack Warner, amenazaba con abandonar la compañía si no se financiaba la película. 

En medio de la crisis de los estudios, aquello habría sido una puñalada mortal ya que, durante los 50, Wayne contaba sus películas por éxitos. Había en el gesto de Wayne la nobleza del amigo, pero también el egoísmo del actor, pues si ‘Pappy’, como apodaban al viejo Ford, sabía que lo que tenía entre manos era especial, lo mismo puede decirse de ‘Duke’.

La historia de Ethan Edwards, el personaje de Wayne, puede contarse de una manera muy sencilla, como lo hizo Ford a Peter Bogdanovich: “Es la tragedia de un solitario… Es solo un solitario… Que nunca podría ser parte de una familia…”. Pero, en el fondo, es sumamente complicada: Centauros del desierto es la historia de un antihéroe que nunca será feliz, porque está enamorado de su cuñada.

Cuando esta es asesinada, busca recuperar a su sobrina secuestrada más por sadismo y venganza que por afán de justicia, pues la odia por ser medio india. Y luego está cómo se cuenta, claro: según Scott Eyman, Ford desbrozó el guion de Nugent de todo aderezo, eliminando diálogos y explicaciones en un aplicación magistral de la elipsis narrativa.

La palidez de Natalie Wood

Wayne sería, como reza su epitafio, “feo, fuerte y formal”, pero también capaz de vislumbrar la genialidad con el olfato de un rastreador comanche. Aquello era algo nuevo, un western como nunca se había realizado en el que los buenos y los malos se confundían en el polvo del desierto. Con Pilar Pallete [su última mujer] encinta de su primer hijo, rodeado de sus amigos de toda la vida, Wayne no tenía motivos para quejarse de la vida.

Sin embargo, según Harry Carey Jr., quien interpretara a Brad Jorgensen: “De todas las películas en las que trabajé con John Ford, este fue el rodaje más atípico. El tío Wayne estaba mucho más serio, y ese era el ambiente que reinaba entre los actores y el equipo”. 

Olive Carey (la señora Jorgensen), era de la misma opinión: “Cuando le mirabas en los ensayos veías los ojos más malvados y fríos que nunca hubieras visto. Era Ethan hasta a la hora de comer… Ethan siempre estaba en su mirada”.

Natalie Wood en 'Centauros del desierto'
Natalie Wood en 'Centauros del desierto'
Cinemanía

Quien pagó el pato de tanta tensión fue la más joven. A sus 17 años, Natalie Wood ya había tenido un rodaje difícil en Rebelde sin causa, con un ser tan especial como James Dean y Dennis Hopper y Nicholas Ray intentando levantarle las faldas. Debió de pensar que aquello era otra cosa, un mundo de adultos, mucho más relajado: se equivocó. 

En el que está considerado como uno de los primeros making of de la historia, dice, poniendo ojitos picarones: “En la película me llevo muy bien con los indios, pero, en la vida real, las mujeres navajo van tapadas de los pies a la cabeza y, cuando me ven tomar el sol en traje de baño, creen que soy muy poco decorosa”. 

El bronceado se le pasaría de golpe cuando ‘Duke’ y ‘Pappy’ la descubrieron. “¡Vete a cagar en tu sombrero!”, le soltó Ford, con su característica elegancia y sensibilidad, molesto porque se perdiera el contraste de su blanca piel con la cobriza de los indios.

La crítica contra los centauros

La película hizo dinero. Mucho. Costó 2,5 millones y recaudó 6,9. Sin embargo, no obtuvo el favor de la crítica ni de la Academia, que ni siquiera nominó a Wayne al Oscar. Algunos críticos del momento estuvieron especialmente sagaces: Variety la calificó de “algo decepcionante”, pero los que se llevaron la palma fueron los lechuguinos de Cahiers du Cinéma: “Lamentamos ver un buen guion echado a perder”, escribieron. Menos mal que llegó Jean-Luc Godard a poner orden y calificarla de obra maestra… A partir de ahí, Ethan cabalgó victorioso, especialmente en los 70.

Suart Byron la bautizó como “la súper película de culto del Nuevo Hollywood” y, a tenor de sus confesos fans, no le faltaba razón: “La veo una o dos veces al año”, declaró Steven Spielberg, que homenajeó a Monument Valley y el famoso plano de la puerta en Encuentros en la tercera fase. “¡Sus diálogos son poesía!”, afirmó Martin Scorsese, que utilizó un clip del filme en Malas calles… Incluso Vince Gilligan ha reconocido haberse inspirado en su final para el desenlace de Breaking Bad.

En la última década, sin embargo, por más que el American Film Institute la haya nombrado el mejor western jamás realizado, y Sight & Sound la séptima mejor película de la historia, el prestigio de Centauros del desierto se ha visto erosionado: se la acusa de ser excesivamente contemplativa, de divagar en exceso y, sobre todo, de ser ideológicamente conflictiva, con el encumbramiento de un héroe racista y derechista.

En el fondo, el problema con Centauros del desierto radica en su ambigüedad. Gozne en la historia del cine, puede ser el más clásico o el más moderno de los filmes. Es violento y bello, es formulaico e innovador. Es el fin del western, pero también el inicio de todos los que han venido después, porque sin ella es imposible entender la filmografía de Peckinpah, Sin perdón, Dead Man o Valor de ley. Es, en definitiva, una obra de arte.

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