[Cannes 2019] 'Parasite': Bong Joon-ho lleva la revolución a casa

El director de 'Memories of Murder' ha vuelto a Corea para hacer su mejor película hasta la fecha: una endiablada comedia negra sobre la desigualdad social.
[Cannes 2019] 'Parasite': Bong Joon-ho lleva la revolución a casa
[Cannes 2019] 'Parasite': Bong Joon-ho lleva la revolución a casa
[Cannes 2019] 'Parasite': Bong Joon-ho lleva la revolución a casa

El director coreano Bong Joon-ho, que en dos décadas de carrera y siete largos nunca ha bajado del notable (como poco), ha subido aún más el techo de su cine con Parasite. Es la nueva y deslumbrante cumbre de una filmografía que, como muy pocas, siempre ha mantenido el equilibrio perfecto entre el atractivo comercial de una realización vigorosa y géneros populares con comentarios sociopolíticos muy incisivos.

Memories of Murder (2003) y Snowpiercer (2013) abordaban tan de lleno las desigualdades sociales y la lucha de clases como lo hace Parasite, que se fundamenta en el protagonismo colectivo de una unidad familiar igual que The Host (2006). Song Kang-ho, el mejor actor coreano del siglo XXI, es el patriarca de una familia pobre de Seúl que se mantiene con trabajos precarios para pagar las facturas y el alquiler del cochambroso piso bajo donde viven robando wi-fi de los vecinos.

Su situación cambia cuando al hijo le surge la oportunidad de reemplazar a un amigo en su trabajo como profesor particular de inglés de la hija de una familia acomodada. Sin estudios pero con ingenio de sobra, consigue ganarse la confianza de la señora de la casa (Cho Yeo-jeong, gran descubrimiento actoral dentro de un reparto coral sobresaliente sin excepción) e ir introduciendo, poco a poco, al resto de sus familiares en distintos puestos de servicio doméstico.

Ese absorbente proceso de infiltración paulatina en la casa y vida de los empleadores –casi una especie de multiplicación por cuatro de Teorema (1968), de Pasolini– solo abarca el primer acto de la película, de irrefrenable fluidez y con set pieces escandalosamente eficaces. El director de foto Hong Kyung-pyo –que ya trabajó con Bong en Mother y Snowpiercer, y viene de hacer The Wailing con Na Hong-jin y Burning con Lee Chang-dong; una racha impresionante– explora con minuciosidad cada rincón de la mansión moderna dando una lección maestra de cómo se retrata un espacio hasta hacerlo tan reconocible como tu propia casa.

A partir de ese arranque que funde a Buñuel con Hitchcock, Bong y su coguionista Han Jin-won llevan la historia de Parasite por derroteros y giros que reafirman su diagnóstico social de la lucha de clases. Pero manteniéndose con tanta gracia dentro del terreno de la inteligencia que sonroja pensar en lo que hemos alabado los mecanismos de Jordan Peele cuando es evidente que es posible hacerlo mucho mejor.

Después de dos coproducciones internacionales en inglés como Snowpiercer y Okja, es una gozada ver a Bong de vuelta a casa para referirse específicamente a la realidad de su país. Habla de la competitividad del hipercapitalismo en Corea del Sur, la sumisión cultural a EE UU –la familia rica valora todo lo que tenga apariencia de procedencia estadounidense– y la miriada de marcadores diferenciales de clase –desde la vestimenta y apariencia física hasta la entonación del idioma y la forma de expresar el trato– que domina una cultura tan reglada como la coreana.

Parasite vendría a ser un tratado sobre la alienación de clase según la teoría marxista que toma la forma de un thriller doméstico sobre el engaño y la interpretación de roles sociales como construcción de la realidad; quizás el más extraño desde la inclasificable Callejón sin salida (1966), de Roman Polanski. Las relaciones de poder que basan su dominación en el capital están perfectamente retratadas en tres niveles. La clase alta vive a costa de la fuerza de trabajo obrera, sin maldad pero con altas dosis de narcisismo; la clase media precarizada que intenta mantenerse a flote pese a las inundaciones de un sistema salvaje y deshumanizado que quiebra sus aspiraciones; y una todavía inferior, apartada de la esfera pública y recluida en sus espacios de miseria, lejos de los demás ojos.

El ascensor social es posible, pagando importantes precios, pero casi siempre funciona hacia abajo. Al contrario que la obra de Bong Joon-ho, que ha llegado más alto que nunca con esta nueva película.

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