[Cannes 2018] Nuestro amor fue un telón de acero

El romance musical de 'Cold War', de Pawel Pawlikowksi, demanda sitio en el palmarés, mientras Jia Zhangke se empeña en seguir mirando su propio cine sin salir.
[Cannes 2018] Nuestro amor fue un telón de acero
[Cannes 2018] Nuestro amor fue un telón de acero
[Cannes 2018] Nuestro amor fue un telón de acero

¿De qué se habla hoy en Cannes? Según el interés de cada uno, hay dos titulares de sensacionalismo clickbait para elegir: la comparación que ha hecho Jean-Luc Godard entre el frágil futuro del cine y el de Catalunya en una asombrosa rueda de prensa mantenida con los periodistas en Cannes a través de un móvil con FaceTime desde su casa en Suiza –no, no ha utilizado filtro con orejas de perrito; una pena–; o las transparencias del vestido que llevaba anoche Kendall Jenner. He aquí prueba fotográfica de una de las dos historias:

[Cannes 2018] Nuestro amor fue un telón de acero

Si la naturaleza de las películas proyectadas en el festival, o las cosas del cine, cada vez más habitualmente quedan en segundo plano de lo que el público busca saber de Cannes, será imposible dejar de señalar a los medios como cómplices.

¿Qué películas has visto? La que comprensiblemente ya está colocada como primera candidata a la Palma de Oro: Cold War, de Pawel Pawlikowski. El caso del director polaco resulta fascinante porque hace en sentido inverso el camino que suelen recorrer muchas grandes figuras del cine de autor. Lo más extendido es que primero te aúpen a los cielos en algún festival, la cinefilia abrace sin filtro tu obra y, cuando alguna casualidad o estrella actoral consiga que tu nombre lleno de consonantes le empiece a sonar al gran público, quienes levantaron tu altar se lanzan a repudiar lo siguiente que haces; no siempre sin razón. La historia reciente de Cannes ha dado varios casos de esos –este mismo año, Sergei Loznitsa ha inaugurado la sección Un Certain Regard con una película que no está nada mal, por cierto–, pero el de Pawlikowski es justo lo contrario. O, como mínimo, con un efecto boomerang muy logrado.

Pawlikowski comenzó en el terreno del documental lírico pero no tardó en pasarse a la ficción dentro de la industria británica. En Reino Unido dirigió un puñado de películas de producción y alcance medianos, temática social y cada vez menos interés –aunque allí trabajó con algunos grandes intérpretes al principio de sus carreras: Paddy Considine en Last Resort (2000) o Emily Blunt en My Summer of Love (2004)–, pero ha sido en esta década, de regreso a su Polonia natal, cuando ha encontrado la voz propia que, de manera sorprendente, ha gestado durante tanto tiempo. Y resulta que es una de las más rigurosas y perfiladas del cine europeo actual. Lo demostró con la dreyer-bressoniana Ida (2013) y lo ha confirmado con Cold War, su debut en la competición oficial de Cannes, donde repite con la deslumbrante Joanna Kulig delante de la cámara, fotografía en blanco y negro de Lukasz Zal en formato cuadrado, así como más miembros del equipo técnico.

Cold War remite con aire clásico al romanticismo fatalista en tiempos de conflicto bélico de Casablanca, cambiando la II Guerra Mundial por la de su propio título; concretamente, la posguerra durante las décadas de los 50 y 60 en Polonia primero, el resto de Europa después (Berlín, París, Yugoslavia...). Los amantes desgarrados por las circunstancias políticas y la geografía continental son un compositor e investigador musical (Tomasz Kot) y una cantante (la mencionada Joanna Kulig, a quien no sería raro ver con premio de mejor interpretación femenina), a quienes vemos conocerse, separarse, liarse, traicionarse y, finalmente, enamorarse, a través de los años y secuencias breves, de emoción contenida pero flamígera, distanciadas por elipsis rotundas que hacen avanzar el tiempo sin piedad.

Es posible entender la película de Pawlikowski como una suerte de musical gracias a las actuaciones que van puntuando cada viñeta argumental. Primero como parte de la investigación de etnografía musical y tradición oral que propicia el encuentro de los protagonistas, después con las actuaciones de su conjunto de música popular, la evolución de ella como cantante de jazz y los distintos caminos que toman sus vidas.

Todo ello contenido en una ajustadísima duración de menos de 90 minutos en la que cada línea de diálogo, miradas desde el lejano fondo de planos con gran profundidad de campo, gesto reprimido o interacción con otros personajes –hay un cameo muy divertido de Jeanne Balibar– dan forma desde fuera al vínculo entre ambos personajes: invisible desde el exterior, áspero en la superficie y doloroso por dentro, como el telón de acero. Hasta en esa economía narrativa y facilidad para decirlo todo sin necesidad de gritar nada se pone Cold War a la altura del cine de los grandes clásicos.

Otra historia de amor tormentoso truncada por los desplazamientos y observada en distintos momentos temporales sirve de principal línea narrativa a Ash Is Purest White, lo nuevo de Jia Zhangke. Quien sigue siendo uno de los cineastas más importantes del siglo XXI lleva unos cuantos años corriendo el riesgo de caer en la categoría de los renegados anteriormente mencionada –más o menos desde la presentación en Cannes de 24 City (2008)–, pero aunque películas como Un toque de violencia (2013) o la mejor Más allá de las montañas (2015) resultaran irregulares siempre albergaban momentos magníficos en su interior. Lo mismo ocurre con el neonoir de Ash Is the Purest White, pero porque Jia parece estancado en un momento donde no escapa de la retroalimentación de su propia filmografía.

Citando de manera más o menos explícita, visual y argumental, películas como Xiao Wu (1997), Unknown Pleasures (2002), Naturaleza muerta (2006) o Más allá de las montañas –donde los Pet Shop Boys funcionaban mucho mejor que aquí Village People– Ash Is Purest White vuelve a contar con la gran Zhao Tao como protagonista en una historia criminal que se mueve a golpe de elipsis violentas y viajes en tren. Después de pasar 15 años en la cárcel por salvar la vida a su novio gangster en un ataque callejero, la protagonista intentará recuperar su anterior vida en pareja.

Cuando sigue sus estrategias o captura ciertos encuentros, el talento narrativo de Jia y su habilidad para retratar ambientes concretos destaca como siempre, pero para llevarnos por caminos ya muy conocidos. Lo que nos venimos preguntando todos desde hace unos cuantos años es: ¿cuándo va a hacer una película de acción pura y dura, da igual si wuxia o a tiros? La pelea en la carretera de Ash Is Purest White –homenaje a John Woo incluido– es un nuevo argumento a favor de esta importante cuestión.

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