[Cannes 2018] Clímax total de Nicolas Cage

Panos Cosmatos y Gaspar Noé, dos directores que saben cómo exprimir todas las posibilidades plásticas del medio, llevan el desenfreno a la Quincena. Y a Nicolas Cage.
[Cannes 2018] Clímax total de Nicolas Cage
[Cannes 2018] Clímax total de Nicolas Cage
[Cannes 2018] Clímax total de Nicolas Cage

¿De qué se habla hoy en Cannes? Las ausencias de varios directores con película en competición pero no presentes en el festival para defenderlas ante la prensa. Por un lado, el esquivo Jean-Luc Godard haciendo la rueda de prensa a través de FaceTime; por otro, los ausentes forzosos. El ruso Kirill Serébrennikov no vino a presentar su nostálgico musical rockero en blanco y negro Leto por encontrarse bajo arresto domiciliario por el gobierno ruso de malversación de fondos públicos, mientras que hoy la ausencia del disidente iraní Jafar Panahi, que no puede salir de su país, también se ha sentido en la presentación de su nueva autoficción, Three Faces. En el lugar de ambos cineastas, espacios vacíos.

[Cannes 2018] Clímax total de Nicolas Cage

¿Qué películas has visto? Dos títulos estrella de la Quincena de Realizadores, dos películas capaces de poner al público a aplaudir a mitad de la proyección, dos nuevos trabajos de dos directores excesivos, irregulares, decididamente irritantes en ocasiones, pero decididos a llevar hasta el final tanto sus ideas como las posibilidades expresivas de la imagen y el sonido en el medio audiovisual: Panos Cosmatos Gaspar Noé.

El primero de ellos, hijo del legendario George P. Cosmatos que dirigió películas como Rambo: Parte II Cobra, se mantiene en la línea de su apabullante debut, Beyond the Black Rainbow (2010), poniendo todos los recursos del cine al 11 de volumen para contar una historia de género profundamente referencial, sin concesiones y para público iniciado. Si en su ópera prima trazaba un homenaje atmosférico a buena parte de la historia del cine de terror, en Mandy cuenta con Nicolas Cage para jugar una partida de rol en vivo. Y, si eres un director como Cosmatos, alguien tan entregado a darlo absolutamente todo en términos de actuación no puede ser mejor aliado.

Mandy comienza con la densidad atmosférica del más reciente Nicolas Winding Refn envolviendo con una partitura cósmico-rockera de Jóhann Jóhannsson –una de las últimas composiciones del músico islandés– sus imágenes filmadas en celuloide mientras presenta con deleite en la dilatación temporal a los protagonistas: Nicolas Cage, un leñador atento y cariñoso con su pareja, interpretada por Andrea Riseborough. Pronto, con la aparición de una inquietante secta religiosa salida de una noche de farra entre Tobe Hopper Rob Zombie, la película pasa a convertirse en la adaptación a imagen real de un disco de King Crimson que su canción para los títulos de crédito anunciaba.

Los villanos secuestran, drogan, torturan y matan a la novia de Cage en escenas irrespirables bajo la paleta más pesadillesca y cruel del David Lynch de Twin Peaks Corazón salvaje. Así le llega al protagonista el turno de vengarse, con decisión de guerrero cimmero tras tratar sus heridas exteriores e interiores con una botella de alcohol en una escena de carrusel emocional, gritos y lágrimas digna de figurar en cualquier top interpretativo del actor. Su descenso a los infiernos de la violencia y la casquería, en camino inverso a aquel reivindicable juguete gamberro que fue Furia ciega (2011) o cualquiera de las entregas de Ghost Rider, deja sin aliento con cada nuevo alarido, hueso crujido o sangre derramada.

Todo en Mandy remite al imaginario metalero de las portadas de los discos de Iron Maiden y partidas a Dragones y mazmorras, pero transportado al contexto de una película de venganza. Los elementos sobrenaturales y fantásticos son aportados tanto por el desbordante paisaje sonoro como por la gradación de colores, superposiciones de imágenes y personajes que, literalmente, son demonios concebidos para que Nicolas Cage les arranque la cabeza o se bata con uno de ellos en un duelo de espadas pero con sierras mecánicas –escena imposible de borrar de las retinas una vez vista–. Pero Cosmatos, que describió la película como muy influida por la muerte de sus padres, y su coguionista Aaron Stewart-Ahn no pierden el tiempo en buscar explicaciones ni trazar mitologías. Recurren a un imaginario muy compartido colectivamente para sacarle partido como escenario catárquico de temores y angustias.

Decir que Mandy es una película que pertenece al Olimpo de la carrera de Nicolas Cage sería redundante: su propia esencia es de la ambrosía que beben el resto de dioses de ese lugar.

Con el subidón de Mandy todavía en las retinas, esta mañana era el mejor momento para madrugar y ver Climax, el psicotrópico musical electro de Gaspar Noé (Irreversible, Enter the Void) como si del colofón de un after se tratara.

La historia de Climax no puede ser más sencilla: Gaspar Noé ha contratado a una docena de bailarines de primer nivel –entre ellos, también actores como Sofia Boutella, MVP de allá por donde pasa– para idear y rodar en apenas un par de semanas una película presuntamente improvisada. ¿El argumento? Un grupo de jóvenes bailarines se reúnen a mediados de los 90 en un edificio retirado de la ciudad para trabajar en una nueva coreografía. Asistimos a una noche tras los primeros días de ensayo, donde ya ha dado tiempo a que surjan atracciones, desprecios y tensiones de toda clase entre ellos. Y pronto se elevarán al paroxismo cuando sean inesperadamente drogados y empiecen a atacarse entre sí mientras suenan temas de Daft Punk, Aphex Twin, Soft Cell Giorgio Moroder sin descanso.

Lo que podría haber sido una fascinante combinación entre la secuencia de baile de De la guerre (2008) y Evil Dead termina en terrenos más convencionales de los que hacía imaginar su premisa, sobre todo en el tercio final donde la locura absoluta se abraza más en apariencia –gran parte de la acción transcurre con la imagen boca abajo– que cristalizando realmente. Pero eso suele ser habitual en las propuestas de Noé: un comienzo brutal, por encima de cualquier consideración posterior, que termina diluyéndose en su propio agotamiento.

Climax no es ajena a ese sentimiento. La primera hora completa es de una fuerza brutal, comenzando por una secuencia de baile que parece coreografiada dentro de una batidora de drogas sintéticas. No vamos a echar en cara a Noé que todos los personajes tengan el grosor de una hoja de papel, pero la opresión creciente de la situación preapocalíptica, a medio camino de Pasolini Buñuel, no llega a beneficiarse de esa ligereza del andamiaje para llegar a una conclusión más impactante. Es decir, el clímax de Climax pertenece a sus prolegómenos y luego se estira hasta desgastarse sin ofrecer recompensa. Tratándose de este cineasta, sospecho que es deliberado.

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