[Cannes 2017] El cine diorama

Andrey Zvyagintsev y Todd Hayness dan el pistoletazo de salida en la competición por la Palma de Oro con dos películas huecas por dentro.
[Cannes 2017] El cine diorama
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[Cannes 2017] El cine diorama

¿De qué se habla hoy en Cannes? Andan por aquí dos de los cineastas más prolíficos, resolutivos y (a veces) brillantes del cine reciente, de esos que pueden impulsar varias vocaciones de futuros directores de cine, cada uno a su manera. El infatigable Takashi Miike ha presentado su película número cien (en 26 años de carrera), la adaptación del manga Blade of the Immortal; y, en la Quincena de Realizadores, el maestro Werner Herzog acompaña una proyección de su Teniente corrupto con una charla. Escuchar a cualquiera de los dos debería ser una inspiración para aspirantes a narrar con imágenes. Otra cosa es asumir que entre los asistentes a Cannes se encuentre alguien así.

¿Qué películas has visto? Dos de la competición oficial: Nelyubov (Loveless), de Andrey Zvyagintsev; y Wonderstruck, de Todd Haynes.

Dado que Andrey Zvyagintsev ya utilizó el título The Banishment para su tarkovskiano drama familiar campestre de 2007, esta película sobre las consecuencias de la desaparición de un niño de 12 años se llama Loveless. Así, de paso, el cineasta ruso encuentra pie para convertir el filme en una despiadada radiografía de deshumanización y, claro, ausencia absoluta de amor entre los miembros de una familia en proceso de descomposición: el niño desaparecido, su padre, su madre -incluidas las nuevas parejas de cada uno- e incluso su abuela.

Como en los anteriores trabajos de Zvyagintsev -especialmente El regreso, 2003-, no hay esperanza ni resquicios de amor paternofilial en Loveless. Tampoco sitio para sutilezas en la visión pesimista que plantea, enclaustrada dentro de una puesta en escena tan rectilínea e inamomible como las carcasas emocionales de sus personajes. Esa aproximación gélida a la experiencia humana, que tanto aplauso suele encontrar en el circuito de festivales, hace que la dimensión de thriller procedural -todo lo relacionado con la organización de la búsqueda del chaval, cada hilo que sigue la investigación- posea una elegancia visual por encima de la media, lo que lleva a cuestionar una vez más -esto no es nuevo- la motivación para emplear tan evidente cantidad de talento y medios técnicos al servicio de un sermón paternalista  y hueco. Pero bueno, cada uno hace con su tiempo lo que quiere; y si se tiene mucho, hasta se puede ver Top of the Lake y tener una experiencia bastante similar.

Las estrategias de Zvyagintsev son cristalinas; están tan asentadas en cierta manera de abordar el cine que sería absurdo sorprenderse ante ellas. En cambio, que Todd Haynes firme una película como Wonderstruck después de una filmografía intachable hasta ahora es pura decepción. Quizás el director de Safe no fuera el más adecuado para adaptar la novela infantil de Brian Selznick; aunque, en su momento Martin Scorsese tampoco lo parecía y resolvió mejor la jugada en La invención de Hugo, otra historia de amistad infantil y conexión a través del arte. Claro que, allí, el resorte de reblandecimiento nostálgico que manejaba Selznick era Méliès; en Wonderstruck parece más complicado trasladar al cine desde el original literario la fascinación de los gabinetes de curiosidades, las maquetas o las distintas edades urbanas de Nueva York.

No es que Haynes no lo intente. Se propone contar parte de la historia, ambientada en los años 20, en blanco y negro y sin sonidos para remitir al cine silente. Recurso jugoso que se queda en mero gimmick estético -nivel The Artist, es muy triste decir esto- cuando busca relacionar con un mecánico montaje paralelo las peripecias de una niña sordomuda en la gran ciudad de los 20 con las de un chaval que acaba de quedarse sordo en los 70. La presencia anecdótica de Julianne Moore y Michelle Williams cede todo el protagonismo a los intérpretes infantiles, confirmando que después de Carol el cineasta ha hecho su película más familiar y comercial.

Carter Burwell aporta una banda sonora embriagadora, siempre con el techo sublime en el punto de mira, que levanta la emoción de escenas poco inspiradas, apelotonadas y reiterativas. Recrear Nueva York en los años 20 y los 70, añadir una secuencia en stop-motion como guinda expositiva y jugar todas las cartas a la empatía de la platea hacia un ramillete de personajes unidimensionales no es de recibo para un cineasta como Haynes. Ni siquiera en su peor película. Cada imagen de Wonderstruck, no aspira a despertar mayor admiración que uno de los dioramas del Museo de Historia Natural que un papel tan relevante juegan en su argumento. Lo malo es que, de ser así, aceptando estas imágenes huecas por dentro, al menos deberían ser transmisores eficaces (de una narración, una experiencia estética, un estado de ánimo o un pálpito interior) por sí mismas. En ese sentido, Zvyagintsev lo tiene más sencillo. Se transmite mucho mejor el desprecio que la empatía con el cine diorama.

La imagen del día: Michelle Williams haciéndose una coleta para escuchar a Bowie. Es alarmante la cantidad de películas en las que la actriz apenas sale menos de diez minutos (Wonderstruck se une al grupo de Manchester frente al mar, Shutter Island, Brokeback Mountain...) y ella SIEMPRE es lo mejor de todo.

¿Qué esperas de mañana? Bong Joon-ho llega a la competición oficial con Okja, pero mi auténtico highlight será recuperar dos de las películas a las que más ganas tengo en la Quincena: lo nuevo de Claire Denis y de Philippe Garrel.

Palmómetro: Wonderstruck partía como favorita antes de empezar por su capacidad para aunar la diversidad de gustos individuales del jurado. Una vez vista, con su espíritu conciliador y ausencia de salidas de tono, así se queda.

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