Bertrand Mandico: A pelo y a pluma

El Festival Curtocircuíto ha dedicado una retrospectiva al director francés Bertrand Mandico, emperador de la escatología cinematográfica
Bertrand Mandico: A pelo y a pluma
Bertrand Mandico: A pelo y a pluma
Bertrand Mandico: A pelo y a pluma

Bertrand Mandico (Toulouse, 1971) es una especie de mito para los cortometrajistas europeos. Proveniente de la animación, sus trabajos han podido verse en Cannes o Venecia, festival este último que también programó su primer largo en 2017, la inclasificable Les garçons sauvages. Aunque reconoce que se dedica al cine por la impresión que le causó el trabajo de David Lynch, en su particular universo surrealista y burlón se dan la mano Jan Svankmajer, Jean Cocteau o Tim Burton… si Tim Burton se atreviera a salpicar los fotogramas de sus películas con todo tipo de fluidos corporales, pelos, plumas, órganos purulentos, llagas pútridas y demás enemigos del buen gusto. Porque el reino de Mandico es, sobre todo, la escatología. De hecho, alguna de las sesiones de la retrospectiva que le dedicó el Festival Curtocircuíto de Santiago de Compostela la despidió deseando una “feliz indigestión” a los espectadores. Para alguien que titula sus obras Notre Dame des Hormones (Nuetra Señora de las Hormonas) o Y-a-t-il une vierge encore vivante? (¿Queda alguna virgen viva?) la primera duda que nos asalta es de dónde surge esa imaginación desbordante. “Primero tengo una intuición sobre algo o sobre una imagen de la que no me puedo desprender. Es como un virus. A partir de ahí, empiezo a dar vueltas alrededor de esa imagen o de esa idea hasta que se convierte en una película”. Y las ideas son completamente alocadas: dos actrices se encuentran una especie de barriga peluda con un falo al que hablan y por cuyo amor pelean. O reconvertir a Juana de Arco en una violadora lesbiana que, aun así recuerda en algunas cosas a la gran protagonista del clásico de Dreyer. Pasa también con otras de sus puestas en escena, que recuerdan mucho a las primitivas de Georges Méliès “La verdad es que me gusta más el español Segundo de Chomón. Aunque su cine es más ligero, fue capaz de ir más allá de lo que fue Méliès. Las referencias a los clásicos no son conscientes. Cuando trabajo en una historia, si hay ecos del pasado eso me reafirma en que puede ser un objeto digno de ser filmado. Pero por ejemplo, con Juana de Arco tuve muchos problemas porque era el emblema de la ultraderecha. A mí me pone bastante nervioso. No entiendo muy bien que dios se le apareciera para decirle que tenía que echar a los ingleses. ¿Qué le importarán a dios esas cosas? Y quería desmitificarla. Imaginé que podía rehacer la historia. Algo parecido a lo que hizo Alan Moore en Watchmen”.

Como Alan Moore, Mandico va ataviado como si se hubiera escapado de una película de magos victorianos o de una convención de poetas románticos. A su lado siempre está su musa, Elina Löwensohn, que ha tenido una importancia crucial en su obra, erotizando considerablemente sus historias. Por supuesto, que nadie espere un sexo vainilla a lo 50 sombras de Grey. El sexo es hermosamente sucio. “Cuando tengo una idea, se la comento a ella. Veo su reacción. A veces no le convence. La primera vez que rodé con Elina le pedí que interpretara a un hombre y a una mujer en Boro in the Box(dedicado al director erótico Walerian Borowczyk)”.

Desde entonces, ha sido bastante habitual que sus personajes sean ambiguos, andróginos o que cambien de sexo en medio de la historia, como ocurre en Les garçons sauvages, su primer largometraje. Elina nos cuenta que Bertrand está obsesionado con mostrar como el lado femenino de los hombres y el masculino de las mujeres se encuentran en constante lucha en todos nosotros. Aunque fuertemente narrativas, sus películas rehúyen las convenciones. Para Mandico, el cine es sueño. “El cine que me gusta es aquel que huye de lo convencional. Mi realismo es asumir los artificios. Para mí, que no se vea la cámara en una calle es una falsedad. El espectador ha visto suficientes imágenes, está inundado de ellas. Todos los móviles tienen una cámara y todos podemos filmar. Por eso es interesante volver a la ficción, al mundo onírico, a lo imaginario. Un cine más ambicioso formalmente”.

Mandico es, además, una bicoca para los periodistas. Igual que sus personajes, que acostumbran a vomitar, él hace lo mismo dialécticamente sobre aquellos que considera sus enemigos estéticos. Así, por ejemplo, del canadiense Guy Maddin nos dice que: “Tiene mucho talento pero yo hago completamente lo contrario. Maddin vive en la nostalgia del cine del pasado. Sueña con ser un cineasta del pasado. Y por eso no trabaja con historias de después de 1945. Yo amo todo el cine. Y quiero hacer cine del presente. Y soy más narrativo y menos experimental que él. Además, creo que tiene una mirada mucho más heterosexual que la mía”. De Winding Refn afirma: “Creo que no sería capaz de sentarme en la misma mesa que él porque es un tipo la mar de desagradable, pero Neon Demon me gustó muchísimo”. De los Hermanos Dardenne: “Me han envenenado la vida durante cierto tiempo. No es que quiera denigrar su trabajo, pero se convirtieron en el arquetipo del cine autoral francés. Creo que Lars von Trier fue el que mejor les contestó con Los idiotas”. Del cine de Hollywood: “Cuando veo una película de Marvel siento una tristeza infinita por lo aburridas que son”. La palma, y no la de oro de Cannes precisamente, se la lleva el sueco Ruben Östlund, el director de The Square: “Detesto a los cineastas que no aman a sus personajes, que se enfrentan de una manera cínica, que los miran desde sus alturas intelectuales. Östlund es el producto más degenerado de esta tendencia. Un cine de autor cínico post Haneke. Un cine frío hecho para festivales. Buena parte de culpa la tienen la llegada de script doctors y esos festivales en los que hay laboratorios de guiones. Hay toda una generación de cineastas que solo sabe escribir un tipo de historias”.

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