'El autor': Escribir por pelotas

Manuel Martín Cuenca ('Caníbal') pasa de la solemnidad a la sátira en esta adaptación de Javier Cercas sobre un hombre empeñado en escribir la gran novela española.
'El autor': Escribir por pelotas
'El autor': Escribir por pelotas
'El autor': Escribir por pelotas

La solemnidad de Caníbal, la película que acababa de estrenar, le hacía gracia. Por eso, cuando Manuel Martín Cuenca leyó por casualidad El móvil, primera novela de Cercas que, de alguna manera, ironizaba sobre esa necesidad de trascendencia que conlleva el arte, supo que aquel sería su siguiente proyecto. El autor, protagonizada por Javier Gutiérrez, era la ocasión perfecta para satirizar eso que “desde fuera, para la gente que no se dedica al arte, puede parecer tan ridículo”. También sobre esa convención llamada talento que, según el director de La flaqueza del bolchevique (2003), Malas temporadas (2005) y La mitad de Óscar (2010) depende casi siempre de lo que digan los demás.

Pero entonces, ¿nunca sabes cuándo has hecho algo bueno?

Yo creo que no. Tienes que tener una gran seguridad en ti mismo, una gran determinación. Al final, ¿el talento qué es? El talento es que te digan que tienes talento.

Pero, ¿ni siquiera con perspectiva o tiempo uno puede saber si lo que ha hecho es bueno?

Con perspectiva, sí; pero cuando estás en la faena, no. Y con perspectiva ocurre lo mismo. Tú imagínate que haces una película pero nadie te selecciona en un festival. Tú quieres hacer siempre una gran película, pero la diferencia la marca que alguien diga que has hecho una gran película o que no lo diga. Lo que a mí me interesaba contar en El autor es que el proceso de un necio que quiere trascender es igual que el del genio que quiere trascender. El genio descubre la fórmula y el necio, no. Y se queda en tonto. Hay una novela en la que yo creo que Cercas se inspira, Bouvard y Pécuchet, de Flaubert, que va de dos idiotas que quieren ser sabios. A Flaubert lo pusieron a parir. Es una novela magnífica pero muy moderna, no hay casi narrativa. Es una especie de precedente del Ulises, de Joyce. ¡Y lo pusieron a parir! Flaubert ya era un escritor consagrado, pero imagínate que esa es tu primera novela y nunca la publicas. Probablemente, nunca seas un buen escritor. Entonces, ¿qué es el talento? El talento es lo que dicen los demás que tienes o no.

¿Esto es algo que has pensado siempre y que viste materializado en la novela de Javier Cercas?

Yo siempre he pensado que todo es muy relativo, la verdad. En la novela de Cercas encontré una historia que contaba esto con humor. Hay muchas películas sobre el proceso artístico, pero creo que tomarse demasiado en serio lo que uno hace acaba siendo pedante y cargante.

Paradójicamente, cada vez hay más gente creativa y menos público que recoja esas obras de arte.

Es una paradoja, sí. Cada vez menos gente va al cine pero hay más gente que está dispuesta a coger una cámara y grabar una película. Y algunas de estas películas con muy interesantes, se acaban conociendo, van a festivales, pero, ¿y las 99 que no son una gran película? Solo nos acordamos de Apple, pero no de las miles de empresas que se fundaron en un garaje y fracasaron. A mí siempre me ha interesado mirar las cosas desde el otro lado, no desde el que te enseñan. Dicho esto, si tú sigues queriendo escribir un libro aunque no tengas talento ni éxito, y lo haces como el personaje de El autor, me parece que eres un valiente.

Y ese es el verdadero éxito, ¿no? Hacerlo.

Sí. De hecho, Álvaro, el personaje de El autor, lo consigue al final de la película. Es la primera película con final feliz que hago. El protagonista es un capullo, se queda más solo que la una, pero está feliz porque ha conseguido escribir.

¿No te daba miedo que tu protagonista cayese mal al espectador?

Claro. Y también tenía miedo a no saber hacerlo bien. A meter la pata al explorar un tono diferente. Estábamos rodando y el equipo no entendía qué película hacíamos. No sabían si era un drama, una comedia o qué era. Los actores confiaban, pero ni yo mismo sabía decirles qué género era. Yo les decía: “Vamos a ver”. La certeza de los géneros me aburre. A mí lo que me gusta es intentar explorar. Yo Caníbal ya la he hecho, y la anterior, también. Yo trato de evolucionar con las películas.

Esa exploración, ¿sucede sobre todo en el rodaje?

No, viene desde el principio. Hay una voluntad. Yo hago mucha autocrítica. Cuando termino una película, cojo distancia y hago balance. No tanto de lo que dice la crítica, aunque evidentemente me afecta, sino de lo que dice el público. Hay un momento cuando haces una película en el que ya no la ves, que vas por pura intuición. Pero luego llega otro momento en el que vuelves a verla a través de los ojos de los demás. Y eso para mí sucede cuando enseño diferentes montajes a gente de la que me fío: directores, escritores… Después de la promoción de la película, que es el proceso que más odio, yo me autojuzgo y decido hacia dónde quiero tirar en la siguiente.

¿Por qué odias la promoción?

No me aporta nada. En el mejor de los casos es puro narcisismo si te va bien, o frustración, si te va mal. Repetir siempre más o menos lo mismo. Estar en una especie de pelotón esperando a ver si dicen “vivo” o “muerto”. Es un proceso vaciante. Yo haría películas sin que nadie supiera quién soy. Lo que me gusta a mí es rodar.

Pero a ti la crítica te ha tratado muy bien.

Una crítica positiva puede ser tan negativa como una mala. Porque te lo puedes creer. Hay una cierta impostura en todo esto en la que mantener un equilibrio es muy difícil.

¿Y cómo consigues el equilibrio con los productores para hacer películas tan libres?

Yo he tenido suerte. Tuve un momento muy complicado en mi carrera. Todo cineasta en este país pende de un hilo siempre, no sabes nunca si vas a hacer la siguiente película. Yo ahora estoy ya con el siguiente proyecto y estoy ahí intentando financiarlo. La decisión mía fue empezar a producir, a tirar del carro. Desde entonces, solo se han hecho las películas en las que yo era productor o coproductor. He tenido suerte de encontrar aliados en el camino, pero creo que las películas se han hecho por mi empeño. No ha sido fácil. Yo estuve moviendo Caníbal cuatro años. En medio de Caníbal y El autor, se me han caído proyectos. Dicho todo esto, soy un suertudo. Hago películas y las películas que me gustan. Cruzo los dedos para hacer alguna comercial. Mis películas han tenido prestigio pero poco público.

'El autor': Escribir por pelotas

Javier Gutiérrez es un actor que no le tiene miedo a nada, ¿no?

Es un grandísimo actor. Yo lo vi hace muchísimos años en una obra de Juan Mayorga, con Animalario. Hacía de juez y estaba soberbio. Recuerdo que salí de aquella función pensando que algún día trabajaría con él. Cuando leí la novela y se la pasé a Alejandro [Hernández, coguionista], se le encendieron todas las alertas. Le daba miedo, pero fue decirle que estaba pensando en Javier Gutiérrez para que enseguida viese la película. No solo porque sea un grandísimo actor, sino porque pertenece a esa gran tradición del cine español. El canon que se ha establecido en los último 20 o 30 años es de actores guapos, pero hay toda una tradición en el cine español del hombre de a pie de calle: Sacristán, López Vázquez… y que ahora representan Javier Gutiérrez o Antonio de la Torre. Es verdad que es un canon machista, porque las mujeres se elijen siempre guapas. Es una pena, porque es un canon, el de los hombres, muy rico.

Hablando de valientes, hay una secuencia en El autor en la que Javier Gutiérrez se despelota y hace algo muy sorprendente.

Yo tenía muy claro esa secuencia. Y también era otra manera de huir de ese canon, de sacar a dos personas normales desnudas. Cuando llegamos a rodar esa escena el equipo tenía dudas. Decían: “Pero no vamos a rodar la escena como dice el guion, ¿no?”. Y yo: “Claro que sí: ‘Viene y pone los huevos encima de la mesa”. Todo el mundo, tragando saliva.

En Caníbal, la confesión también estaba al límite del ridículo.

Sí, estaba al borde. Y en El autor también hay un montón de momentos que están al límite. De acabar de rodar las escenas y que Javier me mirase… y yo decirle: “Tira p’alante”. El montador me llamó un día y me dijo: “Manolo, estás al límite”.

Parece que lo que más disfrutas es la dirección de actores.

No. Creo que es lo que más llama la atención, pero no es lo que más disfruto. Me lo paso muy bien con los actores y les estoy tremendamente agradecido. Se juegan mucho y eso les hace muy generosos. Hay un momento en el que se fían de ti y se lanzan a la aventura. Son increíbles, son artistas. Son capaces de tirarse por la ventana si eso mejora al personaje. Por ejemplo, en La flaqueza del bolchevique, que fue un infierno absoluto, recuerdo que los actores estaban allí conmigo. En esa película yo comprendí que hacer cine es como escribir poesía con una taladradora al lado. Tienes que escribir el poema, buscar la sensibilidad de la escena, la emoción, llevar a los actores a eso… Y el tío de la taladradora no para. Sabiendo eso, les estoy muy agradecido a los actores, pero disfruto igual con la planificación, con el montaje…

¿Qué pasó en el rodaje de La flaqueza del bolchevique?

Uf, eso fue hace mucho tiempo. Está ya superado. Se paró el rodaje, hay planos rodados en diciembre y contraplanos rodados cinco meses después. Cuando la vi pegada en Zabaltegi, en el Festival de San Sebastián, y funcionó, dije: “Me ha pasado la cuchilla por aquí”. Me acuerdo de una crítica que decía: “Un pequeño milagro”. Y yo pensé: “No sabes cuánto”.

Eso es el cine, rodajes desastrosos y películas maravillosas.

Eso es la fe. Eso es la intuición, el esfuerzo y el trabajo, pero es la fe. Cuando haces una toma más tratando de conseguir eso en lo que crees. Si no crees, tiras la toalla y te vas a casa.

Háblame de The Miramar Murders, el documental sobre Pablo Ibar, condenado a muerte en EE UU por triple asesinato.

No te puedo contar mucho porque tenemos un contrato de confidencialidad. Es una historia en la que llevamos dos años trabajando, rodando lo que está ocurriendo aquí y en Florida.

¿Angustia el documental, acostumbrado a la ficción?

Es horroroso. Primero, porque no puedes controlar lo que pasa. Te puedes pasar horas y días sin rodar nada interesante. Por otro lado, el montaje es agotador. Además, estás tratando con gente real que sufre, pero estás contando una historia y estás creando una ficción. Hay personajes pero no son actores que luego desconecten al terminar de rodar. En The Miramar Murders hay un señor que está en la cárcel y una mujer que está luchando por que su marido salga. El documental te coloca en tu sitio como director, te hace humilde. Te das cuenta de que no eres nadie, de que la realidad no te obedece. Es la escuela de la humildad. Hubiese hecho más documentales si en España fuese viable.

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