Ángeles González-Sinde: “El cine es como un ejército”

Hablamos con la cineasta, escritora y ex Ministra de Cultura sobre lo jerárquico del oficio, sus maestros Borau, Azcona y Ricardo Franco y qué implica ser directora y mujer
Ángeles González-Sinde: “El cine es como un ejército”
Ángeles González-Sinde: “El cine es como un ejército”
Ángeles González-Sinde: “El cine es como un ejército”

Estos días rueda Los guapos, un corto para Havana 7 bajo su iniciativa Historias que cuentan, en la que Borja Cobeaga, Fran Perea y ella misma llevan a la pantalla historias de gente corriente como tú y como yo. Los guapos es un cortometraje de animación, aunque cuenta con dos intérpretes de lujo, Pilar Castro (Julieta) y Jorge Bosch (Las ovejas no pierden el tren), lo que da buena idea de que Ángeles González-Sinde no ha perdido el tiempo en estos últimos años alejada del cine. Ni su paso por la política ni la crisis de la industria han menguado su curiosidad y sus ganas de retarse a sí misma como cineasta.

Quedamos con la guionista de La buena estrella y la directora de La suerte dormida y Una palabra tuya en un hotel madrileño cerca de la redacción de CINEMANÍA. La encontramos en la cafetería, concentrada, tecleando rauda en su portatil. “Perdona, aprovecho cada hueco que tengo para escribir”, dice al vernos llegar. Esa es su carta de presentación.

¿Qué estás escribiendo?

Desde junio, soy guionista en Amar es para siempre. Ahora estaba escribiendo un capítulo, voy por la secuencia 2. También estoy adaptando una novela para dirigirla, El comensal, de Gabriela Ybarra. Es un libro muy difícil de adaptar, pero me apasiona.

¿Cómo nace la historia de Los guapos, tu corto para Havana 7?

La revista El Duende y Havana 7 abrieron esta convocatoria pública para que la gente mandase historias que les hubiesen sucedido. Les proponían tres directores, Fran Perea, Borja Cobeaga y yo. La persona que enviaba su historia tenía que elegir el director que mejor la podía contar. Yo he leído muchísimas, no sé cuántas, ciento y pico. Había algunas muy bonitas pero difíciles de contar, muy largas o de toda una vida. Me quedé con una que me gustaba mucho por el punto de vista desde el que está contada y con un estilo muy cercano. Es una peripecia muy dramática para el que lo ha vivido pero que desde fuera no deja de tener cierta comicidad, algo de humor negro. Será un corto de animación, que mezclará collage, dibujo y stop-motion con interpretaciones de actores.

Suena muy artístico…

Sí, era una razón para explorar otro lenguaje. La ocasión era buena para tener una oportunidad de avanzar en mi expresión y en mi forma de enfocar las historias.

¿Conocías a gente del mundo de la animación o has tenido que investigar?

Durante el impasse de la crisis me he asociado con Rafa Sañudo, que hace muchos vídeos de animación y corporativos, y esta ha sido la primera oportunidad de aplicar lo que hemos estado haciendo en estos años.

Volviendo a Amar es para siempre, cuando te decidiste a estudiar guión fue precisamente para escribir series de televisión…

Sí, yo nunca he sido muy cinéfila, a pesar de que mi familia vivía del cine [su padre, José María González–Sinde fue productor, director y guionista, así como el primer presidente de la Academia de Cine]. A mí, entonces, lo que me gustaba era la televisión. Después de diez años me dediqué al cine y dejé la tele, pero ahora que he vuelto lo estoy disfrutando muchísimo. Y eso que es muy esclavo hacer una serie diaria. Escribir tan rápido, que se produzca tan rápido y que veas el resultado tan rápido es algo muy satisfactorio. En el cine tienes que tener una capacidad de aguante y frustración muy grande. Muchos proyectos no se hacen. Yo he tenido mucha suerte, casi todos los guiones que he escrito se han hecho. Pero, incluso en ese caso, hablamos de años. Con la tele aprendes mucho porque lo tienes muy fresco en la memoria.

Ángeles González-Sinde: “El cine es como un ejército”

Sesión de rodaje de LOS GUAPOS de Ángeles González-Sinde; @Paco Gómez

Has dicho que no eras cinéfila de niña y al escoger una carrera elegiste Filología Hispánica. ¿Nunca te planteaste estudiar cine?

Con 18 años no tenía ni idea de lo que quería hacer. Yo siempre había querido ser actriz. Hice las pruebas para algunas escuelas de interpretación, entre ellas la RESAD, pero no me cogieron. Ahora me doy cuenta de que no estaba preparada, de que tenía demasiados complejos y de que era muy tímida. Y como no tenía ni idea de lo que quería estudiar, elegí la carrera en la cola de la preinscripción, hablando con mi mejor amiga que sí tenía claro que iba a hacer Filología Hispánica. Ahora entiendo que estaba eligiendo lo que me había gustado en el colegio, el latín, y que lo que me apasionaba realmente era el lenguaje, la sintaxis, la morfología. Todo esto me ha servido, haber estudiado un lenguaje con tanta profundidad, sobre todo para los temas de estructura que son cruciales en los guiones. Tardé mucho en llegar al cine, quizás porque en casa había visto que era difícil y también porque en mi generación no había una escuela de cine. Y sólo fue después de haber trabajado en otros lugares, en una editorial, en una revista, de haber sido traductora… A veces también pienso que las mujeres tenemos más dificultad para vernos como narradoras, como protagonistas, como que también podemos contar una historia. Yo tardé mucho en dirigir, a pesar de que Rafael Azcona siempre me decía que acabaría haciéndolo. Recuerdo que me sentaba fatal porque ya estaba orgullosa de ser guionista, no quería traicionar la idea de ser guionista. Pero llegó un momento en el que me sentí estancada y quise aprender más. Y el lenguaje cinematográfico es muy complejo, mucho más complejo que el latín o el griego. Tienes que manejar muchos niveles a la vez. Una película no son los diálogos, no es sólo la música, sino también el montaje, el ritmo… Muchos elementos. Eso, si no tienes que hacerlo con tus manos, como guionista es un ejercicio de imaginación enorme. Por eso me lancé a dirigir, aunque me costó mucho y me faltaba confianza.

¿Por qué crees que nos pasa esto a las mujeres?

Creo que es algo cultural. Por una parte, está bien porque somos más prudentes. Si haces un repaso de las mujeres de mi generación o más jóvenes, muchas llegaron de la interpretación o del guión. Yo estoy muy contenta con las remesas de directoras que salen de la ESCAC y que estudian dirección. Por ejemplo, María y los demás, de Nely Reguera, me ha encantado. Hay un punto de ser director de cine en el que hace falta algo parecido a la soberbia. Ir a alguien y proponerle que tiene que invertir millones de euros en hacer tu película. ¿Por qué? Tienes que abstraerte de juzgar y analizar si la historia merece la pena o no. Eso a las mujeres nos cuesta más.

Hablabas de Rafael Azcona. ¿Qué personalidades del mundo del cine te han enseñado más?

Quien más me ha enseñado ha sido Borau. Fue mi maestro. Volviendo al lapso de décadas sin escuela de cine en España, yo me hice guionista porque en el periódico vi un anuncio de un master de guión en la universidad autónoma que dirigía Borau. Fue el primer curso con el aval de una universidad. Rafael Azcona era muy paciente y se leía todos los guiones que yo escribía. Mi padre había muerto justo al acabar el curso y no me podía ayudar ni ser mi mentor. Rafael hizo ese papel con toda la paciencia y la generosidad del mundo. Yo no sé si tendría tiempo ahora mismo para leerme los guiones de nadie. Ricardo Franco también. Él leyó un primer guión que yo había escrito como ejercicio del master porque se lo había pasado otro de mis profesores, Manolo Matji, y me llamó. Con Ricardo aprendí mucho. Además, trabajé de asistente en el rodaje de La buena estrella, porque él estaba perdiendo la vista y se sentía muy inseguro. Por lo general, he tenido mucha suerte con los directores con los que he trabajado, porque han compartido sus películas conmigo en todo su proceso.

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Como directora, ¿eres tan abierta con tus colaboradores?

No sé si tanto, pero sí que aprendí mucho en ese sentido de Ricardo. A él le molestaba que la gente del equipo no aportase todo lo que pudiese al rodaje. Él tenía claro que la autoridad era suya. Hay directores a los que les resulta amenazador que el equipo les proponga cosas o les dé soluciones. Hay directores a los que no les gusta que su equipo sea más brillante que ellos. Pero para mí es fundamental que mis colaboradores lo sean. Tú luego ya eliges. Al final el cometido de un director es elegir. Y responder a preguntas. Cada día te hacen no sé cuántas preguntas en el set. De vestuario, decorados, los actores… Todo el mundo te está preguntando todo el tiempo y, en ese sentido, lo mejor es ser abierto para motivar al equipo, demostrarles que sus propuestas son útiles y se valoran. Eso no significa que el cine sea democrático, no hay nada más jerárquico que el cine. El cine es como un ejército y la disciplina, la lealtad y la obediencia al mando es fundamental como en una guerra. Una estrategia militar, y cómo se planifica, no es muy distinta del trabajo de un jefe de producción de una película.

Estudiaste cine en Los Ángeles. ¿Qué aprendiste allí?

De guión no aprendí más de lo que me había enseñado José Luis Borau. Él fue el mejor profesor de guión que he tenido. Pero sí aprendí mucho sobre el trabajo en equipo, sobre el rigor, conocí muy bien todos los oficios porque íbamos rotando para hacer cortos. Lo complicado del cine como profesión es que para aprender tienes que hacerlo. Pero hacerlo es muy caro. El ensayo y error se paga caro. Por eso, la tele, si te la tomas como un campo de experimentación de bajo riesgo, está muy bien para aprender cosas.

¿Cómo recuerdas tu desembarco en el cine español?

Los primeros guiones que escribí fueron para una serie de televisión, con Arturo Fernández y Paco Rabal. Imagínate escribir tu primer guión para Paco Rabal. Era una serie de Miguel Hermoso que se llamaba Truhanes. Estos guiones los iba a haber hecho mi padre a medias conmigo. Al morir mi padre, Miguel Hermoso mantuvo su palabra. El último día que vi a mi padre antes de morirse le llevé la sinopsis de la serie, que le encantó. Con esa edad no me daba cuenta pero ahora sí que pienso que Miguel Hermoso se portó muy bien conmigo. Era una niña que no había escrito nunca nada, pero como me había enseñado Borau los guiones salieron bien. Después hice algunos guiones de Los ladrones van a la oficina, Turno de oficio… Y luego ya escribí mi primer largo para cine, La buena estrella.

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¿Recuerdas esa época como feliz, a pesar de la inseguridad de principiante?

Yo confiaba mucho en Ricardo. La inseguridad la tienes siempre igual, incluso peor. Al principio tú te lanzas a escribir, de una manera un tanto inconsciente. Pero luego vas sabiendo más, eres más ambicioso, te gustaría hacer cosas más complejas y no sabes si vas a ser capaz. La inseguridad siempre está ahí, y la sensación de “esto me supera”, “esto no lo voy a saber hacer”… Por lo menos, para mí es con cada guión. Y luego está la crítica. Yo la detesto, me bloquea mucho.

¿No lees críticas de obras tuyas?

Sólo leí críticas con mi primera película como directora [La suerte dormida]. Lo pasé tan mal y tuve un bloqueo tan grande que… yo no sé si fue Saura quien me explicó una vez que las críticas no había que leerlas. Esto me abrió a mí una posibilidad fantástica que es no leer críticas. Te bloquea mucho el qué van a pensar, si está bien o está mal lo que haces… Hay críticas en España que son salvajes, directamente contra el director, descalificándole. Cuando recibí tan malas críticas hice una ronda con amigos directores para recopilar sus malas críticas. Lo primero que descubrí es que nadie olvida una mala crítica. Un amigo me decía que no me podía quejar, que a mí no me habían dicho nunca que mis personajes eran tan huecos como mi cabeza. Cuando tú te pones a escribir por la mañana aparece esa frase y te quita la confianza. Y ya bastante tiene el guionista con la autocrítica y la opinión del director o el productor.

¿Cómo te quitaste el bloqueo?

La primera vez que me bloqueé me ayudó mucho Manolo Matji. Una cosa que me dijo es que hay momentos en los que importa la cantidad más que la calidad. Si estás analizando mientras estás escribiendo, mal. Hay un momento para cada cosa. Y luego van apareciendo maestros nuevos en tu vida. Últimamente, he aprendido mucho de José Sanchís Sinisterra. A su taller nos hemos ido apuntando algunos guionistas porque está muy bien volver a aprender y refrescar.

Has ganado dos Goya y has quedado finalista del Planeta. ¿Los premios ayudan a confiar más en uno mismo?

Ser finalista del Planeta estuvo muy bien porque en ese momento yo no trabajaba. Había salido del Ministerio, habían pasado dos años y no me había reincorporado al cine. Ser finalista del Planeta me supuso una seguridad económica, sobre todo, en una profesión en la que rara vez tienes perspectivas. Los Goya te dan alegría los dos días posteriores y luego la vida vuelve a empezar y se quedan en un armario. Aunque tu nombre sí que aparece en las listas de guionistas o directores posibles para futuros trabajos.

Ahora que ya ha pasado tiempo desde tu paso el Ministerio de Cultura. ¿Qué valoración haces?

Bueno, me da la sensación de que cuando hablo de mi paso por el Ministerio transmito un poso de amargura, y me da rabia que esto ocurra, pero me pregunto si las personas que no pertenecemos a los partidos pagamos un precio muy alto por haber estado en política. Es decir, es una experiencia profesional y vital que te cambia para siempre, que te hace una persona mucho mejor, más consciente de sus deberes cívicos y de que vivimos en sociedad, pero luego pagas un precio alto porque se convierte en un desdoro, en algo malo en tu curriculum. Y, para un cineasta, no sé si es una maniobra muy inteligente detener tu carrera cinco años, cuando tienes cuarenta y pocos. No es una edad muy buena para frenar en una profesión en la que es muy difícil progresar.

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Y siendo madre. Decías que a veces es doloroso tener una vocación creativa cuando tienes niños a los que cuidar.

A mí me ha pasado. Tengo dos hijas, de 18 y de 12. Sinceramente, a veces lo que quieres es estar escribiendo sin interrupciones porque justo estás en racha y concentrada, pero hay que merendar o cenar o lo que sea. La mayor de mis hijas es muy resignada y condescendiente pero la pequeña protesta muchísimo más si no estoy disponible. Y, luego, yo muchas veces me he sentido out con respecto a mis compañeros varones porque había temporadas en las que no podía ir tanto al cine como iban ellos o no podía leer tanto como leían ellos. Aunque ahora también los hombres dedican mucho tiempo a sus hijos, lo sé por mis compañeros guionistas. El guionista trabaja desde casa y le cae encima mucha de esta intendencia.

¿Cómo ves la industria ahora que vuelves estar inmersa en ella?

La crisis ha sido un descalabro. Estamos viendo como se han restringido los temas y la variedad de las películas. Sobre todo, el cine más industrial. Las condiciones en las que trabajamos los técnicos han empeorado y eso no ayuda a hacer mejores películas. Lo que sí que hay son remesas de talento joven que sale todos los años de las escuelas. Eso debería ser apoyado. A un país le vale la pena apoyar su cinematografía. Si este gobierno cree que no vale la pena, es un problema, no sólo de los cineastas sino de toda la sociedad. No tener cinematografía potente y que viaje por el mundo es catastrófico. Es un patrimonio que es una inversión estratégica. Es difícil hacer entender esto a las administraciones, a las televisiones y a todos los involucrados en hacer cine.

¿Crees que hay mayor concienciación con el tema de la piratería desde la ley polémica que lleva tu nombre?

Sí, yo creo ha mejorado la conciencia de que es un mercado negro. Esto no quiere decir que la gente deje de acceder a la cultura por vías ilegales. Si están ahí disponibles la gente va a seguir usándolas. Le corresponde a las administraciones atajar este problema.

Los guapos, el corto de Ángeles González-Sinde para 'Historias que cuentan', de Havana 7, se estrenará la última semana de mayo.

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