Adam Sandler: La fórmula inagotable y el rechazo constante. Make the movies great again

¿Qué ha ocurrido para que el gamberro preferido de América sea repudiado de manera casi automática pero cineastas de prestigio quieran trabajar con él?
Adam Sandler: La fórmula inagotable y el rechazo constante. Make the movies great again
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Adam Sandler: La fórmula inagotable y el rechazo constante. Make the movies great again

Desde “desperdicio” o “inexplicable”, pasando por “racista” hasta simplemente “terrible”. Basta una búsqueda rápida en Google para darse cuenta de que Adam Sandler (Nueva York, 1966) no vive su momento más popular entre prensa y crítica. En el mejor de los casos, el titular mezcla algo del estilo de “lo mejor y lo peor de Adam Sandler”, como si la única forma positiva de hablar del cómico neoyorquino fuese recordando sus primeras comedias o el puñado de dramas en los que ha participado.

Sandler lo sabe. Conoce perfectamente lo que dicen de él y no le importa. Nunca lo ha hecho, y ahora menos. Su carrera todavía es rentable, acaba de firmar cuatro películas más con Netflix y entre comedia y comedia sigue experimentando con su cara más seria. Estos días presenta en Cannes The Meyerowitz Stories, la nueva película de Noah Baumbach producida por Netflix, rodeada de cierta polémica tras el veto del festival a las películas que no se estrenen en salas francesas.

¿Qué ha ocurrido para que el gamberro preferido de América sea ahora repudiado de esta manera? En un mundo en el que Kim Kardashian parece merecer sesudos análisis y estatus de icono, ¿por qué el modelo creativo de Sandler produce un rechazo tras otro? ¿merece más atención y reconocimiento o, efectivamente, es tan solo un tipo con suerte?

Primeras citas: Adam Sandler comete errores.

Quitémonos esto de encima. Hay defectos en la carrera de Sandler que no vamos a negar. Sus comedias están cargadas una y otra vez de los mismos recursos. Histrionismo y voces, guitarrita arriba y abajo, cameos de todos sus amigos en el show business, personajes principales con síndrome de Peter Pan. Y cuando parece que ha abrazado la comedia sin frenos, estropea la fiesta añadiendo drama que nadie ha pedido.

Son detalles, sobre todo los relacionados directamente con su interpretación, que lleva repitiendo desde sus inicios. Sandler entraría en Saturday Night Live a principios de los noventa, en una época en la que el programa buscaba acercarse al público joven. Su éxito fue monumental. Tanto que a pesar de su despido temprano, la fama de eterno adolescente descarado le serviría para despuntar en el cine los años siguientes. Ahora tiene cincuenta años y para algunos su fórmula empieza a oler a naftalina.

Algunos, porque más allá de estos defectos comunes, el resto de su obra produce pasiones y desata fobias por igual. De hecho puede que ni siquiera en lo arriba mencionado estamos nunca de acuerdo. Porque y sobre todo, la fórmula de Adam Sandler polariza. Esto es clave para su éxito y para el de cualquiera. Sus películas han conseguido las más bajas notas de la crítica y las más altas recaudaciones en taquilla. Cada nueva entrega vuelve a dividir al público entre simples espectadores y fieles seguidores.

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Magia en los zapatos: mucho más que fórmula.

De la misma forma que podemos enumerar las reincidencias aparentemente nocivas, podemos repasar las positivas. La creatividad que Adam Sandler cede en ocasiones se ve luego recompensada en la puesta en escena, en el mismo nacimiento del guión.

Sandler revisita el western con Ridiculous 6, propone sátiras sobre Hollywood en Sandy Wexler y viaja a África en Juntos y revueltos. Probablemente sea, junto con Bill Murray y un par de escalones por debajo, de los pocos que pueden hacer lo que quieran en la industria y en su vida diaria. No llega al extremo de robar patatas a desconocidos, pero sí asegura que propone localizaciones cada ves más lejanas en sus guiones para conseguir unas fantásticas vacaciones para él y su familia.

Sandler es un maestro de la adaptación. Es listo a rabiar. Se le ha condenado una y otra vez, menospreciado y dado por muerto, para permanecer en silencio cuando su nueva comedia rompía todos los esquemas. Al fin y al cabo, fue capaz de aparecer con la acertada Desmadre de padre tras el despropósito de Jack y su gemela. El último caso ha sido Pixels, cinta que fracasaría en 2015 a todos los niveles, pero únicamente para dar paso a Ridiculous 6, la que sería el inicio de su próspera relación con Netflix.

¿Salida prematura de SNL? Inmersión total en el potencial de sus personajes para llegar al cine. ¿Malas relaciones con los estudios? Creación de su productora y aumento del control sobre sus productos. ¿No mejoran? Asociación con Netflix: libertad absoluta en un entorno de consumo que beneficia que sus películas no compitan por recaudación en taquilla sino por número de espectadores, algo que Sandler sabe que su carrera le ha asegurado. ¿Búsqueda de franquicias cinematográficas en el mundo de Los Vengadores? Estrena Niños grandes. Protagoniza una película seria cada tres/cuatro años por si acaso, y hasta flirtea con el cine de acción, no vaya a ser Eddie Murphy el único cómico capaz de jugar a ser detective.

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Embriagado de drama: la eterna y absurda búsqueda de reconocimiento.

Sandler, de forma consciente, sabe también que habitualmente soporta todo el peso de sus películas. Se despreocupa y delega la dirección en directores menores, también amigos, que han trabajado siempre con él y saben dejar que su trabajo quede en un segundo plano. Nombres desconocidos para el gran público, como Dennis Dugan, Steven Brill o Frank Coraci.

Si bien menospreciar la función de una buena dirección en comedia es un error de principiante, Sandler también tiene relación con otro tipo de directores. Dos, para ser exactos.

En primer lugar, directores de renombre que buscan llevar a cabo una película con el sello Sandler. O al menos, encontrarse a medio camino creativo entre uno y otro. James L Brooks (Mejor imposible, Jerry McGuire) trabajaría con él en Spanglish, consiguiendo rodear a Sandler de personajes femeninos mejor definidos de lo que acostumbra, evitando dejes de adolescente y consiguiendo así un retrato más profundo del actor. El mismísimo Tom McCarthy confeccionaría Con la magia en los zapatos un año antes de la oscarizada Spotlight, de la también es director y guionista. Es una efectiva comedia, pero sobre todo una aproximación más íntima a la complejidad de las relaciones paterno filiales, protagonizada por un Adam Sandler al que este tema siempre le ha tocado de cerca.

Por otra parte, sus incursiones en el drama puro y duro. La más célebre es sin duda Embriagado de amor, de Paul Thomas Anderson. La crítica se sobresaltó, escéptica, temiendo el fin de la carrera del que acababa de triunfar con Magnolia y ahora se asociaba con la bala perdida de SNL. Pero Anderson solo tenía palabras de admiración hacia Adam Sandler y su manera de trabajar:

“Le adoro, y siempre me ha hecho gracia. Si es sábado por la noche y quiero ver algo divertido, o si estoy triste, me pongo una película de Adam Sandler. La última cosa que haría es ver Magnolia, ¿sabes? O Rompiendo las olas. Así que veo una de Sandler mientras pienso Dios, quiero conseguir parte de eso, aprender de este tío. ¿Qué lo hace tan atractivo para tanta gente? Creo que es un grandísimo comunicador”. 

Y es que probablemente directores como Paul Thomas Anderson o ahora Baumbach necesiten más a Sandler de lo que Sandler les necesita a a ellos. O incluso Judd Apatow. Porque Sandler es el último gran cómico cinematográfico vivo. Lo que representa, esa perfecta y gradual subida de un chaval que hacía chistes en bares a una estrella de la taquilla, no lo tiene nadie más. Chris Rock, Jerry Seinfeld, Louis CK, ninguno tiene la mitad de éxito en el cine que Sandler, por mucho que puedan ganar en sus bolos. Bolos que, por cierto, Sandler ha retomado. Cuidado.

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Un chico ideal y un ejecutivo agresivo

Desgranando la carrera de Adam Sandler, presenta los rasgos de un Donald Trump en potencia. La atracción que despierta en seguidores y detractores, una obsesiva visión empresarial, su fatídica relación con los medios y la prensa, su personalidad polémica y el sello inconfundible de sus manías y rarezas.

No acaban aquí las similitudes. Adam Sandler representa en el entretenimiento algo cada vez más evidente en el mundo actual. En la época en la que todo se comparte y todo es público, nuestros gustos son cada vez más irremediablemente privados. Hemos adoptado ese terrible anglicismo, los Guilty pleasures, para definir nuestro irresistible deseo de escuchar a los Back Street Boys bajo la ducha y preferimos compartir el tráiler de 13 reasons why sin ninguna gana de acercarnos a ella.

Así, los titulares que abrían este artículo (recuerden “desperdicio”, “inexplicable”, “racista” y“terrible”) encajan para muchos con el actual presidente de los Estados Unidos y con el protagonista de Un papá genial.

Pero la realidad es muy distinta, y Adam Sandler salva su alma con un amor desmedido hacia la comedia y el entretenimiento, que lo convierten en uno de los tipos más queridos de Hollywood y uno de sus casos más fascinantes. Y sobre todo, Adam Sandler representa el paradigma de la entrega a su público, ese ideal al que todo cómico asegura rendirse pero del que muy pocos pueden presumir alcanzar.

El chico que quería hacer reír a su padre busca cariño una y otra vez, ahora en nuestras pantallas. Es absurdo resistirse a una personalidad como esta, a un talento del que tantas generaciones de cómicos, actores y guionistas deben tantísimo (¿les suena Kevin Hart?). Haríamos bien en dejar de intentar resistirnos y empezar a disfrutar del hombre que se ha asentado en nuestro salón con una guitarra. ¿Un ejecutivo agresivo? Sí. Pero también y sobre todo, un chico ideal.

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