CINEMANÍA nº266

Liga de la Justicia
CINEMANÍA nº266
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LO QUE QUEDA DE HOLLYWOOD

1 SUPER STEVENS. No sabemos si Kazuo Ishiguro cambiaría su Premio Nobel de Literatura por algún otro superpoder más. Tal vez le baste con el don de la escritura que ya tiene, pero es seguro que Mr. Stevens, el solícito (y exasperante) mayordomo que Anthony Hopkins bordó en la sensacional Lo que queda del día (James Ivory, 1993), un superhéroe del servicio, tenía una frase perfecta para cualquier icono del cómic trasladado a la gran pantalla: “Si tienes la impresión de que ya eres perfecto, nunca podrás alcanzar tu auténtico nivel”. Aplicable a superhéroes (y franquicias) tanto en auge como en desgracia, la puntillosa observación del supermayordomo viene al caso ante el nuevo desembarco, un auténtico ataque por tierra, mar y aire de DC y sus heroicos muchachos tras la decepción (honrosa, pero decepción) en taquilla de sus últimas películas.

En el actual sistema edulcorado de estudios, y ante el dominio abrumador del imperio Disney tras añadir a sus ya amplios poderes a Pixar, Marvel y Lucasfilm, queda la sensación de que la pugna entre Liga de la Justicia y Vengadores, o entre DC y Marvel, es el último vestigio real al margen de la carrera por los Oscar que queda del Hollywood clásico que recordamos. Igual de jodidamente capitalista, pero con charme, y que ya sólo se manifiesta por todo lo alto en esta casi futbolera rivalidad entre combos de personajes. Este es el último ramalazo de grandilocuencia, inútil, desmesurada y gratuita, pero aún bellamente rimbombante, consustancial a aquel oligopolio de estudios que hizo fortuna hasta que la TV mató al estrellato del cine. Agarrémonos a ello, como si no creyésemos que esta rivalidad pertenece a un mundo que desaparece, como si pensáramos que la orquesta va a seguir tocando incluso debajo del agua. Y más allá. Como si todavía creyésemos que los superhéroes van a salvar el mundo.

2 ESTAFA INDIE. Y si el león de la Metro parecía dormido, lo que queda de Hollywood, del más oscuro y lamentable, ha mostrado su cara estas últimas fechas. El bochorno ha vuelto desde la caverna, sin glamour, y con la cara del abuso de poder y de las agresiones sexuales, un mal atávico en los infiernos del showbusiness, incluida la reacción de algunos medios, como los que han apartado de Italia a Asia Argento. Aunque probablemente no lo merezca, suponemos que hay una cortesía legal que invita al menos formalmente a usar la presunción en todo lo que se diga de Harvey Weinstein, pero su imagen nos devuelve lamentablemente a la vigencia de las anacrónicas teorías criminalísticas de los Garófalo, Lombroso y Ferri en las que, entre disquisiciones penalistas, se acababa diagnosticando al felón por sus características físicas. Dejando de lado que este sujeto y su estampa dejan a Tony Soprano a la altura de una dulce flor del campo, es momento también de revisar su papel en la industria para desenmascararle. Su primera gran mentira es anterior. Original, podríamos decir: los Weinstein ya nos engañaron con ese aura de padre (padrastros, más bien, junto a su hermano Bob) del cine independiente moderno, que en realidad ha sido una forma de hacerse los amos de la industria a través de prácticas corleonianas, urdidas desde un sistema paralelo, y que han llevado a lo indie a convertirse en una práctica vulgar, repetitiva, anticreativa, elevando lo presuntamente alternativo a mainstream en la mentalidad del gran público, un engaño que los cinemaníacos de bien tampoco podemos perdonar.

3 STAR SYSTEM. El rodaje de La vuelta al mundo en 80 días (Michael Anderson, 1956) tuvo que ser un fiestón diario. Cómo sería, que hasta Orson Welles se cabreó porque no le aprobaron su cameo al precio que pedía. Por allí aparecía cada jornada una cara nueva para rodar una escena: de Sinatra a Peter Lorre, de Buster Keaton a Marlene Dietrich. Si hasta Jess Franco fue un extra durante el rodaje en Chinchón. A ellos se unían los David Niven, Shirley MacLaine y Cantinflas (la antítesis del pluscuamperfecto John Gielgud, ya que este mes estamos de mayordomos), que iban dando saltos de país en país como si cambiasen de decorado, o más bien al revés. Desaparecido el star system clásico, y su deriva setentera, produce mucha ternura volver a ver un reparto tan extenso, absurdo y pretenciosamente divertido como el de Asesinato en el Orient Express de Kenneth Branagh. No sabemos la tarifa, pero a Johnny Depp sí le han aprobado lo suyo. ¡Albricias!

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