CINEMANÍA nº262

La guerra del planeta de los simios
CINEMANÍA nº262
CINEMANÍA nº262
CINEMANÍA nº262

¡A LAS ARMAS!

1 MALDICIÓN. Nos hemos pasado casi medio siglo intentado superar con giros y tirabuzones narrativos varios el final de El planeta de los simios, cuando la realidad tardó sólo unas horas en darle zapateta a aquella ingeniosa agudeza distópica: al día siguiente del estreno de la película de Franklin J. Schaffner, el 4 de abril de 1968, Martin Luther King fue asesinado en un motel de Memphis. Quizá por eso todo lo que salió de la boca del astronauta George Taylor, ese Charlton Heston con faldas, se quedó corto. En especial en España, donde el “You maniacs!” se tradujo por un literalmente absurdo “¡Maniáticos!” que sigue reverberando en los oídos desprevenidos.

Desde aquella triple maldición de Heston (“¡Yo os maldigo a todos! ¡Maldigo las guerras! ¡Os maldigo!”), jamás una película de la saga de los simios alcanzó el nivel de la primera. Ya sea porque nadie se creyó las secuelas de serie B o por el desnortado renacer simio de Tim Burton, empeñado en combinar una refundación estética y un final epatante, y derrotado en ambos campos; era muy difícil alcanzar el poder del imaginario original. Incluso a pesar de esas chozas inspiradas en Gaudí de los primates y de los zoom televisivos que luego Valerio Lazarov se trajo a Prado del Rey. Ficción insuperable, sólo la implacable realidad nos sigue dando coscorrones a diario para advertirnos de que aquella coda con la Estatua de la Libertad no es inexpugnable. Es curioso que Pierre Boulle, que en su novela tenía otro final menos contundente, siempre pensó que el de los simios era su peor libro. Él, que, con más de 20 volúmenes editados, sólo escribió otra obra memorable: El puente sobre el río Kwai.

Mucho menos ambiciosa, la línea argumental que comienza con El origen del planeta de los simios, continuó con El amanecer del planeta de los simios y ahora llega a La guerra del planeta de los simios, no se ha preocupado tanto por epatar al buscador de sustos, sino más bien por cerrar el círculo. Ahí, con su vena animalista evidentona, sus desvelos técnicos por el motion capture y sus espléndidas escenas bélicas, está el nuevo quid de la cuestión simiesca. ¿Cómo narices hemos llegado a enterrar nuestra civilización? Y la vida sigue siendo tan tozuda que ya no necesitamos que pasen ni siquiera 24 horas para entenderlo.

2 LA GUERRA DE NOLAN. Aquí hay dos frentes muy claros: quien venera a Christopher Nolan por sistema y quien ya está esperando su nueva película para atizarle (ya sea porque nunca le gustó su grandilocuencia o porque se cansó de alabarla). Y aunque esto se parece más a la Guerra de broma (Drôle de guerre), cuando Francia e Inglaterra declararon la guerra a los nazis y tardaron casi un año en atacar a Hitler, en esta batalla es clave coger posiciones pronto. Hay hueco para la neutralidad, hasta cierto punto: comparto el entusiasmo ante el estreno de Dunkerque, es obvio que Nolan ha puesto su sello en al menos tres géneros reconocibles (el policíaco, los superhéroes y la ciencia-ficción) hasta convertirse en un referente y es normal estar expectante ante su incursión en el género bélico. Veremos si ese estilo abrumador, contundente y cuidadoso que huele a marisabidillo, sabe a pólvora y suena a metálico, nos convence. De momento, tampoco está mal pillar en un renuncio a Nolan, tipo listo, de talentosa impostura, tirando a empalagoso por su apariencia de infalibilidad: aunque se arrogue la idea de rescatar del olvido la penosa evacuación de Dunkerque en 1940, hay ya varias películas que han narrado aquel oprobio: en 1958, Leslie Norman filmó una versión académica sobre aquella página de la historia, titulada igualmente Dunkirk, y, cuidado, porque Joe Wright dejó el pabellón altísimo en su plano secuencia en la playa de Expiación. Quizá no seas tan original esta vez, Mr. Nolan; aquí, en la arena de Dunkerque, te estaremos esperando con los ojos bien abiertos.

3 COLOSO. Otro hombre que sigue en guerra, contra el aburrimiento y contra el sistema de distribución del cine, dos bayonetas, es Nacho Vigalondo, inasequible a la mala suerte comercial en nuestras salas de sus largos. Su actitud positiva y su presencia torrencial se agradecen, pero se aprecia aún más el espíritu de juego eterno que tiene su cine, cuyas coordenadas de originalidad y potente humor ardían ya en Código 7 y en la nominación al Oscar de 7:35 de la mañana. Todo estaba en esos cortos, todo sigue ahí ahora, fresquísimo, a la espera de dar el bombazo definitivo. La batalla es dura, pero Colossal merece una pronta victoria.

Mostrar comentarios

Códigos Descuento