CINEMANÍA nº261

David Lynch
CINEMANÍA nº261
CINEMANÍA nº261
CINEMANÍA nº261

CABEZA CREADORA

1 ERRE QUE ERRE. La primera vez que Mel Brooks tuvo delante a David Lynch, el director de Los productores, en la cima setentera de su delirante cine paródico, pensó que era el mensajero. Aquel chaval se le acercó blandiendo el guión de El hombre elefante con su chaqueta de almacenista y esa camisa blanca abotonada hasta el cuello de la que ha hecho marca registrada. Hipster antes de que existiera lo hipster, se armó de valor y, marcando mucho las erres, le dijo al director de El jovencito Frankenstein y Sillas de montar calientes (interesado porque veía en la historia una metáfora de la persecución a los judíos): “Ahorrra tenemos que pensar en la dirrrección”. Mel Brooks se acojonó. Y, a sus 91 años, todavía no sabe explicar cómo aquel día se dejó convencer: “Estás contratado”. Vio algo diferente: “Lynch entiende la condición humana como un Picasso o un genio impresionista: de cerca no entiendes nada, pero tomas distancia y ves las formas geniales que proyecta su alma”. La comparación con un pintor no es baladí. Lynch dibujaba desde niño. Sobre todo metralletas. Y cuando no rueda, David Lynch sigue pintando. Muchos creen que llegó al cine para que sus pinturas se pongan en movimiento. Su relación con el proceso creativo del cine le delata: “No pienso, lo siento directamente”, reconoce abriéndose a una dimensión artística de las películas que Hollywood siempre ha visto con suspicacia.

2 EL LOCO DEL PELO BLANCO. La primera vez que vi a David Lynch en persona pensé que el loco era yo porque me pareció un tipo adorable, de lo más sensato. Y eso que, sin nadie saberlo, ni yo ni siquiera él, estaba ofreciendo su último largo. En aquel Festival de Venecia de 2006 donde presentó Inland Empire, una genialidad exasperante, que llevaba al extremo más delirante todo el potencial de Mulholland Drive, el runrún era evidente: este señor nos está tomando el pelo. Por generación, a mí me echaban del sofá siempre que en Sábado cine salían los dos rombos de El hombre elefante; y había visto Corazón salvaje en el cine porque mi madre se equivocó de peli, para luego seguir al Lynch de los 90 entre Twin Peaks, Carretera perdida y el quiebro feliz de Una historia verdadera. Revisar su cine anterior engrandecía su leyenda. En aquella Mostra, Lynch seguía pensando que era una fiesta que le dejasen dinero para rodar. Alguien como él, que opina que las ideas son “lo mejor de este mundo” y surgen de un chispazo, “como enamorarse”, ha demostrado que no hay límites, que se puede trabajar en el cine sin hacer concesiones: “Veo el absurdo a mi alrededor: la gente hace cosas extrañas continuamente, pero ni siquiera nos percatamos de ello”. Ahora que anuncia que no volverá al largo, nos deja su regreso a Twin Peaks, donde nos gustará más o menos, nos parecerá un pirado o nos embriagará con sus obsesiones, pero sigue siendo perfectamente fiel a sí mismo.

3 EL PASEANTE. La primera vez que David Lynch dirigió un largometraje pensaron que se había vuelto loco. Tardó cinco años en acabar Eraserhead, era tan perfeccionista y concienzudo que quería construirlo todo él mismo, a su gusto. Y ha tardado en darse cuenta de que semejante tarea era imposible. En el fondo siempre quiso ser el presentador de un programa de bricolaje. Pero Bricomanía no da para construir una realidad alternativa como la que Lynch lleva tejiendo desde sus cortos de finales de los 60 (vaya tela con The Grandmother). Cómo aquel cineasta obsesionado con las texturas que soñaba con unos monstruos entre kafkianos y goyescos, fue compaginando la negrura imaginativa, primorosa, eso sí, de sus inicios (Cabeza borradora, El hombre elefante y Dune) con el su opuesto más estilizado es un misterio tan complejo como sus obras.

Quizá Barry Gifford pueda explicarlo. Años después de colaborar para adaptar su novela Corazón salvaje, Lynch le convenció para coescribir Carretera perdida. Dicen que en los guiones escritos a cuatro manos, uno se pasea elucubrando y el otro está al teclado. En este caso los dos eran caminantes y Lynch se chocaba con él todo el rato: “Le gusta aparentar que es muy raro o que es muy inocente, pero no es ni una cosa ni otra”. No es un tipo raro ni está loco. Y esa realidad alternativa que ha creado con su cine se parece lo bastante a la realidad que nos rodea como para desasosegarnos. Sensualidad y glamour, pero con un filo negro hacia un abismo inquietante. Es tal la tensión entre lo bello y lo abyecto, lo aterrador, que nos encanta. David Lynch, no podemos dejar de mirar.

Mostrar comentarios

Códigos Descuento