OPINIÓN

Somos remanentes

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Somos remanentes

La emoción es como el agua de lluvia alojada bajo una inestable baldosa en la acera: salpica cuando menos lo esperas. Los motivos que pueden alterarte el ánimo de manera intensa y fugaz son inescrutables, pero deben ser puntualmente imprevisibles, porque si sufres continuas variaciones de tu estado anímico deberías hacértelo mirar. O cambiar de acera, claro. Emocionarse, además de bueno, es justo y necesario porque ese arrebato, agradable o penoso, funciona como un géiser que libera las tensiones propias de cualquier persona con dos dedos de corazón.

Hace poco me tropecé en un canal temático con el episodio 14 de la tercera temporada de Scrubs. Hacía años que no revisaba esa maravillosa sitcom repleta de juegos de palabras, referencias pop, ensoñaciones slapstick, surrealismo amable y reflexiones en off, así que me acomodé con la mejor predisposición. Pero dicho capítulo, titulado Mi metedura de pata, resultó ser una baldosa inestable. Por resumirlo (y no hacer mucho spoiler) digamos que acaba con un funeral. La manera de contarlo (el rodaje, los diálogos, la edición, la canción Winter de Joshua Radin) me pilló desprevenido e hizo que recordara momentos en los que las más necesarias presencias de mi vida se convirtieron en poderosas ausencias.

Doce años atrás, varios guionistas, actores y técnicos rodaron en California una escena que guardaba el germen de las lágrimas que ahora me fundían los ojos a lo Candy Candy hasta provocarme un efímero nudo de nostalgia en el pecho. Fue un bonito y profundo instante de alegre tristeza redentora que no esperaba encontrar ahí. Me apetece instaurar esa escena del doctor Cox y J.D. como mi particular Día de Todos los Santos. Tiene mucho más sentido que llenar los cementerios de flores.

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