OPINIÓN

Sofisma

Sofisma
Sofisma
Sofisma

Hace dos años tomé la foto que acompaña este artículo en la estación de San Juan de Nieva. Es la última parada del tren que une el centro de Asturias con la playa de El Espartal. La hice con un teléfono móvil casi vintage que databa de cuando las cámaras de fotos eran añadidos extraordinarios a la función de llamada, y no al revés, como ocurre ahora. Era un día tan radiante de sol que por la diminuta pantalla apenas podía prever el resultado de la instantánea, pero quise hacerla porque sentía que a ese rincón de mi película le quedaba un suspiro de vida.

Ignoro cuántos años y veces había pasado por delante de este bodegón abandonado, hecho de vagón, sofá, jirones y toneladas de quietud. Nadie selecciona la magnitud ni la importancia de sus recuerdos, y yo no iba a ser menos: tengo esa imagen en la cabeza desde que me acuerdo. A mí me basta para que haya adquirido categoría de fundamental. Otra cosa es que pueda explicar el honesto sentimiento que me inspiraba esa paupérrima carcasa de espacio habitada por el desentrañado trono tullido. No es fácil rematar un decorado construido de intemperie; se necesita paciencia infinita para que trabajen fríos, soles y lluvias. Estaciones pasando por una estación, qué paradoja. Todo pensado para que el respaldo acabara vencido en una grotesca, elegante reverencia resignada, los brazos abiertos en vena, las patas comidas por el tránsito.

Pero, al final, lo irremediable. He pasado este verano por el mismo camino y ya no quedan ni vestigios de la escena. El asiento se ha desintegrado en el cosmos, el vagón ya no es y sólo queda mi recuerdo en esta foto que ahora creo haber soñado. Ese abandono era mi retrato de Dorian Gray; su ausencia me ha desvencijado un poco más y ha tenido que ocurrir, precisamente, en unas vías muertas. He llegado a mi salón de no estar. Me queda un suspiro. Ojalá sea tan eterno como ese sofá que ya flota en suspensión.

Mostrar comentarios

Códigos Descuento