OPINIÓN

¡Qué ojo!

¡Qué ojo!
¡Qué ojo!
¡Qué ojo!

Adivinad lo que pensé cuando vi el cartel de Celda 211. Esta película va a ser un fracaso.

Sí, siempre he sido una persona que ha sabido mirar más allá. Donde la gente ve sólo una cosa yo veo ésa y también otra. A pesar de que esto es así, nunca he sido capaz de distinguir la imagen que se escondía en esos cuadros abstractos, llamados “ojo mágico”. Mientras todos percibían un bucanero yo me quedaba en el conjunto de manchas. Pero salvo por este detalle sin importancia

se puede decir que soy una persona con una intuición, y una percepción solo vista en los místicos.

Por ejemplo, cuando tenía 14 años fundé el club de fans de Milli Vanilli, siempre supe que Richard Grieco llegaría mas lejos que Johnny Depp, al ver Saw tuve claro que nunca habría secuelas y fiaros

de mí: el 3D no tiene ningún futuro.

Por eso, cuando Carlos Areces me dijo que le acompañara a la fiesta de clausura del Festival de Venecia acepté acepté encantado a pesar de que como se comprobó después, entrar, entrar, no

entré. Eso sí, cuando estaba siendo zarandeado como un muñeco por el portero, salió en mi defensa el mismísimo Joaquin Phoenix. Y no sólo eso sino que estuvimos pegando la hebra un

buen rato, incluso me invitó a unos tragos. Luego de repente vi a otro Joaquin Phoenix andando a lo lejos y entonces me di cuenta de que con el que estaba, no era el actor, sino un mendigo. Aún así nos intercambiamos los mails. Acto seguido me acerqué al verdadero Joaquin Phoenix y le pedí que si nos podíamos hacer una foto y me contestó que NO. Decir que NO es algo que yo no suelo hacer mucho, de hecho hay veces que ante una propuesta que no me apetece nada en absoluto, digo: “¡Claro, hablamos!”, y después opto por no coger el teléfono. Pero a pesar de la respuesta del actor, para mí su imagen no se resintió en absoluto.

Días después, ya en la feria de Albacete una chica me hizo idéntica petición y yo también me negué, pero me dio la sensación de que para ella si cambió su impresión sobre mí, porque la oí como decía entre dientes: “Oye, qué gilipollas”.

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