OPINIÓN

Poco hecha

Poco hecha
Poco hecha
Poco hecha

Justine, una adolescente criada en una familia vegana, experimenta su despertar sexual a través del canibalismo mientras disecciona cadáveres de animales en su primer año de facultad de Veterinaria (maldición, ¿por qué no se me ocurrió a mí antes ese argumento?). Sólo la sinopsis de Crudo (dirigida y escrita por Julia Ducournau) insinúa todo un festival del exceso que acaba confirmándose con amputaciones grimosas, sangre a borbotones, jirones de carne, ansia desbocada, alergias lacerantes, sexo grimoso y parentescos voraces (hasta los novatos de la universidad protagonizan un colectivo homenaje a Carrie cuando los veteranos los bañan en sangre animal). Errando el tiro inicial, la distribuidora primó en su promoción esa plasticidad empapada en rojo y poco apta para ojos sensibles, pero qué injusto quedarse ahí sin indagar en los niveles metafóricos, en la segunda lectura, en los mensajes (no tan) ocultos. Sería como analizar un líquido fijándose sólo en el vaso que lo contiene.

La fealdad de las morgues de la universidad, las fiestas salvajes, la banda sonora, los planos orgánicos y la fascinante interpretación de Garance Marillier nos ayudan a sumergirnos en el viaje de la protagonista hacia ella misma. Es un trayecto abisal y gozoso, que va de la depravación a la diversión pero que resulta tan liberador como adictivo. Justine se erige en dueña sumisa de sus pasiones y víctima consciente de sus ímpetus. Ella decide. Crudo refuerza el género. El fantástico, y el otro. Educada en el veganismo (moral, pureza, virtud), liberada por el canibalismo (deseo, pecado, furor) y atrapada en el vicio, el desenfreno, la inercia. Los padres de Justine han educado a su hija a través de la represión, pero el tiro les sale por la culata porque sólo intentaban protegerla de ellos mismos. La familia también puede ser un lobo para la familia. Un lobo caníbal, cruel, despiadado y crudo.

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