OPINIÓN

Parece que refresca

Parece que refresca
Parece que refresca
Parece que refresca

Puede que no haya nada más dado a la sobrevaloración que el hecho artístico. Nació como extensión mística del propio ser humano, cuando el sentido religioso aún no había sido definido, y durante miles de años transitó por sinuosas clasificaciones que lo llevaban de mera habilidad manual a vehículo de alabanza a dioses y reyes. Hoy intuimos que la creación artística es un suceso radicalmente individual que busca consecuencias globales, pero ese camino entre emisor y receptor, trufado de egocéntricas variables mercantiles, puede distorsionar la idea original. Paradójicamente, una de las peores contaminaciones que sufre una obra es el exceso de comunicación por parte del artista. Del mismo modo que muchas reseñas despachan la mayoría de comedias con el cruel “una película sin pretensiones” (menospreciando la legítima y complicada intención de hacer reír), los dramas se ven obligados a subrayar propósitos que a veces no van más allá del puro esparcimiento (como si “entretener” tampoco fuera meritorio). En otras palabras: la cansina insistencia de los responsables de El renacido en destacar las duras condiciones del rodaje no aportan nada al pretendido mensaje; en realidad, trata las aventuras de un superhéroe indestructible (más que de un superviviente a merced de la naturaleza) ambientadas en un invierno de alta montaña (por cierto, cuando los osos hibernan). Las notables libertades de guión tomadas respecto al verdadero Hugh Glass no se mencionaron tanto como los rigores invernales que sufrió el equipo en esta producción de 135 millones de dólares (entre otras cosas, contaba con un calefactor de manos con varias mangueras que DiCaprio llamaba “el pulpo”). Los paisajes son espectaculares, la fotografía de Lubezki magnífica y el diseño artístico meticuloso, pero admitámoslo: la historia cabe en una servilleta pequeñita. Menos frío y más chicha.

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