OPINIÓN

La fama no cuesta

La fama no cuesta
La fama no cuesta
La fama no cuesta

Como si no tuviera bastante con el día a día, el ser humano fabrica angustia alrededor del legado que deja tras de sí, ignorando que la trascendencia es un traje exiguo que ni viste ni abriga ni luce. La vanidad sólo hincha el ego, ese airbag de la autoestima que distorsiona nuestra percepción sobre cómo nos ven los demás. Además de inservible, el afán de permanencia deviene en patética agonía cuanto más ambiciosa es su intención de perdurar. La inmortalidad es un viral a fuego lento, un accidente imprevisto, un error eternizado. Teniendo en cuenta, además, que nunca sabremos de nuestro alcance porque cuando se manifieste o desvanezca ya no estaremos aquí.

Hace años, naciendo a Twitter, indagué en el concepto “trending topic” y me pareció lo más cercano a un legado: un fogonazo de repercusión que rápidamente se desintegra en el olvido atroz. Probé a fabricar uno usando nocturnidad (menos usuarios), repetición obsesiva del concepto y retuiteo de cualquier mención. Pensé un tópico alejado de cualquier atisbo de actualidad y escribí: “Comeré sano e iré al gimnasio. Me pondré fuerte como Chelo García Cortés”. Retuiteé las primeras menciones y añadí frases como “Rod Stewart y Ron Wood tienen el mismo peinado que Chelo García Cortés”. Unos cuantos ociosos se hicieron eco y el logaritmo hizo el resto: en pocos minutos “Chelo García Cortés” era TT en España.

Mi sensación de triunfo no se correspondía con lo diminuto de mi gesta, pero este tipo de inutilidades son una constante en mi vida. Al día siguiente, la propia Chelo García Cortés explicó en su videoblog que María Patiño le había contado su “presencia” en Twitter. Ella no usaba dicha red, pero daba las gracias a la gente que había participado. Este humilde experimento no da para peli de Aaron Sorkin, pero demuestra la inservible irrelevancia de las redes sociales. No se lo digan a nadie, por favor.

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