Cuando Paco Plaza (Valencia, 1973) decidió llevar al cine el Expediente Vallecas, único caso de homicidio en el que fenómenos paranormales aparecen en los informes policiales, el cineasta, creador de la trilogía [Rec], seguramente no imaginaba que en Verónica estaba plasmando otra lucha de posesión infernal en paralelo, un duelo a muerte entre el diablo y el balón. Para alienación satánica, la de los futboleros ante las andanadas del marketing, los millones y la cultura del espectáculo de usar y tirar del fútbol del siglo XXI, que alejan al amante del fútbol de la esencia del juego.
De conservar el fútbol como alegría del pueblo saben algo en Vallecas, el barrio obrero de Madrid en el que sucedieron los hechos del filme, y en el que sobrevive el espíritu del balompié popular alrededor del estadio del Rayo Vallecano en la calle Payaso Fofó. Muy cerca de allí, en el bar donde trabaja la madre (Ana Torrent) de Verónica, la joven poseída, primorosamente interpretada por la novel Sandra Escacena, mientras la angustia (y algo más) corroe a esta niña de la España de 1991, el Rayo Vallecano juega en la pequeña pantalla ante la atenta mirada de los parroquianos, que celebran un tanto, y después se quedan a reposar el partido en una sobremesa cervecera.
Sí, es improbable que en 1991, año de los sucesos de esta crónica negra, los hinchas fuesen al bar con camisetas oficiales, e incluso que se disputase un Dépor-Rayo en el que marcase el equipo franjirrojo [en la temporada 90/91, en 2ª división: el Dépor ganó 0-3 y 3-0 al Rayo los dos encuentros de Liga y ascendió, y tampoco coincidieron en Copa en esa época], pero no importa. La película focaliza perfectamente al enemigo que se cierne: el demonio era el fútbol moderno.
*Texto sobre Verónica (Paco Plaza, 2018) para la revista Panenka #71
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