OPINIÓN

Lionman: el gran héroe otomano

Lionman: el gran héroe otomano
Lionman: el gran héroe otomano
Lionman: el gran héroe otomano
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Cuando una película te vuela la cabeza y te rompe los esquemas, es inevitable que una persona con sangre en las venas quiera compartir su entusiasmo con los demás. Si resulta que ese film es ignoto para la mayoría del público, de difícil localización y ya anticipas que precisará de un público especial para ser apreciado, ese deseo puede convertirse en ansiedad pura y dura, incapaz de ser liberada. Oye, al menos a mí me pasa. El último film que tuvo ese efecto en mí fue El Hombre León. Por suerte, pude calmar esa ansia al programarla en la 2ª Monstrua de Cine Chungo, proyectándola a un buen montón de fans que pronto quedaron hechizados por el mágico baile ultraviolento que se desplegaba ante sus ojos. Al terminar la película supe que a todos les había pasado lo mismo: la sala entera coreaba el nombre de su nuevo héroe y todos habían sido inspirados por el coraje de este titán. Debíamos seguir expandiendo la palabra.

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Lionman (Kilic Aslan, 1975) es posiblemente la película del maravilloso cine pop turco de más repercusión en el resto del mundo hasta que el Star Wars Turco fue redescubierto y elevado a los altares del cine basura. Las dos están protagonizadas por el Dios del cine otomano Cüneyt Arkin, un ex artista de circo con un tremendo magnetismo y un apolíneo perfil a lo Alain Delon que protagonizó más de un centenar de películas gracias a sus habilidades acrobáticas. Su éxito en las paupérrimas producciones locales, con presupuestos que se acercaban a las vueltas del pan, le consiguió algunos papelitos en coproducciones italo-turcas, como algunas de las secuelas de los Tres Supermen… o esta misma Lionman, película que merece pasar a la historia de su cine. En una tierra donde la inspiración apócrifa estaba a la orden del día (las famosas versiones turcas de Superman, Batman, Spider-Man, Zagor, El Capitán Marvel, Kriminal y muchos más), Lionman presentaba, por fin, un héroe turco original, con un intérprete a la altura y resultados superiores a la media del paupérrimo cine local.

El cartel americano ya lo dice: “¡sangre y acción de principio a fin!”. Y no miente. La película es una orgía de trompazos, bofetones, espadazos y, sobre todo, zarpazos propinados por el hombre león, que mata enemigos por docenas. No recuerdo una orgía de muerte semejante ni en la más brutal película de kung fu. Los enemigos aparecen no se sabe de donde, quizá de algún generador, como en el Gauntlet, y corren con ansia y sin gótica de conocimiento a su cita con la muerte a manos (y garras) del hombre león, que los despacha con una rabia demencial. Una matanza destinada al alborozo de los cines de barrio y la chavalada de las regiones rurales. Lionman es auténtico cine berserker de principio a fin.

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El marco de la película es ideal para una película de aventuras: el imperio bizantino se encuentra dominado por el malvado Lord Antoine y su hijo. Los crueles hombres del rey se dedican sembrar el terror y torturas a los pobres campesinos incapaces de pagar el tributo. Más o menos como los bancos y las hipotecas de hoy día, pero claro, aquí nadie organiza una resistencia armada: un grupo de valientes rebeldes se resisten, hoy y siempre, a la tiranía de Antoine y su retoño Althar.

Estos tienden una emboscada al príncipe, que parece destinado a morir a manos de diez hombres. En el último momento, un extraño ser interfiere en el complot: el legendario Hombre León, una mítica criatura que vive en el bosque y que se rumorea ha sido criado por leones. Este héroe posee las garras de un león, su ferocidad y una fuerza más propia de no de un felino, sino de King Kong, puesto que es capaz de arrancar árboles y usarlos como bates de béisbol contra sus enemigos. Mi sueño de toda la vida.

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Entre los dos hombres surgirá un extraño vínculo, que se verá truncado por las circunstancias: el Hombre León es reclutado por la resistencia, y los dos amigos se deben enfrentar en combate. Pronto se descubre que, en realidad, son hermanos, hijos ambos del noble y pichabrava Rey Salomón, aunque de madres diferentes. Lord Antoine hará todo lo posible por destruir al Hombre León, a los rebeldes y hasta a su propio hijo, que se une a los luchadores por la libertad.

Hemos hablado de una resistencia, pero no crean que es como la rebelión de La guerra de las galaxias. Estos tipos son los rebeldes más inútiles de la historia del cine, teniendo que ser rescatados constantemente de muertes seguras a manos de los verdugos de Antoine. No sorprende que los más destacados sean los que encarnan los arquetipos propios de un tebeo del Capitán Trueno: la chica, el forzudo y el compañero juvenil. La diferencia es su total inoperancia para algo más que no sea llevar cartones de vino al parque y ser atados a un palo durante horas. Eso sí: ya quisiera la futura película del personaje español ser la mitad de divertida y loca que esta. No, no la he visto, pero les aseguro que es imposible hacer algo así.

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El paralelismo con Trueno no termina aquí: de la misma manera que el cómic español combatíamos a los en un país musulmán como Turquía… ¡los cristianos son los malos! Bueno, no exactamente, dado que todo el imperio era creyente, pero toda la imaginería cristiana está en manos de los malvados, que llevan cruces en sus uniformes y escudos y portan crucifijos. Por el contrario, los buenos tienen nombres como Rustu (¡aquel portero del Barça) o Althar, llevan extraños y gigantescos sombreros y portan ropa con estilos orientales, refiriendo a conflictos posteriores que parece están más cerca del imaginario del espectador turco de este tipo de cine.

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Lo de los sombreros merece un pequeño inciso: tras ver la película varias veces, he llegado a la conclusión de que su tamaño indica el status de la persona. A mayor rango, mayor el tamaño del sombrero, y mayor la dificultad para pasar por debajo de puertas, hasta llegar al extremo de un rey que lleva un cubo del Kentucky en la cabeza ¿fan quizá de Buckethead?). Modas aparte, Cüneyt aniquila cristianos y musulmanes traidores por igual y sin ningún tipo de piedad. Ya sea con espada, a cuchillazos o con sus manos desnudas, El Hombre León desata su rabia contra sus enemigos deleitándonos con un recital no ya de caras, sino de caretos más propios de un individuo bajo el efecto de determinadas sustancias ilegales que de un noble héroe libertador.

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Entre tanta guantazo con mala leche y la manos abierta, destacan escenas como la exhibición de Cüneyt en las anillas. Y es que el castillo del Antoine cuenta con unas anillas olímpicas casualmente situadas en las mazmorras de los prisioneros (!) donde nuestro Hombre León hará una exhibición de dotes atléticas. Lo que viene a llamarse “el remolino” , llevándose por delante a enemigo tras enemigo, que avanzan hacia él como Lemmings camino a un barranco, encontrando la muerte solo con rozar el cuerpo del Hombre León. Todo esto a ritmo del tema principal de la película: una trepidante zarzuela.

Lógicamente, en una hora y media de tortas hay que introducir algo de variedad, de lo contrario la cosa acaba siendo tan coñazo como cualquier peli de Bruce Lai. Por suerte, Cüneyt reparte por igual por tierra que por los aires: en otra memorable escena se dedica a lanzar cuchillos como el que lanza la bolsa de zanahorias al carrito de la compra (yo lo hago). De trayectoria similar a la del hacha en el Ghost’n’Goblins, su eficacia es mayor de la de ese arma. De hecho, no falla una el tío: ni Pau Gasol lo haría mejor.

Con todo la escena más destacable precede al intento de traca final del film. El Hombre León ve como sus famosas garras son destrozadas por Antoine, que le derrama ácido en las manos, el muy sádico. Nuestro héroe parece totalmente acabado. Más no temáis: a Cüneyt le fabrican una especie de guantes con clavos que le hacen aún más letal y le permiten escalar la pared de cualquier muro como un hombre araña preso de una furia homicida. Pero al fan de Cüneyt no nos sorprende algo así: la fabricación de guantes mágicos es una constante en su cine, viéndose semejante objeto mágico en no menos de cuatro películas. En este caso, el aporte es escaso, ya que El hombre león ha dado tantísimas hostias y de tal calidad que la batalla final no es capaz de elevarse por encima del resto de luchas ni en emoción ni en absurdo.

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Pese a ello, el resultado es posiblemente la película turca más divertida y eficaz de todas las que se produjeron en aquel mágico periodo que duró de 1960 a principios de los 80. Gracias a su ritmo cuasi pastillero, delirantes escenas de acción repletas de crueldad y violencia que John Woo aún tardaría una década en igualar y un presupuesto ligeramente más elevado de lo normal por esos lares, los productores consiguieron vender la película por toda Europa (en España se estrenó ya en 1980) y hasta al mercado americano, siendo editada en los EEUU en vídeo en los 80. Que ya es un logro para este cine. Eso sí: todo esto que digo no es óbice para que en el cartel turco para cine colocaran los tíos La carga de los mamelucos de Goya representando perfectamente las batallas libradas en el film, dinamitando las barreras entre la alta cultura y la pop.

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Claro que la francesa era mucho peor, convirtiendo al personaje en su pseudo conan guarripei. Como ven, se vendió a medio mundo, y su éxito hizo inevitable la secuela: ironías de la vida, esta vez fueron los italianos los que copiaron a los turcos. Y es que en eso no había quien les ganara: Lionman II prescindía del reparto original para poner en su lugar a un tipejo que no le llegaba a Cüneyt ni a la suela de los zapatos, y crear una secuela contenida, mediocre y con poco del estilo hipercinético y comiquero de la original. Quien roba a un ladrón… Les recomiendo que acudan al original. Si se apañan en inglés, hasta la pueden ver en Youtube, y comprobar porque se ha convertido en un pequeño filme de culto recomendable para cualquier dan del cine de aventuras que aprecie un producto honesto y esforzado... y totalmente salido de madre.

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