OPINIÓN

'Feud: Bette and Joan', un canto de amor al cine más allá de rivalidades

'Feud: Bette and Joan', un canto de amor al cine más allá de rivalidades
'Feud: Bette and Joan', un canto de amor al cine más allá de rivalidades
'Feud: Bette and Joan', un canto de amor al cine más allá de rivalidades

Bien sabe Ryan Murphy que Stanley Tucci tiene un don para recrear ciertos personajes miserables, que caen mal al espectador de forma visceral. En Feud: Bette and Joan, le reserva uno de esos papeles escurridizos que, si bien fue el causante de toda una trifulca legendaria, ha pasado por la historia popular de puntillas, sin hacer ruido. La miniserie, que estrena hoy HBO en España, viene a confirmar que Jack Warner, uno de los magnates de la industria de Hollywood, se sacó de la manga la famosa enemistad entre dos fuerzas de la naturaleza: Bette Davis y Joan Crawford.

No es que las dos divas en su madurez se odiasen sin razón o acabasen labrando por sus caracteres díscolos algunos de los rumores más deliciosos de la época, es que fue Warner y toda su camarilla (Hedda Hopper a la cabeza de las columnas sensacionalistas; Robert Aldrich, el director de ¿Qué fue de Babe Jane?, con su silencio) los que inventaron una relación de odio desgarrador como ejemplo del márketing más delirante.

Ryan Murphy, que ha rescatado del olvido de la industria actual a grandes actrices rechazadas por su avanzada edad, está en su salsa cuando nos presenta a Susan Sarandon y Jessica Lange como esas dos grandes artistas que, injustamente, pasarían a la historia por su animadversión infinita. Ya desde los títulos de crédito, muy al estilo Saul Bass, donde Bette Davis y Joan Crawford bailan cual marionetas, con el corazón partido, pegándose por el Oscar, el creador de American Horror Story se regodea en la mítica ¿Qué fue de Babe Jane? y en los claroscuros de un rodaje del que se sabe más por los chismorreos (y falsedades) que por lo que allí aconteció en realidad (es de perogrullo, pero para disfrutar de Feud: Bette and Joan hay que haber visto este clásico de 1962, muy disfrutable incluso hoy).

Ryan Murphy adoraba a Bette Davis, con la que mantuvo correspondencia cuando él tenía sólo 10 años y a la que pudo entrevistar ya con 20 cuando ejerció como periodista. Susan Sarandon parece haber nacido para este papel, especialmente cuando aparece maquillada con el rostro fantasmagórico empolvado como en el filme. Jessica Lange, una de las musas de Murphy, es la Joan Crawford más elegante y glamurosa, impecablemente vestida y maquillada, contrapunto de la más masculina Bette Davis.

Pero si algo compartían ambas mujeres, y es lo que destaca por encima de todo Murphy, era el miedo a envejecer, a perder su público, su trabajo, la forma de ganarse la vida gracias a su experiencia y reputación. Ambas actrices, ganadoras del Oscar, vieron cómo el sistema que las creó les daba la espalda, siendo la única forma de sacarle provecho el tragar con los malentendidos y entrar en un bucle disparatado de mentiras y medias verdades.

Hollywood provocó que tanto Bette como Joan, dos mujeres en la serie sin sus apellidos de estrella, odiasen lo que les negaba a su edad la tiranía de los estudios: la juventud. De ahí que renegasen de Marilyn Monroe y sus émulas, de las actrices de Hitchcock o que Bette Davis volcase sus irracionales miedos en su hija, aquella que luego escribiría unas memorias demoledoras, interpretada por Kiernan Shipka (la hija de Don Draper en Mad Men).

Basada en Best Actress, de Jaffe Cohen y Michael Zam, Bette and Joan es de una teatralidad efectista muy propia de Murphy (jugando con el blanco y negro cuando se trata de ficción), que se recrea en ese Hollywood “inventado” que ya no existe, en el que Joan Crawford podía esconder un minibar en el baño o Bette Davis fumarse un cigarro tras otro sin pestañear. Y aunque el tour de force atraerá cuanto premio se ponga por delante, lo cierto es que no hace falta que estén juntas para llenar la pantalla.

Ryan Murphy nos introduce en los dormitorios de sus personajes para mostrar en carne viva su vulnerabilidad más íntima, más allá de rivalidades y desavenencias. Joan Crawford y Bette Davis fueron, se puede creer, víctimas de su tiempo, pero lo que Ryan Murphy viene a rubricar es que la obsesión por la eterna juventud (algo que ya trató en Nip/Tuck) y el menosprecio a las actrices maduras sigue de plena actualidad. Y lo hace desde la honestidad y respeto por el cine.

Con esta antología, su creador pretende hacerle justicia a aquellos personajes víctimas de los focos, cuyo honor se ha visto enturbiado por bulos en muchas ocasiones infundados. No extraña para nada que su próxima entrega se vaya a centrar en Lady Di y el príncipe Carlos, que tantos titulares basados en embustes protagonizaron.

Bette Davis sobreviviría a Joan Crawford y fue un festival en España, el de San Sebastián, el que le diera su más sincero homenaje, con cuyo aplauso la mítica actriz parecía reconciliarse consigo misma y con una industria que, como se escucha en la película La La Land, "lo venera todo, pero no valora nada".

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