Diez años y divorciada

“Hay más gente en mi pueblo con hijas de esa edad. Y todos las casan. Y nadie les juzga, ni les dice nada, ni les castiga”, dice el padre de Nojoom, la pequeña protagonista de Diez años y divorciada, en el momento en que se enfrenta al juez que acabará dictaminando el cese del matrimonio forzado de la niña. A cargo de la cineasta y también productora yemení Khadija Al-Salami, Diez años y divorciada cuenta una historia atroz que lamentablemente podría estar sucediéndole ahora mismo a distintas niñas en diferentes partes del mundo: menores obligadas a casarse con hombres que les doblan o incluso triplican la edad que, legitimados por la institución del matrimonio, abusan (sexualmente) de ellas. ¿Por qué se dan estos casos? ¿Qué hay detrás de esta práctica y cómo se puede erradicar?

En torno estas preguntas Al-Salami arma la adaptación a la gran pantalla de la biografía homónima de su compatriota Nujood Ali, la primera niña  en pedir y conseguir el divorcio en su país, interpretada con emoción y convicción por Reham Mohammed. El objetivo de Al-Salami, por tanto, es lograr un artefacto de tipo didáctico que muestre el tortuoso camino de la chiquilla y el porqué esos matrimonios son perniciosos para las menores y para la sociedad (yemení). Es una lástima que por ese ánimo pedagógico dejé de lado lo cinematográfico, y todos los conflictos, contextos ofrecidos y resoluciones de los problemas se apoyan en una dramaturgia algo torpe e incluso infantil. La denuncia de la cineasta de los prejuicios machistas sobre el honor de las mujeres (la virginidad) es algo endeble; como también lo es su visión de un sistema judicial incapaz de erradicar este tipo de prácticas o cómo pone en escena las injerencias de las leyes tribales. Así las cosas y a pesar de las buenas intenciones, Diez años y divorciada no golpea tan duramente como debería. Sobra demasiada simpleza y falta una visión más aguda.