Secret Cinema: ¿la mejor forma de ir al cine es sin saber qué vas a ver?

Una película secreta, una localización desconocida y un papel que interpretar. Probamos la experiencia Secret Cinema, la productora inglesa que está revolucionando ir al cine.
Secret Cinema: ¿la mejor forma de ir al cine es sin saber qué vas a ver?
Secret Cinema: ¿la mejor forma de ir al cine es sin saber qué vas a ver?
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Su lema es “No se lo cuentes a nadie”, pero hace ya tiempo que dejaron de ser un secreto. Alrededor de 250.000 personas acuden cada año a las experiencias de cine y teatro inmersivo que concibe el equipo de Secret Cinema. Desde 2007, y liderados por Fabien Riggall (un pionero que no esconde su ambición de hacer historia del cine), han recreado hasta la fecha 22 títulos de culto (entre ellos, Regreso al futuro, El Imperio contraataca, Cadena perpetua, Los cazafantasmas, El gran hotel Budapest, Lawrence de Arabia, Blade Runner o Grease) y acaban de anunciar su primera incursión en el género de terror; del 14 de abril al 29 de mayo, en Londres y en otra ciudad inglesa aún por confirmar, escenificarán 28 días después, el film apocalíptico de Danny Boyle con el que saltó a la fama Cillian Murphy. Esta primavera, lo vamos avisando, el Reino Unido se llenará de zombis.

Pero ¿qué es exactamente el cine inmersivo? ¿En qué consiste la experiencia Secret Cinema? Y, sobre todo, ¿cómo consiguen que una cantidad tan apabullante de gente (siempre hacen sold out) pague 67 libras (aproximadamente, 85,6 €) por ver una película que a lo mejor no les gusta y acudir a una localización que desconocen disfrazados de dios sabe qué? CINEMANÍA acaba de sumergirse en uno de sus montajes, y podemos contarlo (casi) todo de primera mano.

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Secret Cinema es una proyección cinematográfica, una experiencia de teatro interactivo y una fiesta de disfraces, todo a la vez. En sus producciones manejan dos grados de secretismo: el relativo (sabes qué filme vas a ver, pero no dónde se proyectará o qué sucederá cuando estés allí), y el absoluto (ni siquiera desvelan la película). Nuestra experiencia fue del segundo tipo. Y aunque no seré yo quien arruine la sorpresa, desde ya advierto que esta crónica contiene spoilers que a los muy fans de este título icónico le resultarán más que reveladores. Si tienes intención de ver en Londres esta producción de Secret Cinema antes del 20 de marzo y prefieres no conocer ningún detalle, es mejor que no sigas leyendo. Quedas advertido.

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La experiencia comienza mucho antes del día para el que has adquirido tu entrada. Un email misterioso te invita a registrarte en la web del “Departamento de Vigilancia Cultural de EE UU”. En seguida me asignan mi identidad secreta: soy periodista (cómo no), me llamo Tamera Stinson y trabajo para el Washington Telegraph. Recibo instrucciones muy concretas sobre cómo debo vestir (gabardina, zapatos planos, gafas...) y qué debo llevar (cuaderno, pase de prensa, una carpeta para guardar información clasificada...). Entre los otros personajes hay miembros de las fuerzas aéreas, militares de distinta graduación, oficiales del gobierno o diplomáticos, todos con sus propios códigos de vestuario y atrezo (a los militares, por ejemplo, se les pide que traigan “una teoría conspiratoria”). También recibes un plano con las coordenadas del lugar al que debes acudir. 

El día D nos dirigimos en metro al punto de encuentro, al sur de Londres (Secret Cinema también representará esta película en Moscú del 17 al 20 de marzo). En el vagón, el despliegue de disfraces y parafernalia militar deja con la boca abierta a los pasajeros que sencillamente están volviendo a casa del trabajo. Hay tanques en la calle y “soldados” vociferantes. Tras diez minutos de caminata, llegamos a destino: la base aérea Burpelson. Impostando el acento americano, actores disfrazados de oficiales nos obligan a precintar nuestros teléfonos móviles (si pensabas que ibas a poder 'instagramear' esto, olvídalo) y nos dirigen al interior de un enorme hangar donde se ha recreado de forma impecable una base militar de la época de la Guerra Fría.

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La base se divide en departamentos (Datos, Operaciones, Comunicaciones, Archivo...) y cada uno de nosotros recibimos una misión secreta. En seguida me queda claro que cuanto más me meta en el papel, mejor me lo voy a pasar, así que me uno a tres desconocidos para intentar cumplir la tarea que nos han encomendado, y que implica personajes huidizos y contraseñas confidenciales.

El primer acto de la experiencia consiste básicamente en interactuar tanto con los 35 actores que hay repartidos por los distintos escenarios como con el resto de espectadores (y a veces resulta muy difícil distinguir los unos de los otros). Presenciamos una pelea entre oficiales, un intento de rebelión y una reunión secreta feminista. Un oficial nos pide ideas para matar a Castro y otra nos enseña cómo sobrevivir a un ataque nuclear. Todos hablan del Plan R. Suenan alarmas, bocinas constantes, y hay un tiroteo que acaba con todos en el suelo. Es una superproducción en toda regla.

Finalmente, nos convocan a una reunión de emergencia y allí, en una enorme sala con un escenario circular que simula una de las “War Rooms” más famosas del cine, y rodeados de seis pantallas gigantes, disfrutamos por fin del largometraje que nos ha servido de excusa y que, a esas alturas, todo el mundo ha adivinado ya. En varias escenas los actores de Secret Cinema recrean lo que está sucediendo en el filme, hay explosiones y efectos especiales y, entre el público, algún espontáneo se anima a gritar “¡Haz el amor y no la guerra!”. El final de la película se anuncia con una lluvia de confeti, y la fiesta sigue hasta que el cuerpo aguante. Al fin y al cabo, hemos sobrevivido al fin del mundo, aunque no se nos permita contarlo.

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