'Qué difícil es ser un dios': Así debería ser 'Juego de tronos'

Llega a los cines la épica obra póstuma de Aleksei German, un viaje por la Edad Media que ha tardado 14 años en acabar y deja 'Juego de tronos' a la altura de Disney Channel.
'Qué difícil es ser un dios': Así debería ser 'Juego de tronos'
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'Qué difícil es ser un dios': Así debería ser 'Juego de tronos'

El próximo domingo vuelve Juego de tronos con una quinta temporada llena de interrogantes y promesas, pero antes llegará el auténtico motivo de celebración: el estreno de Qué difícil es ser un dios, la última película del cineasta ruso Aleksei German, en salas como los cines Zumzeig de Barcelona o los Casablanca de Valladolid; en Madrid hay pase único el 15 de abril (20:00 h.) en los Artistic Metropol. ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra? Resulta que el filme de German, una producción épica que ha tardado 14 años en finalizarse y se estrena después de la muerte de su autor a principios de 2013, tiene bastantes puntos de contacto con la serie de HBO y, de hecho, lleva mucho más lejos y de forma completamente radical el supuesto retrato descarnado de la crueldad humana, las luchas de poder, el sexo crudo y la suciedad medieval. En cierto modo, Qué difícil es ser un dios es todo lo que Juego de tronos no se atreve a ser.

Igual que la Canción de hielo y fuego de George R. R. Martin no está ambientada en el feudalismo de la Tierra, sino en otro mundo similar, y el grueso de la acción se centra en los eventos de Poniente, en Qué difícil es ser un dios se retrata Arkanar, un lugar muy similar a la Edad Media de nuestro planeta. Allí se encuentra Don Rumata, explorador humano procedente de una Tierra del futuro que debe actuar como observador neutral de las atrocidades cotidianas que cometen sus conciudadanos a la espera de que un proceso similar al Renacimiento haga evolucionar una sociedad dominada por la superstición, el fanatismo y la inmundicia.

El único problema es que un movimiento ilustrado de ese tipo no sólo no parece cerca, sino que otros indicios llevan a pensar que Arkanar va a saltarse muchos pasos para abrazar directamente el fascismo dictatorial. El filme de German adapta libremente una novela homónima de los hermanos Arkady y Boris Strugatsky –autores clásicos de la ciencia-ficción soviética que también escribieron el libro original que adaptó Tarkovsky en Stalker–, publicada en 1964 sin callarse los paralelismos con la persecución de intelectuales y las purgas impulsadas por Stalin unas décadas antes.

German quiso hacer una película de Qué difícil es ser un dios prácticamente desde el mismo momento de su publicación, pero sus constantes choques contra la censura de la Unión Soviética –su obra maestra sobre la Segunda Guerra Mundial, Control en los caminos (1971), tardó 15 años en estrenarse; Mi amigo Ivan Lapshin (1984) tuvo que esperar dos años desde el fin del rodaje hasta obtener el visto bueno; hoy en día es considerada una de las mejores películas rusas de todos los tiempos– fueron retrasando una y otra vez el proyecto. La producción del que se había convertido en el proyecto de toda una vida por fin cogió velocidad con el cambio de milenio y comenzó a rodar exteriores en el año 2000 en un castillo de la República Checa; el rodaje no acabó hasta seis años más tarde en decorados construidos en un inmenso estudio de San Petersburgo. Lo que vino después fueron otros tantos años de postproducción y trabajo con la pista de sonido –todo postsincronizado, formando un collage sinfónico de diálogos, golpes de metal, chapoteos y flatulencias– hasta su presentación final en el Festival de Roma de 2013.

El tiempo de espera ha merecido la pena. Qué difícil es ser un dios te echa la Edad Media a la cara. Durante sus tres horas de metraje, Don Rumata se pasea por un mundo de lodo, mierda y toda clase de fluidos corporales hasta que te sientas tan exhausto como el propio protagonista, a quien el resto de habitantes consideran un dios por sus poderes y objetos especiales pero es incapaz de actuar para hacer más agradable su existencia. Los largos planos secuencia de imagen flotante están abarrotados de objetos en primer plano y miradas a cámara de los personajes que consiguen un nuevo nivel de ruptura de la cuarta pared sin recurrir a las 3D ni trucos similares. La inmersión en el mundo podrido y fangoso, digno de una pesadilla de El Bosco, es tan certera que cuando salgas de la sala buscarás algún escalón para limpiarte el barro de las botas; o tendrás que ir directo a la ducha. Ningún episodio de Juego de tronos consigue eso.

Qué difícil es ser un dios se estrena el 10 de abril.

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