No te mueras como en estas películas: defunciones de cine que nos dejan tiesos

Ridículas, sobreactuadas o sencillamente patéticas: si quieres abandonar la vida con dignidad, no te guíes por estas escenas.
No te mueras como en estas películas: defunciones de cine que nos dejan tiesos
No te mueras como en estas películas: defunciones de cine que nos dejan tiesos
No te mueras como en estas películas: defunciones de cine que nos dejan tiesos

Ya nos lo advirtieron Def Con Dos, en la que probablemente sea su canción más memorable: si la perspectiva de pasar al otro barrio inspira terror, la de sufrir una muerte ridícula provoca, directamente, pánico. Por si no fuera bastante con abandonar este plano de existencia (sobre lo que viene después, mejor no especulamos mucho), uno tiene que aguantar las chanzas en el velatorio, los silencios sonrojados de su parentela durante el entierro y, en el peor de los casos, seguir siendo motivo de posts cachondos en blogs un cuarto de siglo tras su óbito. ¿Lo peor de todo? Que caer víctima de uno de estos fines tan poco dignos es más fácil de lo que parece. Para convertirse en motivo de chiste post mortem, uno sólo necesita padecer accidentes medianamente comunes, presentarse en el momento equivocado en el lugar menos oportuno... o aparecer en según qué películas. Porque, si el cine puede ser una mala escuela para aprender a besar, para aprender a morirse ni te contamos.

Está claro que los mundos de la serie B y del cine de acción son fértiles semilleros de óbitos que dan risa. Pero, para este informe tan necrológico, nosotros hemos preferido portarnos como forenses, afilar el escalpelo, y no respetar a nadie. Ni siquiera a los clásicos, ni a los y las profesionales de talento consagrado. Sin ir más lejos, ¿nadie recuerda cómo pasaba a mejor vida Marion Cotillard en El Caballero Oscuro: La leyenda renacePues eso. Entendemos que la diva francesa quisiera afrontar su papel de Talia Al'Ghul con sutileza y contención, máxime hallándose junto a un murciélago vociferante como Christian Bale. Pero se pasa una de la raya, y el resultado es que su último suspiro frente a la cámara termina convertido, más bien, en suspirito, totalmente impropio de una supervillana hija de Liam Neeson.

Al menos, Cotillard podría alegar que su linaje como señora del mal le venía de la ficción, y que ella sólo seguía las órdenes de un tipo tan picajoso como Christopher Nolan. Pero lo de Sofia Coppola en El Padrino III no tiene perdón, se lo mire por donde se lo mire: vale que la bambina de Francis Ford Coppola ejercía como sustituta de urgencia de una Winona Ryder seducida por Tim Burton, pero con su papá tras la cámara y con todo a su favor para ejecutar una despedida brillante, esa forma de caer fulminada sobre la escalinata de la Ópera de Palermo sigue resultando incómoda 25 años después del estreno del filme. Ni siquiera el aullido animal de Al Pacino, soltando de golpe toda la rabia contenida en el cuerpo de Michael Corleone, es capaz de arreglar la escena. Incluso la empeora.

Repasando nuestros archivos, vemos que ni siquiera los actores de más empaque se libran de un viaje al Inframundo en clase turista. Para confirmarlo, sólo cabe recordar a Samuel L. Jackson en Deep Blue Sea: quién nos iba a decir que el hombre que fue Jules Winnfield y Nick Furia podía sufrir un fin así, víctima de un vulgar escualo digital, después de electrizarnos con su chulería. Comparado con esto, incluso su muerte en Kingsman resulta épica: no decimos más.

En las cosas del morirse, por otra parte, la puesta en escena también influye mucho. Tanto, al menos, como el trabajo del departamento de efectos especiales: la muerte de Brad Pitt en ¿Conoces a Joe Black?, ya que estamos, podría haber resultado, bien punzante, bien cómica, por lo inesperada. Y, pese a ello, se quedó en lamentable por culpa de ese monigote zarandeado y embestido por tanto coche. Nada más ver este momento, ya supimos que este remake de La muerte de vacaciones (1934) podría haber hecho llorar a Frederic March y al genial director Mitchell Leisen. Llorar de vergüenza ajena, claro.

Y tengamos presente, también, que un mal estiramiento de pata puede perjudicar incluso al filme con más méritos, sobre todo cuando al director se le va la mano. Ahí está, por ejemplo, la muerte de Rick Jones (Ronny Cox), el villano financiero de Robocop: excesivo como siempre, Paul Verhoeven había llenado su obra maestra cyberpunk con defunciones tan grimosas como memorables. Pero, al liquidar definitivamente a su antagonista principal, tiró de un croma más bien fallido y, sobre todo, de una anatomía cuestionable: no es sólo que el bueno de Rick necesite lecciones de caída libre a cargo del Alan Rickman de La jungla de cristal. Es que cualquiera diría que, al precipitarse acribillado desde el rascacielos, le han crecido los brazos de golpe.

En todo caso, admitamos que hay muertes cinematográficas que son indignas de por sí. A ver cómo se presenta uno frente a San Pedro explicando que, como el Nick Zano de Destino final 4, ha fenecido con sus vísceras succionadas por el desagüe de una piscina. Por vía anal, además.

En esta especialidad particular, el summum nos lo proporciona La serpiente a la sombra del águila, filme de artes marciales protagonizado por Jackie Chan en 1978. Según lo que aquí vemos, recibir un puñetazo del astro hongkonés en las partes nobles es, literalmente, para morirse.

Al provenir del bajo presupuesto, el ejemplo anterior puede hacer que algunos autores bajen la guardia. Pero no te confíes, porque ni siquiera ser uno de los mayores artistas de la historia del cine te librará de un final indecoroso. Sobre todo si te da por actuar además de dirigir, como a François Truffaut: cuando el archienemigo de Jean-Luc Godard rodó el clímax de La habitación verde, su (por otra parte estupenda) película de 1978, el equipo de rodaje al completo guardó silencio. Un silencio que no se debía, como pensaba el cineasta, a la intensidad de su interpretación, sino a los esfuerzos para contener la risa floja. Mira el vídeo para juzgar si tenían o no razón.

Por último, dejemos algo claro: por más que te esfuerces y retuerzas tus neuronas, por más que pongas todo de tu parte para que tu último momento frente a la cámara bata récords de vergüenza ajena, jamás superarás al Slim Pickens de ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú. ¿Dónde está la gracia en este último ejemplo, si se trata de un momento icónico de la obra de un genio como Kubrick? Pues en que el actor no sabía que estaba rodando una comedia. Ante un hecho de tal malignidad, sólo cabe cantar el gorigori y poner la lápida en su sitio...

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