[Málaga 2016] El hombre que se perdió para encontrarse a sí mismo

Hace 26 años Miguel Mérida se fue al monte a pegarse un tiro. No tuvo valor y se quedó allí catorce años. ‘El perdido’, revelación de Zonacine, reimagina su historia
Bárbara Goenaga, compañera de reparto en La punta del iceberg, con vestido de Liu Jo.
Bárbara Goenaga, compañera de reparto en La punta del iceberg, con vestido de Liu Jo.
Bárbara Goenaga, compañera de reparto en La punta del iceberg, con vestido de Liu Jo.

Se esfumó en febrero de 1994 y como único rastro dejó unas zapatillas a orillas del río Guadajoz. Su hermano, con el que trabajaba en un cortijo de Villares, lo interpretó como una señal de algo. Probablemente, de que se había quedado en Córdoba y no había cruzado a Jaén. Miguel Mérida no era un loco ni un raro. Como mucho, un tipo tímido con escasas dotes sociales. Aquel febrero, hace 26 años, subió en moto a la Sierra Sur para pegarse un tiro con su escopeta pero en el último momento no encontró el valor. Como tampoco se atrevía a volver, se quedó a vivir allí. “Yo esto no lo tenía preparado”, le dijo a un periodista del Diario de Jaén cuando lo encontraron y lo arrestaron después de catorce años viviendo solo en el bosque, sin hablar con nadie, sobreviviendo con lo que la naturaleza le daba. Al parecer, había empezado comiendo almendras. Luego, aceitunas pasas. “Lo del suicidio sí que lo tenía planeado”, contó. Lo otro, simplemente, fue ocurriendo. Para ir tirando, robaba comida, herramientas, animales a los campesinos de la zona. En Alcaudete, cuando echaban de menos algo decían que se lo había llevado ‘El perdido’.

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“Me llamaron unos productores de Madrid y me dijeron que había una historia que querían que contase, la de un andaluz que había desaparecido en el monte durante catorce años”, recuerda Christophe Farnarier de un proyecto que nació hace cinco años, mientras el documentalista (La primavera, El somni) y director de fotografía (Honor de cavalleria) realizaba su último filme en el Pirineo catalán. “Me apetecía rodar algo allí, pero sobre todo es que acababa de leer Walden y esa idea no dejaba de rondarme”, cuenta el director sobre el famoso ensayo en el que Henry David Thoreau narra los dos años que vivió en una cabaña construida por él mismo cerca del lago Walden. “Lo que me interesó es esa contradicción según la cual el hombre lo tiene todo pero es incapaz de ser feliz; y sin embargo, con pocos medios puede llegar a serlo”.

El perdido, lúcida revelación de Zonacine que compite en la 19 edición del Festival de Málaga, comienza de manera muy parecida a la historia real de Miguel Mérida. En un plano largo, un hombre conduce una motocicleta. El camino es espigado, a las faldas de una ladera. El ruido de la moto desborda el plano. Llegado un momento, el hombre detiene el vehículo y continúa el camino a pie hasta que aparece la nieve. Entonces, se sienta debajo de un árbol y apoya la barbilla sobre la escopeta. Pero no dispara. “En un momento determinado hace un fuego y tenemos delante la historia de la humanidad”, explica Farnarier sobre su personaje que, al no haberse atrevido a quitarse la vida, sigue ascendiendo por la montaña con el objetivo de morirse de hambre o de frío. Pero tampoco lo hace. El instinto de supervivencia vence. Empieza bebiendo nieve, comiendo plantas y enseguida está cazando animales. “Aparece el cazador, el nómada, luego se construye una cabaña pequeña y, más tarde, otra más grande. Con sus manos va construyendo una nueva vida, se va civilizando pero camina hacia una civilización no violenta, pacífica, en paz consigo mismo”, cuenta el director.

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Aunque ese primer capítulo de El perdido sigue al pie de la letra la historia real de Miguel Mérida, el filme de Farnarier enseguida toma su propio rumbo. “Intentamos crear un personaje más universal, sin una identidad tan clara, con la idea de que todos tenemos un perdido dentro”, explica sobre este hombre-paradigma que, después de la cabaña con ventana, se construye un arco y lee revistas robadas –como el propio Mérida– y hasta adopta un perro que aparece por allí. Aunque en un principio, el equipo hizo una extensa labor de documentación en Andalucía, el director no tuvo ninguna duda de que quería rodar la película en el Pirineo catalán, zona en la que vive desde hace años y que conoce a la perfección. Allí, entre el Cabo Creus y el corazón de los Pirineos, rodaron durante un año El perdido, a saltos, aprovechando las vacaciones del único actor de la película, Adri Miserachs, vecino puerta con puerta de Farnarier y debutante en el oficio de actor.

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“Yo no quería un actor, no quería una interpretación”, explica el director de El perdido que ha llevado a la ficción su maestría como documentalista. De ahí, la elección del protagonista, ajeno totalmente al mundo del cine –trabaja en una empresa de arquitectura textil– pero no tanto al del personaje que interpreta. “Adri tenía ese sueño de hacerse una cabaña y escaparse de la presión de la vida –explica Farnarier–. Él lo ha hecho todo, descuartizar al jabalí, construir la cabaña… No hay nada falso. Su personaje no habla, pero lo hacen sus gestos, la mirada, todo su cuerpo”. Y es que por mucho que El perdido sea una aproximación a la ficción de Farnarier, su búsqueda de la esencialidad del cine, de sus orígenes, sigue presente en estas casi dos horas sin diálogos ni música en las que observamos a ‘El perdido’, desde su intento de suicidio hasta el día que se arregla la barba frente a un espejo o se ve con unos platos dispuesto a poner la mesa.

Años después de que la policía de Jaén lo arrestase por los numerosos robos cometidos, Miguel Mérida tiene una vida normal y dice ser feliz. Todos los días va a Cabra a sus talleres de Faisem, un colectivo que trata a personas con enfermedades mentales. Dice haber encontrado su camino. Como el protagonista de ‘El perdido’, tuvo que perderse del mundo para encontrarse a sí mismo.

El perdido se proyecta en el Festival de Málaga (Sección Zonacine) y en el Festival D'A.

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