Las 9 veces que quise ser Clint Eastwood y fracasé

El tipo duro de los 70 y 80. El último director clásico vivo. Clint Eastwood ha sido un ejemplo para varias generaciones… Pero es muy difícil ser Clint Eastwood.
Las 9 veces que quise ser Clint Eastwood y fracasé
Las 9 veces que quise ser Clint Eastwood y fracasé
Las 9 veces que quise ser Clint Eastwood y fracasé

Clint Eastwood es una leyenda y por lo tanto cada uno tiene su propia historia con Clint Eastwood.

Comenzó siendo un actor sin frases, el primer vaquero del spaghetti western. Este jinete solitario con la mirada demasiado intensa se presentó en el imaginario popular en la década de los 60. Y en los 70 cuando ese físico imponente y ese carácter de tipo duro le lanzaron al estrellato y le convirtieron en un auténtico icono de la masculinidad. Y desde entonces hasta ahora todos los hombres del mundo, generación tras generación, han querido ser Clint Eastwood.

En mi infancia Clint Eastwood fue una especie de figura paterna. Mi padre se fue de casa muy temprano. No le guardo rencor, los divorcios son siempre buenas noticias. Como dice Louis C. K.: "¿Conocéis algún matrimonio feliz (realmente feliz) que acabe en divorcio?”

El caso, mi abuelo era la referencia masculina que tenía más a mano. Sin embargo, apenas hablábamos. A mí me encantaban las películas pero él siempre decía que el cine era todo mentira, que para qué perder el tiempo viendo cintas si uno podía ver el parte o los toros. Sin embargo, un día echaron en la tele Por un puñado de dólares… Mi abuelo, un cabezota del club de los verosímiles, se enganchó al género más inverosímil de todos.

Mi abuelo Juan y yo aprendimos a admirar a ese tipo honesto, fuerte, astuto y atractivo que pasó a ser el vínculo entre nosotros, ejemplos prácticos de dos generaciones rotundamente contrarias.

Y así comienza mi historia con Clint Eastwood, a quien nunca le dejaré de estar agradecido. Después de la trilogía del dólar me volví a encontrar con él en una sala de cine, él hacía de Frank Horrigan, un escolta veterano que se enfrentaba a un psicópata con el rostro de John Malkovich en La línea del fuego. Al salir del cine de verano tenía un objetivo muy claro… De mayor quería ser Clint Eastwood.

Mi primer cigarro

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Yo me fumé los primeros Lucky Strike de mi vida mascando el filtro, como haría el personaje de Eastwood en Por un puñado de dólares. El actor se marcó con Sergio Leone tres películas prodigiosas que muchos puristas del western se tomaron como agravio. ¿Pero quién se puede fiar de los puristas? El tiempo ha demostrado que eran auténticos clásicos y que Leone inventó un género.

Los guiones revisaban antiguas películas de Kurosawa. Personajes misteriosos y sucios. Tiroteos surrealistas, diálogos rotundos y rimbombantes, y esos primeros primerísimos planos con los que buceamos por primera vez en los ojos de Clint Eastwood.

Y esa forma de fumar mascando…

Las 9 veces que quise ser Clint Eastwood y fracasé

Tenía un chiste recurrente con mi abuelo cuando le diagnosticaron un tumor en el labio. “Si hubieras fumado con los dientes como Clint Eastwood ahora no te pasaría esto”, y siempre se reía.

El pañuelo al cuello

El jinete pálido predicador

El carácter se tiene o no se tiene. El carisma no se aprende. Y para los que como en mi caso vamos cortos de eso, necesitamos potenciarlo con las vestimentas.

Igual que Clint Eastwood supo absorber todo lo que necesitaba de Sergio Leone para emprender una portentosa carrera como director, yo intenté aprender todo lo que me ensañaba el actor en sus películas para llegar a un nivel de carisma suficiente que me permitiera ligar sin demasiada conversación.

Infierno de cobardes o El jinete pálido son dos ejemplos de western maravillosos que Eastwood dirigió con maestría y un toque personal que le convertiría en una pieza imprescindible de Hollywood. Y además protagonizaba los dos. Y además en las dos películas su personaje llevaba un pañuelo en el cuello. Una de las prendas más canallas que existen. Cuando comencé en mi primer trabajo serio como periodista lo intenté miles de veces, pero nunca llegué a salir de casa con el pañuelo al cuello.

Mi amigo Jesús Castellanos, el tipo que mejor escribe de música de mi generación aunque lleve años sin escribir de música, lleva pañuelos en el cuello. Es un crápula. Liga con chicas haciendo con su mano el gesto de catalejo. Tiene el aura de una estrella de rock, pero el rock se le ha quedado pequeño. Se anticipa, tiene ingenio y es dueño de las tres virtudes. Pues eso, que el carisma no se aprende.

Anda, alégrame el día

Harry Callahan. Así se llama el poli malo de la saga de Harry el sucio. Otro de los personajes icónicos de Clint Eastwood que se convirtió en un referente mil veces copiado gracias a su mirada de reojo, su forma de comer perritos calientes, su magnun 44 y su “Anda, alégrame el día”.

Y en mi adolescencia yo quise ser él, tener su mirada, su seguridad, su apetito… Pero ¿a quién quería engañar?

Sin embargo, mi obsesión por las películas de Harry el sucio provocó que llegara a un profundo nivel de análisis del personaje. Callahan era un antihéroe por definición, sí, pero atípico. De pasado confuso y cuna un objetivo muy concreto, cagarse siempre que pudiera en la maldita burocracia, el único obstáculo entre él y la justicia.

¿Un instrumento? El saxo

Un día, hace poco más de un año vi Whiplash. La película de Damien Chazelle me enganchó, me consumió… Su ritmo endiablado abrió una puerta en mi cabeza...

Quería tocar un instrumento.

Y un día, treméndamente borracho, se me ocurrió desear en voz alta un saxo para mi cumpleaños. La influencia que había tenido Bird (la película de Clint Eastwood sobre Charlie Parker) sobre mí era tan fuerte que nunca me llegué a plantear tocar otro instrumento.

Clint Eastwood hizo el mejor homenaje posible a la figura de un borracho, drogadicto y genial saxofonista. Y si yo tenía que tocar un instrumento tenía que ser aquel.

Ahora llevo un año tocando el saxo y en lo único que me parezco al Charlie Parker que interpretó magníficamente por Forest Whitaker es en mi pasión por las sustancias psicotrópicas.

Amar bajo un puente o bajo la lluvia

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Los puentes de Madison es una película tremendamente sentimental y bella sobre el amor maduro entre dos personas hechas la una a la otra que se encuentran demasiado tarde. La historia de amor que propone Clint Eastwood gira alrededor de un fotógrafo de National Geographic que sacude el mundo de un ama de casa de Bari (Iowa).

No hay mucha acción, solo miradas y silencios, pero la pasión que hay en todas sus escenas es abrumadora.

Esta película habla sencillamente de los trenes que dejamos pasar durante nuestra vida. De las posibilidades, de elegir, de atreverse… Y ¿quién no ha dejado pasar algún tren en su vida? A mí, desde luego, se me han ido unos cuantos.

Me gustaría ser Robert Kincaid, ese fotógrafo aventurero, que si le gusta algo lo coge. Ese tipo fuerte, romántico, inteligente y bondadoso. Pero me temo que me parezco mucho más a Francesca Johnson, cauta, sensible, tímida, acomplejada, pasional pero conservadora y lo peor de todo, cobarde.

El entrenador

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Clint Eastwood es el John Ford de esta generación. No tiene tantas obras maestras y no dispone de la misma astucia para colocar la cámara, pero se desenvuelve muy bien rodando caras humanas.

Uno de sus mejores retratos es el de el entrenador de boxeo Frankie Dunn en la magnífica Million Dollar Baby. La película más sombría de Eastwood, más incluso que Sin Perdón. Un tipo en busca de la redención, solitario y recto, decide entrenar y representar a una inquebrantable Hillary Swank. La película gira por varios géneros y consigue colocarse entre las películas de boxeo más espectaculares de los últimos años y también funciona a la perfección como un oscuro drama.

Me enamoré de Dunn y de Swank y sobre todo de ese personaje interpretado por Morgan Freeman, el único amigo de Dunn, un ex-boxeador con ganas de pegar su último derechazo. Estos personajes convivieron conmigo mucho tiempo, tanto que, cuando en mi equipo de fúbol sala me ofrecieron entrenado solo dije que sí por la influencia que habían provocado en mi estos dos personajes. Intenté ser hosco, duro, exigente como Dunn y me odiaron. Así que asimilé la personalidad de Scrab (el personaje de Freeman) y lo que conseguí fue que no me respetaran. Después de tres derrotas dejé el banquillo y volví a ser el jugador de perfil bajo que siempre he sido.

¿Escalda o un vaso de Laphroaig?

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Jonathan Hemlock es uno de mis personajes favoritos de toda la filmografía de Clint Eastwood. De hecho Licencia para matar fue mi enganche con la literatura de Trevanian.

Ese asesino a sueldo, ese matón retirado que además sabe escalar, que es un experto en arte y que bebe buen whisky se convirtió rápidamente en mi recién estrenada época de universitario en ejemplo a seguir. Llegué a ir al rocódromo y no se me daba mal, pero como casi siempre la falta de constancia hizo que me distanciara de ese maravilloso deporte. Una falta de constancia que no tenía con los vasos de whisky que me reservaba para los fines de semana. Un día de casualidad en casa de un amigo pudiente, tuve frente a mi una bonita botella de Laphroaig.

Uno de los mejores tragos de mi vida y la vez que más cerca he estado de parecerme a Jonathan Hemlock.

El asesino que tanto admiro

Y siguiendo con los asesinos de la filmografía de Clint Eastwood, vamos con William Munny. El protagonista de su obra maestra, su película más redonda, un western crepuscular titulado Sin Perdón que continúa la estela que dejó John Ford con El hombre que mató a Liberty Valance.

No hay nada moralmente aceptable que se pueda imitar de William Munny. Sin embargo cada una de sus frases a lo largo de ese estupendo guión son para enmarcar.

Frases que yo me he guardado para pronunciar en determinadas circunstancias:

"Confiemos en la buena fe de los hombres y en la benevolencia de los reptiles"

o

"Matar a un hombre es algo despreciable. Le quitas lo que tiene y todo lo que podría llegar a tener"

Evidentemente nunca he tenido oportunidad de usarlas. Pero al tiempo...

Cuando sea abuelo quiero ser Walt Kowalski

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Todavía no he perdido la esperanza de que llegue el día en el que consiga ser Clint Eastwood... y mi mejor baza es Walt Kowalski. Quiero ser ese abuelo que disfruta de su soledad, que vive armado, ese tipo patriota que es racista por tradición pero que sabe distinguir muy bien dónde hay una buena persona sea de la raza que sea.

Quiero ser ese hombre que ayude desinteresadamente, mientras mantiene su respeto gracias a un terrible humor. Ese viejo gruñón y entrañable capaz de arriesgarse por el vecino. Quiero guardar una reliquia en mi garaje y protegerla. Quiero demostrarles a mis hijos y mis nietos que no soy ninguna antigualla...

Sé seguro que si llego a viejo y soy como Walt Kowalski mi abuelo estaría muy orgulloso de ver en qué clase de abuelo se ha convertido su nieto.

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