Las 10 películas más prehistóricas

¿Te saben a poco las peripecias de 'Ice Age: La formación de los continentes'? Viaja con nosotros a los orígenes de la humanidad (y del bikini). Por YAGO GARCÍA
Las 10 películas más prehistóricas
Las 10 películas más prehistóricas
Las 10 películas más prehistóricas

Por cuarta vez desde 2002, los aficionados al cine de animación volverán a la prehistoria para echar unas risas y formularse una pregunta trascendental: ¿logrará Scrat comerse una bellota? Nos referimos, claro, al estreno de Ice Age: La formación de los continentes, nueva entrega de una saga muy fría que nos llega en pleno verano, y que nos ha hecho recordar un género que en su día hizo furor: las películas ambientadas en la prehistoria. Porque no te engañes, lector: aunque ahora la asociemos a los mamuts con tupé y a las ardillas de dientes de sable con hambre atrasada, los filmes trogloditas fueron en su día un género de lo más arriesgado, cuya calidad se medía por las curvas de las chicas trogloditas y lo escueto de sus bikinis de piel de bisonte. ¿Quieres comprobarlo?

Hace un millón de años (D. Chaffey, 1966)

No fue la primera película cavernícola (Buster Keaton rodó su comedia Tres edades en 1923, nada menos) y su argumento no era original, dado que se trataba de un remake de un filme de 1940. Pero, gracias a la capacidad de Hammer Film para tomarle el pulso a los cines de barrio, esta versión de Hace un millón de años sentó las bases del género para los restos: chicas ligeras de ropa (encabezadas por nada menos que Raquel Welch), diálogos reducidos al mínimo (con los gruñidos guturales, los trogloditas van que chutan) y abundante presencia de unos dinosaurios que compensaban su poca verosimilitud científica con las animaciones de Ray Harryhausen. Además, como aprendimos en Cadena perpetua, las curvas de la prota van muy bien para ocultar según qué tipo de cavernas.

Cuando los dinosaurios dominaban la Tierra (Val Guest, 1970)

A ver, dejémoslo claro de una vez por todas: cuando los primeros humanos aprendieron a hacerse el taparrabos con piel de bisonte, los reptiles gigantes ya se habían extinguido. ¿Ha quedado claro? Pues la Hammer, como si nada: tras un acercamiento oblicuo al género como Mujeres prehistóricas (ambientada en el siglo XX, pero con la civilización perdida de rigor), la productora británica se agenció al escritor J. G. Ballard (El imperio del sol, Crash) para escribir el guión de una producción de la cual el literato huyó despavorido. La verdad es que Cuando los dinosaurios... resulta una versión de Segunda B de Hace un millón de años, tanto por su protagonista (una Victoria Vetri que no nos hace olvidar las curvas de la Welch), como por lo mucho que se nota la ausencia de Harryhausen en el departamento de animación. Señalemos que, en las proyecciones del filme, se obsequiaba a los espectadores con un práctico Diccionario cavernícola para que estos no se perdiesen el significado de ningún "bunga bunga".

En busca del fuego (J. J. Annaud, 1981)

Efectivamente: estamos ante la única película de este informe que, posiblemente, el lector pudo ver en las clases de Historia del insti. El director Jean-Jacques Annaud se documentó todo lo posible para elaborar En busca del fuego (su pasión antropológica le llevó a reconocer varios errores en los comentarios del dvd), recurrió a los servicios de Anthony Burgess (el autor de La naranja mecánica, que también era lingüista) a fin de dotar a sus personajes con algo parecido a un idioma y, para colmo, le dio uno de los papeles principales a Ron Perlman, todo un monstruo de tiempos remotos. Tanto rigor no excusa la presencia de una escena erótica de alto voltaje (cuando el prota Everett McGill descubre la postura del misionero) y de un mensaje bastante pesimista: frente al pacífico Hombre de Neanderthal, el homo sapiens sapiens resulta ser un grandísimo bastardo.

Cavernícola (C. Gottlieb, 1981)

El mismo año en el que Annaud nos ilustraba y entretenía a un tiempo, llegó a las pantallas la película más delirante de nuestra lista. Porque, para empezar, el cavernícola de marras es... ¡Ringo Starr! El ex batería de los Beatles compite contra Dennis Quaid por el amor de la maciza Barbara Bach (su futura esposa) mientras trata de asegurarse ese talento para la comedia sin palabras que algunos le adjudicaron tras ver Qué noche la de aquél día, fracasando rotundamente en ambas tareas. Bueno, hay que decir que en el transcurso de sus correrías también descubre la música y los alucinógenos: algo es algo.

El clan del oso cavernario (Michael Chapman, 1986)

Como ya hemos visto, la inclusión de una moza de buen ver (o varias) en el reparto es clave para asegurar el éxito de un filme prehistórico. Así pues, esta adaptación del primer tochazo escrito por J. M. Auel sobre las mujeres prehistóricas y sus cosas apuntó a los más bajos instintos del público ochentero, fichando a una Daryl Hannah que, pese a las ropas de piel y el hacha de sílex, parece salida de la misma pelu que Cindy Lauper. El filme, una historia de violencia de género en la Era Glacial, fue un fracaso de taquilla, y eso que (por una vez) los gestos y los gruñidos de los personajes eran traducidos mediante subtítulos.

En busca del Valle Encantado (Don Bluth, 1988)

¡Por fin, una con dinosaurios! Y con dinosaurios bebés, además: el animador Don Bluth consiguió colarle un órdago a la grande a una Disney en horas muy bajas con esta producción, que hizo llorar y reír a muchísimos peques con las peripecias del pequeño brontosaurio Piecito y sus amigos. Bastante bien documentada dentro de lo que cabe (que sepamos, los dinos no hablaban, o al menos no tanto), En busca del Valle Encantado fue un éxito del cine dibujado en una época más bien amarga para el género, y generó varias secuelas directas a vídeo.

El hombre de California (Les Mayfield, 1992)

Dentro del subgénero prehistórico, hay un sub-subgénero que debemos mencionar, y que podía definirse como "troglodita congelado que despierta en los EE UU actuales". Este exponente tiene, además, lo que podríamos denominar "un gran interés antropológico" por diversas razones: el cavernícola de marras es Brendan Fraser, el chaval que le descubre hecho un cubito de hielo es Sean Astin (ex miembro de Los Goonies y futuro hobbit en El Señor de los anillos) y la película resulta una exhibición de las modas más horteras de los primeros 90, del chaleco al estilo de Keanu Reeves en Bill y Ted a las cintas de tenista en el pelo.

Parque Jurásico (Steven Spielberg, 1993)

Eso de sacar del congelador a un hombre prehistórico (o a un reptil gigante: véase El monstruo de tiempos remotos) estaba ya muy visto, así que el novelista Michael Crichton pensó "¡Sopla! ¿Y si nos sacamos de la manga unos dinosaurios fabricados con ingeniería genética?". La novela resultante fue un best seller, y a un Spielberg tan avispado como siempre le faltó tiempo para arrimarse a ella y facturar el que, hasta ahora, es el último filme de acción real con una mirada innovadora a la Protohistoria. Sabemos que el nombre de la película está mal puesto (la mayoría de los dinos que aparecen en ella son del período Cretácico), pero qué demonios: sus efectos especiales siguen apabullando, y su guión da materia prima para un musical muy chulo.

Los Picapiedra (B. Levant, 1994)

La familia más divertida de la Prehistoria ya había tenido un largometraje de animación para ella solita (El superagente Picapiedrota, de 1966), pero no fue hasta el éxito de Parque Jurásico cuando Spielberg (sí, otra vez él) pudo cumplir su sueño de llevarla a la imagen real. El hombre de la gorra se quedó con el puesto de productor, y hemos de decir que la jugada no le salió bien: pese a unos John Goodman y Rick Moranis que parecían hechos para encarnar a Pedro Picapiedra y Pablo Mármol, a una Halle Berry primeriza y mollar y a la última aparición en pantalla grande de Elizabeth Taylor, el filme no resultó ninguna maravilla. Aun así, ver en carne, hueso y animatronics los míticos créditos de la serie fue un subidón.

Ice Age: la edad de hielo (C. Wedge, C. Saldanha, 2002)

Tuvieron que pasar bastantes años, y unas cuantas secuelas de Parque Jurásico, para que volviésemos a ver un filme ambientado en la Prehistoria. Sólo que, como la evolución había seguido su curso y Pixar marcaba ya la pauta, nuestro regreso a las cavernas se produjo en animación digital y sin dinosaurios de por medio: en su lugar tuvimos a un mamut (con tupé), un perezoso hiperactivo y un tigre de dientes de sable ocupados en devolver a su tribu a una niña cavernícola monísima. El éxito de la premisa ha quedado claro con la producción de sus tres secuelas, y con la condición de icono generacional alcanzada por Scrat, la ardilla robaescenas.

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