Hollywood no quiere público: quiere 'fans'

Nuestra forma de ver cine y series ha cambiado... Y los estudios se han dado cuenta: ahora trabajamos por la cara como generadores de marketing viral. Por YAGO GARCÍA
Hollywood no quiere público: quiere 'fans'
Hollywood no quiere público: quiere 'fans'
Hollywood no quiere público: quiere 'fans'

Atención, lector: ¿nunca te has preguntado por qué a las películas de superhéroes les importa bien poco lo que recauden en cines? ¿O, sin ir más lejos, por qué Dave Lombardo, el jefe supremo de HBO, se alegra en lugar de cabrearse cuando Juego de tronos bate récords como serie más pirateada? Las explicaciones en forma de gráficas y estudios de mercado podrían llenar todo el espacio en el servidor de esta web (y aun faltarían megas), pero, para ir al fondo de la cuestión, basta con citar algo que se dijo ayer en la Code Conference de Palos Verdes (California). En este encuentro sobre medios de comunicación y tecnologías, en el que participan altos cargos de Google, Microsoft y Apple (bueno, y también Gwyneth Paltrow), la analista de mercados Mary Meeker pronunció una frase que debería hacer pensar a más de uno: "Los fans importan más que el público".

Según recoge Deadline, Meeker apuntó que la cita de marras se debe a Reed Hastings, el presidente de Netflix, cuya intervención hoy en la Code Conference se espera como agua de mayo. Ahora bien, ¿qué quiere decir la frasecita? Dejemos que la conferenciante se explaye: "El público cambia de canal cuando termina el programa; el fandom comparte, comenta y crea contenido". ¿Sigue sin hacerse evidente? A ver con esto: según Mary Meeker, cuando los medios audiovisuales se combinan con las redes sociales, "hay una buena subida en la identificación de marcas y anunciantes". Vamos, que la primera inversión tiene más probabilidades de coronarse con jugosos beneficios. Y todo ello a través de la difusión digital.

Pensemos en esto: si una película de Marvel o Sony depende ahora más del merchandising y de la propiedad intelectual que de la venta de entradas para ser rentable, ¿qué es lo que le interesa al estudio? Pues, obviamente, no tanto despachar esos boletos en la taquilla (que también) como mantener la popularidad de sus personajes, y convertirlos en activos reconocibles para cosechar licencias y contratos publicitarios. De la misma manera, el hecho de que un fan estadounidense de Juego de tronos vea el capítulo de la semana en una página de enlaces en lugar de en su televisor, o de HBOGo, diluye su importancia si acto seguido dicho fan corre a su blog, o a su página de Tumblr, para postear un fan art recién dibujado o para alabar lo guapa que se pone Sophie Turner (Sansa Stark) cuando hace pucheritos. Ya se trate de un filme, ya se trate de una serie, dicho contenido circulará por la Red, y contribuirá tanto a incrementar la popularidad del producto (y, con ella, la posibilidad de que éste gane nuevos adeptos) como a persuadir a quienes correspondan de que invertir en él merece la pena. Y, además, lo hará gratis.

Todo esto suena a una versión digital del 'boca-oreja' de toda la vida, y de hecho lo es. También puede alegarse que los efectos de este fenómeno no siempre son positivos para los estudios: ahí queda el caso de John Carter, una superproducción cuya carrera comercial se fue al traste debido en parte a la mala reacción de los internautas. Pero mucho ojo, porque John Carter también tiene sus admiradores en las redes sociales... Y además, según Mary Meeker, este estado de cosas no hará sino acentuarse conforme haya más tablets y smartphones en circulación. La experta añadió enseguida que las ventas de dichos dispositivos "están subiendo a un ritmo que deja en mantillas al ascenso de los ordenadores personales". Lo cual también es significativo: ¿a cuántas personas has visto, teléfono en mano, tuiteando su opinión sobre un filme nada más encenderse las luces de la sala? Si te mueves en círculos cinéfilos, seguro que a más de una. Y si tienes la suerte o la desgracia de dedicarte a la crítica, como profesional o de manera amateur, habrás perdido ya la cuenta.

Ahora ya sabemos la clave de aquello que nos desconcertaba tanto ayer: la decisión de Disney de unir a varios de sus villanos más populares (a sus hijos, en realidad) para el telefilme Descendants. Si, como señalábamos en nuestro informe, los contenidos con el sello de 'tío Walt' tienen una popularidad enorme entre las generaciones jóvenes y digitalizadas, imaginemos el potencial de un producto así para crear comentarios, fan fiction, memes y otros elementos que hagan las veces de márketing viral sin que el estudio necesite gastar un céntimo. ¿Tenemos un ejemplo histórico? Pues va a ser que sí: desde su regreso en 2005, la serie de la BBC Doctor Who se ha ganado un fandom en Estados Unidos (territorio donde nunca se le había hecho demasiado caso) igual o superior al de su Reino Unido natal. ¿Es una casualidad que este ascenso se produjese después del auge de las redes sociales? por supuesto que no: ahí está internet para demostrarlo.

Una vez más, insistimos: todo esto lleva a la conversión del público en un engranaje más de la maquinaria comercial, dispuesto a generar información de la que se beneficien las productoras y demás empresas, sin recibir por ello más compensación que más entregas de su saga o serie favorita. Ahora bien, a nosotros nos gustaría pensar que se trata de un arma de doble filo: la furia del infierno palidece frente a la de un friki despechado, y en el cine tenemos ejemplos como el de Green Lantern, un filme que recaudó mucho... Pero cuyos manifiestos fallos le impidieron hacerse lo bastante popular como para servir de fundamento a una saga. Ahora bien, esta disquisición nos llevaría a otra pregunta. Y esa pregunta es hasta qué punto puede uno ser un fan y, a la vez, mantener el espíritu crítico. Pero eso, nos tememos, es materia para otro artículo...

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