El caso Bryan Singer: secretos a voces y morbos públicos

Mientras el cine de Hollywood sigue desdeñando a los gays, el escándalo en torno al director de 'X-Men' remueve uno de los aspectos más desagradables de su maquinaria. Por YAGO GARCÍA
El caso Bryan Singer: secretos a voces y morbos públicos
El caso Bryan Singer: secretos a voces y morbos públicos
El caso Bryan Singer: secretos a voces y morbos públicos

¿Cuántas coincidencias pueden acumularse antes de resultarnos forzadas? Esa es una pregunta fácil de formular en torno al caso de Bryan Singer. El pasado jueves, cuando se hizo pública la demanda por abusos sexuales contra el director neoyorquino, era fácil asociar dicha denuncia al inminente estreno de X-Men: Días del futuro pasado, que llegará a las pantallas el 6 de junio: según esta visión del asunto, Michael Egan (el hombre que acusa a Singer de haberle violado cuando tenía 15 años y era un aspirante a actor), habría tenido en cuenta una circunstancia que proporciona gran exposición mediática al cineasta, así como el proverbial miedo de los estudios a la mala prensa. Los frutos de este timing tan bien elegido llegaron puntualmente: no se trató sólo de que Bryan Singer cancelase su asistencia a la WonderCon de Anaheim (California), donde se contaba con él para presentar el filme, sino que la cadena ABC retiró también su nombre de los créditos de la serie Black Box, en la que ejerce como productor ejecutivo.

Nada nuevo, hasta ahora: la práctica de barrer la basura bajo la alfombra, recurriendo al ostracismo del infractor si es necesario, es algo que las majors cultivan al menos desde 1922, cuando el proceso por violación y asesinato contra Roscoe 'Fatty' Arbuckle suscitó el primer gran escándalo de la historia de Hollywood. Aún así, esto era sólo el principio. Dos días después de hacerse pública la demanda, se supo que la directora Amy Berg preparaba un documental sobre abusos a menores en Hollywood, el cual contaría con declaraciones de Egan. De la misma manera, artículos en webs más o menos sensacionalistas sacaban a relucir otros nombres de personajes presuntamente implicados, como Roland Emmerich (Independence Day), los cuales aliñaban reportajes sobre fiestas apocalípticas repletas de jovencitos dispuestos a todo por un papel.

Como guinda final, Egan presentó el lunes tres nuevas denuncias contra otros tantos personajes de la industria del cine: aparte del director de Masters del Universo, Gary Goddard, los otros demandados (Garth Ancier y David Neuman) han ocupado puestos de responsabilidad en Warner y Disney, respectivamente. Dichas denuncias vinculan tanto a Singer como a Goddard, Ancier y Neuman con Marc Collins-Rector, un ejecutivo que, tras ser extraditado a EE UU desde España en 1998, se declaró culpable de ocho cargos de abusos, y cuyo ciclo de ascenso y caída (el cual se produjo durante el auge de las puntocom a finales del siglo pasado) daría para rodar una versión algo más disparatada y siniestra de El lobo de Wall Street. Baste decir que la suma de todos estos factores permitió a Jeff Herman, abogado de Michael Egan, mencionar la presencia en Hollywood de un "círculo de pederastia".

Hasta aquí, los hechos registrados y narrados (es de suponer) con un mínimo de objetividad. La otra cara de la moneda se halla en los medios de tinte abiertamente amarillo, a los cuales -como ya se ha mencionado- les faltó tiempo para cebarse en la historia. Dichas cabeceras repasaron con fruición el gran número de ayudantes y secretarios personales (todos ellos ajustados a un mismo patrón de juventud y atractivo físico) con los que Singer cohabita o habría cohabitado, así como las fiestas que éste gustaba de celebrar en compañía de otros prominentes nombres de Hollywood.

Como suele ocurrir en estos casos, tanto los periodistas con firma como los blogueros o usuarios de foros se ufanaban de divulgar algo "muy conocido", de exponer a la luz pública hechos que hasta el momento habían sido un secreto a voces. Y era cierto: al menos una de dichas francachelas, la celebrada por Singer y Roland Emmerich tras el Orgullo Gay de Los Ángeles en 2009, fue en su momento objeto de noticias con un tono más de complicidad que de escándalo. Pero, si dicho secreto a voces (verbigracia: que Singer, según un testimonio citado por Gawker, era notorio por su costumbre de "masticar y escupir" a jóvenes menores de edad) llevaba años sobrepasando los límites de lo delictivo, e incluso ganándose lugares en la prensa desde el rodaje de Verano de corrupción en 1997, ¿por qué nadie había hecho ni dicho nada hasta precisamente ahora?

Por un lado, esta pregunta puede ser respondida desde el ángulo jurídico: sin denuncia expresa, es raro que un delito cometido en un contexto íntimo pueda llegar a los tribunales. Reparos morales aparte, puede apelarse a la sordidez, invocando la falta de dinero como motivadora de una demanda que no sólo pide consecuencias penales, sino también una indemnización económica para Michael Egan. Lo conspirativo tampoco estaría fuera de lugar: la antigua estrella juvenil Corey Feldman ha mencionado los abusos por parte de pesos pesados del negocio como algo frecuente en Hollywood, achacándoles el declive personal (y, en último extremo, la muerte) de su amigo y compañero de platós Corey Haim. Así mismo, cabe mencionar la suma de controversias y batallas legales sobre el matrimonio homosexual, un tema candente en EE UU al menos desde 2004: si, en la superpotencia, la derecha siempre ha visto a la Meca del cine como un nido de rojos y 'desviados', qué mejor que usar las transgresiones de un director abiertamente gay como mecha para encender un pánico moral.

Pero a esta suma de hipótesis la rondaría otra explicación, mucho menos asumible por nuestras conciencias, y en absoluto desdeñable: en el fondo, esta clase de historias nos gustan o, al menos, nos provocan el escozor del morbo. No hace falta haber visto Cautivos del mal o Mulholland Drive, ni tampoco haber seguido de cerca las acusaciones contra Woody Allen (un caso cuyo paralelismo con el de Bryan Singer debe ser tomado con muchísima cautela) para saber que el mito hollywoodiense se alimenta tanto de sus buenas películas y de sus buenos ejemplos artísticos como de la literatura en torno a sus excesos, su decadencia y su propensión a machacar vidas en nombre de la fama. Si Kenneth Anger tituló Hollywood Babilonia a su memorándum sobre el submundo de la industria fue por algo, al fin y al cabo.

Y, ya que mencionamos a Kenneth Anger, conviene recordar algo que éste ha remachado en sus libros: durante los años del Hollywood clásico, personajes como George Cukor lograron mantenerse en el negocio pese a ser gays, y pese a ostentar en algunos casos costumbres disipadísimas, gracias a su buena mano para la discreción. Lo cual viene a ser lo mismo que su capacidad para cerrar el armario con doble llave. Mientras tanto, otros profesionales como el director Mitchell Leisen o el actor William Haynes padecieron agresiones tanto verbales como físicas cuando trataron de vivir sus vidas con una libertad razonable. Eso por no hablar de los famosos 'sofás de cásting', una práctica que no era usual sólo en el caso de las actrices: entre los intérpretes masculinos afectados por este tipo de rumores no sólo hallamos a iconos ambiguos como James Dean, sino también a parangones de la virilidad convencional tales que Clark Gable.

Estas historias (varias de ellas, pero no todas, en el territorio de la rumorología) tuvieron lugar hace siete décadas, o más. Aun así, miradas a la luz del escándalo de Bryan Singer, podrían parecer más actuales. Recordemos que la asociación GLAAD seguía quejándose, en su informe del año pasado, de la escasez de personajes gays en el cine de Hollywood, así como de la forma en la que éste se negaba a renunciar a los clichés heteronormativos. Cuando esta web publicó un reportaje sobre el cine mainstream y el sida al estrenarse Dallas Buyers Club, nuestros expertos avisaron de que la representación de la homosexualidad desde una óptica natural, no discriminatoria o combativa seguía condenando a un filme a llevar la etiqueta (poco rentable comercialmente) de "cine gay". Y, si hacemos caso a las acusaciones de Michael Egan, la misma industria que genera o margina esta clase de contenidos parece tener tres baremos para decidir qué deseos (independientemente de su signo) son admisibles en sus profesionales: el éxito, el dinero y la posibilidad de suscitar escándalos. Si Bryan Singer ha cometido delitos, bien estarán las medidas legales que se tomen contra él. Pero, contra la doble moral, ¿qué medidas pueden tomarse?

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