[Goya 2017] Eduard Fernández: “Quiero ser como Iniesta”

El actor hace suyo al espía Paesa en 'El hombre de las mil caras', el thriller de Alberto Rodríguez que aspira a once estatuillas
[Goya 2017] Eduard Fernández: “Quiero ser como Iniesta”
[Goya 2017] Eduard Fernández: “Quiero ser como Iniesta”
[Goya 2017] Eduard Fernández: “Quiero ser como Iniesta”

El chasco es considerable cuando le vemos aparecer en el hotel Indigo Madrid. Ni rastro de las peculiares canas laterales, de las gafitas con montura fina o de la gabardina que deja ver una corbata con alfiler. Es Eduard Fernández y va caracterizado como tal: frases contundentes y cortas, ojos pequeños, pelo revuelto, camisa oscura, vaqueros, y, dentro de algún bolsillo, un paquete de tabaco. Estamos acostumbrados a que el actor de Todas las mujeres borde cada uno de los papeles en los que le vemos, desde aquel que nos lo descubrió en Los lobos de Washington, pasando por Smoking Room, Tres días con la familia, Felices 140 o Truman, personajes de reparto, inteligentes, discretos, pasos prudentes hacia esa consagración definitiva que podría estar esperándole estos días en la 31 edición de los Premios Goya.

En El hombre de las mil caras, la nueva película de Alberto Rodríguez, el actor da vida al espía más rocambolesco que ha tenido y, probablemente, nunca tendrá España. ¿Francisco Nicolás? No. Francisco Paesa. El agente que, tras varios timos, fraudes financieros y raros episodios con el Gobierno –incluida una venta de armas a ETA–, fue clave en la detención del fugado Luis Roldán, es el alma del thriller más artificioso del director de La isla mínima. Poco se sabe de este personaje escurridizo que escondió al ex director de la Guardia Civil y a sus millones (hasta hoy) sobre el que Alberto Rodríguez fabula tomando como punto de partida Paesa: El espía de las mil caras, el libro del periodista Manuel Cerdán que ahora reedita Plaza & Janés. Pero el intérprete, así nos lo cuenta en esta entrevista que planea sobre el misterioso oficio de la interpretación, prefiere los datos en apariencia superficiales, una bolsa de la compra y unos cubiertos de pescado, para construir su personaje. Un espía sofisticado, manipulador, silencioso e inolvidable. Eduard Fernández hace suyo a Paesa con tanta naturalidad que resulta casi inevitable esperar que venga él a la entrevista, canoso, con gafitas de montura fina y gabardina.

Copia de Gen_03_5483 EHDLMC ©JulioVergne

El caso Roldán, trasfondo de El hombre de las mil caras, trae ecos del presente de España…

La película no puede estar más en boga, con todo lo que ha sucedido y está sucediendo en los últimos años referente a la corrupción. Entonces, mi reacción al caso Roldán, que creo que fue la de muchos españoles, fue de ingenuidad. Éramos ingenuos, limpios. Ahora nos han robado esa ingenuidad y esa confianza. Yo ahora me creo cualquier cosa. Aunque, ya te digo, no sé si es por haber interpretado a Paesa, pero le tengo cierta admiración y respeto. Era un tramposo profesional. Medio Robin Hood. Sólo medio, porque robaba a los ricos pero se lo quedaba él. En ese sentido, creo que no robaba a los picarillos, a los que trapicheaban, a los que sabían que un terreno era urbanizable, hablaban con el constructor y se quedaban con el 10 o el 15 por ciento. Eso no era tema para Paesa. Hablé con un agente del CNI que me decía: "No, no, Paesa se metía en lo gordo. En lo que todos decíamos: 'No, yo eso no'. Paesa decía: 'Yo sí'. '¿Pero cómo te vas a meter en eso?'. 'Yo me meto". Por tanto, creo que es alguien que necesitaba la adrenalina del peligro y del poder para vivir.

¿Crees que Paesa, de alguna manera, tenía su código?

Claro, después de trabajar para el Gobierno colocando misiles a ETA –¡que lo decimos pronto! ¡colocarle misiles a ETA! Con el peligro que tiene eso. Estás amenazado toda tu vida–, va el Gobierno, luego, y no le paga. Yo, Eduard, le hubiese dicho al Gobierno: “Oye, por favor, a este pagadle porque os la va a liar”. Y sí, sí, Paesa diría: "Esta me la pagaréis". En la vida de este hombre todo es ambiguo y nada es concreto, esa era una de las dificultades del personaje, el estar detrás de la mirada. A la vez, la mirada tenía que estar viva. Tenía que estar ahí. Aunque nadie pudiera adivinar qué estaba maquinando yo. Pero a la vez tenía que conseguir cierta empatía para que no fuera un muñeco, un robot, una cabeza pensante. Ese era para mí el reto a la hora de afrontar el personaje.

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Otra dificultad sería, sin duda, lo poco que se sabe sobre el Paesa real. ¿Cómo te documentaste?

Hay muy poco material sobre Paesa. Estaba el libro, alguna entrevista… En el libro de Cerdán puedes encontrar cosas como actor. Pero eso, sobre todo, le sirve al guionista para armar la historia. A mí me sirven otras cosas más concretas y emocionales, que hay muy pocas de Paesa. Yo tengo un par de datos. Uno es que Paesa tenía la manía de hacer la compra con una red. Iba con su red y una botella de leche. Sé hasta la marca. Y una barra de pan. Y, luego, él llevaba mal que sus padres no le habían enseñado a usar los cubiertos de pescado. Eso me pareció muy significativo en cuanto a qué complejos tenía, a qué aspiraba. Es alguien que quería el poder, que quería pertenecer a las clases altas.

Hay dos cosas que transmites muy bien como Paesa: la inteligencia y la soledad.

Qué bien. Esas eran de las pocas cosas que tenía como actor para agarrarme. Como actor, sólo puedes aferrarte a lo emocional, casi a lo que pertenece a la terapia. ¿De dónde viene Paesa? ¿Cuál es su infancia? ¿Cuál es su carencia? La grandeza de las personas está también en las carencias que tienen. Yo creo que Paesa tenía una enorme falta de empatía y eso le colocaba en un lugar de privilegio para engañar y manipular. Además de esa dificultad tenía cierta envidia de la gente capaz de sentir. ¿Cómo debe de ser eso de sentir?, se debía de preguntar. Como cuando llama a la mujer, ahí es un torpe, en el amor, no sabe muy bien cómo hacerlo. Está muy solo. E igual esa soledad tan tremenda sólo puede taparla con peligro, con riesgo y con acción.

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Quizás por eso no tenemos tanta tradición de espías en España, por lo familiares que somos…

[Se ríe]. Claro, igual por eso aquí tenemos más tradición de mafiosos, que son más familiares. Los latinos, digamos. Los italianos han sido los reyes.

¿Alberto Rodríguez te dio alguna directriz a la hora de construir el personaje de Paesa? ¿Cómo ha sido trabajar con él?

Alberto controla mogollón. Ahora, según estamos, te diría veinte cosas: “No, no, las piernas más cruzadas, esto no lo pongas aquí, ponte más derecha y no sonrías”. Es muy exigente, es muy trabajador. La verdad sincera es que el trabajo director-actor tiene mucho de íntimo. El actor trabaja con sus emociones, con su historia, con todo lo que tiene eso de íntimo. En ese sentido, te vas conociendo poco a poco. Con Alberto, al principio, nos costó un poco. Pero enseguida fue maravilloso. Un viaje muy bonito. Cuando teníamos la toma, me decía: “Y, ahora, Eduard, haz la tuya”. Después de tener la toma, ¿no? Que hacer la mía era exactamente lo mismo que la buena pero con alguna cosa que le añadía yo. Y luego, ensayamos muchísimo.

Alberto Rodríguez trabaja con el mismo equipo técnico prácticamente desde el inicio de su filmografía. ¿Intimida entrar como el nuevo?

Claro, tú eres el de fuera. Yo no había trabajado nunca con ellos, que siempre habían trabajado juntos. Así que tuve que zambullirme en ese equipo. Son muy buenos. Son, realmente, muy buenos. Yo soy catalán. Si algún día un catalán o alguien que no sea catalán me dice eso de que los andaluces son vagos tengo varios teléfonos para darle, que fliparía. ¡Qué capacidad de trabajo tienen! Yolanda [Piña], Alex [Catalán]… todos. Son muy muy trabajadores, muy específicos, muy al detalle, muy al milímetro. Y tú tienes que estar ahí, a la altura.

Has dicho alguna vez una cosa que me encanta y es que un actor siempre se lleva a sí mismo al rodaje, lleva su cara encima. Y en este caso, que tienes que hacer un personaje, imagino, tan alejado de ti mismo. ¿Es posible borrarte?

Siempre hay parte de ti. Cuando me dicen: “Pero llora el personaje, no lloras tú”, yo siempre digo: “Como analices la lágrima va a ser mía”. [Se queda pensando]. Mi padre pintaba. A lo mejor es por eso que sé que mi padre nunca pintaba en un lienzo blanco, siempre le daba capas al lienzo para pintar sobre algo que ya estaba pintado antes. Yo, como actor, tengo esa sensación de que no puedes pintar sobre el blanco. Hay que ir dando capas. Ahí vas desapareciendo tú, pero poniendo otras capas. Esto es muy sutil. Como Paesa, no puedo anunciar que soy inteligente, que voy por delante de ti. Paesa piensa, se detiene, dice una frase, medita. Roldán le dice que quiere hacer una entrevista para El Mundo y tú, como espectador, te preguntas: ¿Paesa le va a dejar? ¿Se va a arriesgar? Y este dice: “Si quieres hacer la entrevista la sacamos el domingo que la lee mucha más gente”. ¡Toma! Si vamos, vamos. Pero dicho todo como si no fuese nada. O como cuando Paesa sabe que es el aniversario de Roldán y su mujer, y estos le preguntan: “Pero, ¿cómo lo sabes?”. “Es mi trabajo”, contesta. No dice más. Podría darse importancia, pero no lo hace. Ha sido un trabajo de contención, de tenerlo pero de no mostrar esa capa que está detrás.

¿Te gustan las películas de espías?

Me encantan. Me lo paso bomba, aunque a veces me pasa, y me pasa también en esta película, que vas tan por detrás como espectador, que no entiendes ciertas cosas, te pierdes. Cuando Paesa mueve el dinero, me propuse estudiármelo bien. Yo como espectador no lo entendería, pero qué hacen con el dinero moviéndolo de aquí para allá. Me pasaría como cuando veo películas americanas y digo: “Vale, van muy por delante de mí y ya está”.

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Teniendo en cuenta el caldo de corrupción en España, ¿cómo lees los resultados de las elecciones de junio?

No entiendo nada de lo que ha pasado y no sé si lo sabré nunca. Si fuera Paesa estaría detrás de todo lo que ha pasado, que no sé lo que ha sido. Pero, por ejemplo, detrás de las encuestas estaría Paesa moviendo hilos: “Vamos a sacar las mismas a la vez”. Porque claro, Paesa mueve hilos de gente que se cree que está haciendo las cosas por sí mismo, y, no, no, está siguiendo una directriz que le ha dicho Paesa, pero él nunca mandaría nada, sólo sugeriría, y así el otro se creería tan inteligente que pensaría que ha descubierto tal cosa. Y conseguiría lo que quisiese. Esa es la gran habilidad, inteligencia y manipulación tremenda de Paesa. Es grande, amoral y poco ético, pero grande. Alguien que hace algo tan bien y todo el rato, es grande.

Decías que te habías entrevistado con un agente del CNI. ¿Cómo fue aquello?

Sí, a través de un vecino mío. Se enteró de que iba a hacer de Paesa y me dijo que conocía a esta persona del CNI que ya estaba jubilado. Quedamos y era un tipo que estaba en su centro, como debía de estar Paesa. Vamos a ver, si Paesa estuviese así contigo ahora, es porque tendría mucho interés en que se le viese así contigo, no porque él quisiese estar contigo. El del CNI me decía: “Yo sé muy bien qué está diciendo la chica que está hablando por ese por teléfono. Y sé cómo está aquel, y el de más allá”. Todo eso sin dejar de mirarme. Así era Paesa también. Lo conocía todo a fondo, sabía qué hilos podía mover y movía los más insospechados para que el caballo fuese a la torre. Pero el más insospechado, eso era fundamental.

Hablemos de tu carrera. Comenzaste en Els Joglars. ¿Qué aprendiste de Albert Boadella?

Para mí, Boadella es de los directores más grandes con los que he trabajado nunca. Eso es así para mí. Muy grande. Me lo pasé muy bien. No sé qué aprendí. ¿Qué aprendí? Aprendí a disfrutar y a pasar por donde no había que pasar. “Yo creo que esto va a ser malo pero vamos a intentarlo, vamos a hacerlo así”. Lo hacíamos. “¿Qué tal?”. “Pues me he sentido mal”. Genial, hemos comprobado que por ahí no se puede ir. Vamos a ir por otro lado.

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¿Eso te quita el miedo al fracaso?

Bueno, te enfrentas a lo que hay con cierta honestidad. El miedo al fracaso siempre va a estar ahí. Llevo unos días pensando que sólo quiero ser como Iniesta. Lo digo de verdad, sin humor. Dejar el ego aparcado. Mandarlo a pasear con toda tranquilidad y libertad. El ego no sirve para nada, más que para que te duelan más las cosas y para equivocarte mucho. Y por eso digo lo de Iniesta. Es que él lo dice de verdad. Cuando le elogian, dice: “No, en serio, hablemos en serio, es el equipo el que ha jugado bien”. Lo dice desde la honestidad. Yo que soy futbolero te digo Iniesta, pero habrá mucha otra gente. Y eso, cuanto menos ego tienes, menos miedo al fracaso.

¿Siempre habías querido hacer cine o es una cosa que llegó después del teatro?

Mira, es una cosa de la que yo, con los años, me olvidé… Yo he hecho terapia, que no está mal para la vida y para el trabajo. Es un autoconocimiento de ti y de tu relación con los demás. Una vez, hablando con mi terapeuta, me dijo: “¿Perdona, qué has dicho?”. Y yo: “No, que yo estudié cine, a los diecisiete”. Pero dirección de cine. Estudié en Barcelona, en una escuela, y era un habitual de la Filmoteca, podía ir a tres sesiones en un día. Muy romántico, hacía mis fichas de las películas y escribía una sinopsis. Me gustaba mucho mucho el cine. Me alimentaba. Paesa tenía el riesgo para quitarse la tristeza y yo tenía el cine.

¿Y no te gustaría dirigir?

Me lo dice mucha gente, lo voy a ver. Está por ahí. Sonando. Pero ahí sí que me importaría el fracaso, a pesar de Iniesta. Pero, igual estaría bien, sí.

¿Los lobos de Washington fue la película que lanzó tu carrera?

Me nominaron al Goya, la gente la vio… Ahí empezaron a decir: “Ah, quién es ese, no lo teníamos fichado”. Yo no era jovencísimo, tenía 36. Había hecho mucho teatro. Me pareció maravilloso del cine ver cómo hay tanta gente que sabe de lo suyo, en los equipos, y cómo todos se ponen de acuerdo para hacer una cosa. Eso aún me maravilla. Somos capaces los humanos de hacer una sola cosa, de contar todos juntos una misma historia.

¿Los premios que ganaste cambiaron algo?

Creo que no. Al principio me daba mucha vergüenza ganarlos. Cada uno tiene sus taras. Yo me voy quitando alguna. Me daba vergüenza el elogio, los premios. Ahora creo que he aprendido a recibir premios con alegría y disfrutándolos. Y creo que no me cambiaron nada. Hay gente que después del Goya trabajó más o menos, pero yo creo que no, que he seguido igual.

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Tienes una carrera sostenida, poco a poco te has ido forjando una trayectoria.

Sí. Tampoco le he hecho ascos a los secundarios. Me parece un oficio diferente del prota, me gusta mucho. Igual que los distintos departamentos que colaboran en un rodaje, el secundario también lo hace. El secundario, es muy feo el nombre. El de reparto. Estás ahí para dar esa nota en ese momento, aportar eso a la película para ponerla en un lugar determinado. Ayudas al prota y a la película.

Le he escuchado a varios directores con los que has trabajado que das muy bien en el papel de tipo duro pero vulnerable al mismo tiempo.

Yo soy muy vulnerable. Pero mucho. Y creo que un actor debe serlo. Claro, el oficio es: “Yo estoy aquí ahora, sé lo que me vas a responder porque me lo he aprendido y lo hemos ensayado, pero no sólo tengo que hacer ver que no sé lo que me vas a decir sino que me tiene que sorprender realmente y físicamente”. Porque las cosas nos pasan físicamente. Porque de pronto a alguien le dices una cosa y se pone rojo. Y eso tiene que pasar sin preverlo. Tiene que ser real. Por tanto, hay que estar vulnerable y no tener miedo al vacío. Un actor tiene que trabajar mucho con el “No sé”. Vamos por la calle con el “No sé”.

Así que el de actor no es un oficio apto para controladores.

No. Y, dentro de eso, yo soy Virgo y me gusta la cosa muy concreta y muy específica. Si hay que improvisar se improvisa. Yo, en el cine, no soy muy partidario. Si se puede ensayar, es mil veces mejor. Porque además, dentro de lo que está escrito y que es exacto, que me levantaré y diré esto poniendo la mano aquí, haciéndolo todo igual, ahí hay improvisación. Porque actuar es improvisar. Contesto justo la misma réplica siempre pero improvisando.

 

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