CINEMANÍA nº251

Escuadrón Suicida
CINEMANÍA nº251
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Grupos salvajes

1. BUENOS Y MALOS. Lo más cerca que algunos canallas de tres al cuarto vamos a estar jamás de formar nuestro grupo salvaje fueron aquellos partidillos del recreo, cuando te tocaba ser capitán y elegías equipo teniendo en cuenta criterios de peligrosidad homologables a los que buscaba Lee Marvin para sus Dirty Dozen: ángeles con rodillas sucias, blasfemia fácil, zapato duro y cara de pocos amigos para triunfar en la pachanga. Ni siquiera en la banda armada con cuchillos para el chuletón de mi despedida de soltero logré reunir tanto peligro junto.

Ante el furor por el desembarco ético y estético del nuevo Joker y su pareja Harley Quinn, asoman las preguntas: ¿Qué fue de la frontera entre el bien y el mal? ¿Por qué nos gustan tanto los villanos en las películas? ¿Cómo es que hasta los héroes más honestos tienen que tener un pasado ruin, un cadáver en el armario o un secreto inconfesable? No hace ni 50 años, en 1967, cuando se estrenó Doce del patíbulo (Dirty Dozen, Robert Aldrich, 1967), inspiración evidente del equipo de presidiarios feroces de Escuadrón Suicida; se registró un terremoto: la película presentaba a los protagonistas, soldados aliados (los buenos), como unos asesinos sin escrúpulos que en realidad no eran muy diferentes de los nazis (los malos malísimos). Los espectadores entraron en shock. Pero la atracción fue fatal. Por fin los héroes podían comportarse como villanos, el fin justificaba los medios y la Metro-Goldwyn-Mayer obtuvo con el filme de Aldrich su mayor éxito desde la carrera de cuadrigas de Ben-Hur. En realidad, Aldrich, que se licenció en conflictos bélicos tras dirigir a Bette Davis y a Joan Crawford en ¿Qué fue de Baby Jane?, pretendía que Doce del patíbulo fuese una denuncia del desastre que latía en Vietnam. No imagino alegoría alguna para justificar Escuadrón Suicida. Ya no hacen falta excusas para dejarnos seducir por los malos.

2. CARAS SUCIAS. Hubo bronca después de la primera proyección privada de Doce del patíbulo en la Metro. Los directivos del estudio desconfiaban de que la reunión de los personajes y los entrenamientos previos durasen tanto y la misión definitiva, tan poco. Se equivocaban: en todas estas películas corales donde se recluta a un grupo de personajes, esa puesta en marcha del colectivo es esencial, de los 11, 12 y 13 de Ocean a Los mercenarios, pasando por el mismísimo Equipo A. Antes que su objetivo, tantas veces una bobada, importa la especial relación que se establece entre ellos. De una tacada agosteña, el verano cinematográfico se nos llena de grupos salvajes: de bruces nos vamos a encontrar con este Escuadrón Suicida con el que DC pretende fulminar el recuerdo de los Guardianes de la galaxia de Marvel y rearmarse tras la sobredosis de Batman y Superman. Pero hay más: la España autonómica tiene cuadrilla propia en Cuerpo de élite, Cazafantasmas plantea un cambio de sexo con las mejores cómicas del SNL, y el compadreo colectivo continúa a bordo de la nave estelar Enterprise de Star Trek: Más allá. Hasta Zipi y Zape forman una dupla letal e incorporan a Don Pantuflo y a Doña Jaimita al Team Zapatilla.

3. BOURNE FAMILY. Incluso Jason Bourne, el tipo que va por libre, ha caído. No tanto por Julia Stiles y Alicia Vikander; sino por el binomio que Matt Damon forma con Paul Greengrass, el director fetiche de la saga. A ellos se suman el compositor habitual, John Powell, y el montador de cabecera, Christopher Rouse. La auténtica familia Bourne, que permanece unida mientras esperamos a Los siete magníficos de Denzel Washington. Estos días de movimientos colectivos al filo de la ley el eco de los doce patibularios de Aldrich llega hasta Woody Allen, que estrena Café Society. Cuentan que a finales de 1966 Allen quedó a jugar al póker con Lee Marvin, Charles Bronson y Telly Savalas en Londres mientras esos tres matones (en pantalla) rodaban Doce del patíbulo y el cómico trabajaba en Casino Royale. Es difícil de creer que el genio de Brooklyn entrase en semejante partida si recuerdas la escena de naipes con Anjelica Huston en Misterioso asesinato en Manhattan. Pero igual que nadie dispara al pianista, ningún villano de bien pegaría a un hombre con gafas. Y qué gafas. Tiene pinta de que, si se jugaban la consumición, el bueno de Woody pagó todas las rondas y tomó notas para su glorioso villano imposible de Toma el dinero y corre. Los malos acaban ganando siempre.

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