Cinemanía nº 219

'El secreto de Walter Mitty' y todo lo que necesitas saber el mejor cine de 2014
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'El secreto de Walter Mitty' y todo lo que necesitas saber el mejor cine de 2014

DIRECTOR´S CUT: Acero azul para todos

1. MITTY EXISTE. En 1939, poco antes de que Hitler, según Woody Allen bajo los efectos decibélicos de Wagner, decidiese invadir Polonia, James Thurber publicó en la mítica revista The New Yorker, el cuento The Secret Life of Walter Mitty, un relato que ocho años más tarde fue adaptado al cine por el director de las primeras chanzas de los hermanos Marx, Norman Z. McLeod (nada que ver con el clan de Los inmortales) y protagonizado por Danny Kaye, un actor al que Mr. Thurber despreciaba profundamente. Humorista, escritor y dibujante, el señor Thurber, que participó en los primeros borradores del filme, llegó a ofrecer 10.000 dólares al productor Samuel Goldwyn para que no rodase la película. No creía en el guión, no creía en el reparto, pero sobre todo, no creía que su cuento, un relato de apenas ocho páginas con un deje profundamente amargo sobre un marido calzonazos que huye de la realidad (y de su esposa) refugiándose en fugaces aventuras imaginarias, pudiese llegar a ser una comedia musical. Ni de coña: su brevísima narración sobre Walter Mitty acababa con el protagonista fumando el cigarrillo de su última voluntad frente a un pelotón de fusilamiento, a punto de despertar de nuevo. Imaginario pero cierto. Muerto en vida, pero vivito y coleando en su fantasía. Un poco como el cine, al que parece que queramos matar en taquilla y que propone una salida a lo Mitty en sus ficciones de 2014. 

2. SÍNDROME ZOOLANDER.  Aquella polémica adaptación al cine no fue la primera vez que Thurber, un tipo francamente divertido, pero algo tiquis miquis, alcanzaba el éxito después de haber rechazado su propia tarea inicial. Elwyn B. White, su jefe en The New Yorker (fundada en 1925, Thurber ingresó en esa prestigiosa publicación como editor dos años después), encontró unos dibujos suyos en la papelera y se atrevió a publicarlos. Así siguieron haciéndolo con su obra, alternando cartoons y relatos irónicos hasta bien entrados los años 50. Pero el caso de Mitty iba más allá todavía. La película no fue sólo un éxito absoluto (versión radiofónica incluida), sino que popularizó lo que se dio en llamar El síndrome de Walter Mitty, que a su vez derivó en el adjetivo mittiesco como calificativo de aquellos humanos que huyen de su perra vida gracias a las más grandes gestas creadas por su imaginación. Algo así le ha pasado a Ben Stiller, que, cansado de sí mismo, busca nuevas salidas para su carrera a través de la dirección y de una mirada acero azul sobre Mitty que nació en Zoolander y llevaba tiempo (no se ponía tras la cámara desde Tropic Thunder) sin desenfundar.

3. DE PAGO TOTAL. En el fondo todos somos como Walter Mitty. Pero sólo un poco, no tenemos su extraordinario talento para refugiarnos en nuestras propias fantasías. Por eso necesitamos del cine, para vivir las historias que hacen que la vida siga mereciendo la pena. Incluso a 8 o 9 euros, un precio que la mayoría de los españoles parece considerar caro por una entrada. Si eso es cierto, parecería razonable una bajada de los precios. ¿Pero hasta dónde? Hay un problema: la percepción del valor de una entrada de cine tiende peligrosamente a cero desde que las descargas ilegales han extendido la mittiesca sensación del gratis total en la industria audiovisual. Mientras, este Mitty que os escribe seguirá defendiendo que el cine no es caro ni barato. Son las películas, en todo caso, las que resultan caras o baratas. Y, en verdad, ¿qué son 8 o 9 euros cuando descubres que una película te ha salvado la vida?

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