Cinemanía nº 216

Los protagonistas de 'Las brujas de la Zugarramurdi' preparados para salir de caza.
Cinemanía nº 216
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Mario Casas y Hugo Silva, el día de los bestias.

DIRECTOR´S CUT: "BUENAS NOCHES Y BUENA SUERTE"

1. Primera enmienda. Una de los capítulos más heroicos de la historia del cine no sucedía en una película. Ocurrió en una auténtica caza de brujas. La ha acabado de convertir en leyenda el titular que le puso Joseph Leo Mankiewicz: “Me llamo John Ford y hago películas del Oeste”. Bendito día aquel en que el viejo Jack le cantó las cuarenta a Cecil B. DeMille en una reunión del sindicato de directores por tratar de imponer un juramento de lealtad para limpiarse de sospechas en la época oscurísima del comité de actividades antiamericanas y el macarthismo: “No me gusta usted, Cecil B., no me gusta lo que representa ni lo que ha dicho aquí esta noche”. Ford, que no era precisamente un progre (toda su vida se jactó de ser republicano), no dudó en respaldar la libertad de cada cual para defender sus ideas en democracia. Luego llegaron los miembros del Comité a favor de la Primera Enmienda, con Bogart y Bacall al frente de un grupo de artistas de Hollywood comprometidos, y el periodista Edward R. Murrow que puso en una orla el blanco y negro apabullante de George Clooney en Buenas noches y buena suerte, e incluso apareció Las brujas de Salem de Arthur Miller contra el sarnoso Joseph McCarthy. Y, aunque sufriendo (hubo decenas de represaliados, acusados de comunistas), acabaron ganado. Lo de Las brujas de Eastwick es otra historia, aunque con Jack Nicholson nunca puedes fiarte. Y eso de los akelarres en la Wisteria Lane de Mujeres desesperadas está todavía por comprobar. Lo que es seguro es que Las brujas de Zugarramurdi, navarricas ellas, junto con La gran familia española, la película de Zipi y Zape, y alguna otra sorpresa que debería llegar, están destinadas a salvar el cine español de la caza de brujas, esta también auténtica, con que ya amenazan unos cuantos talibanes en la réentrée del final del verano.

2. Ambición. “Me llamo Álex de la Iglesia y ofrezco espectáculo”. A pesar de la que está cayendo, Álex de la Iglesia es el único ambicioso en el cine español. Con sus repartos, en esos escenarios icónicos, a través de las tramas, sin excusarse por las restricciones presupuestarias… A veces se puede equivocar, pero el exceso creativo va unido a su concepción del cine, incluso aunque no se manejen los dineros de los 90. Eso sí, uno de sus capítulos más heroicos tampoco sucedió en una película, sino al frente de la Academia: trató de iniciar un camino autocrítico y nada victimista de nuestro cine para enfrentarse a los retos (crisis, crisis, crisis) que iban a llegar. Pero resulta que cada vez es peor. Ya no es sólo el cine español (que aguanta colgado de la percha de Lo imposible y algunas coproducciones con capital español). Es que ha dejado de ir al cine una parte importante del público que acudía hace 10 años. Y necesitamos traerlos de vuelta.

3. Extremos. Hugo Silva y Mario Casas son una apuesta. Conocer tan bien al público de comedia popular como demuestra Daniel Sánchez Arévalo, también. Apelar al espíritu de Los Goonies con los héroes del tebeo de Escobar, lo mismo. Malos tiempos para especular con películas que han perdido su público porque lo desconocen, hay valientes apuestas alternativas, que conocen la escala de su éxito, como la de Lois Patiño y el siempre provocador Albert Serra (triunfadores en Locarno). No hay término medio si queremos que la caza de brujas no acabe arrastrando a los cinemaníacos que seguimos amando el cine, también en las salas.

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