Cinemanía nº 213

Superman cumple 75 años y regresa convertido en 'El hombre de acero'
Cinemanía nº 213
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Superman cumple 75 años y regresa convertido en El hombre de acero.

Director´s Cut: Superhéroes habituales

1. Lycra ‘p’aburrir’. Uno nunca olvida la primera película que vio en el cine. O eso creíamos. Hasta que un día llega el Tío Paco con las rebajas cinéfilas en la memoria (en pesadillas con la sintonía de Movierecord). ¡Ja! Me las prometía yo muy felices pensando que mi primer recuerdo en un cine había sido el estreno del Superman de Christopher Reeve, con 3 o 4 añitos, una edad estupenda para incubar los complejos originales: sí, amigos, yo también quedé impactado para los restos, unido eternamente al traje de lycra azul con capa roja (ni nos fijábamos en los calcetines y los calzones superpuestos). Pero fue incluso antes de ver al fenómeno volar. Sucedió nada más pillar al bebé Clark Kent levantando el camión en la granja de sus padrastros terrestres (el tema ‘Huida de Krypton’ no me imponía mucho, ya nací con la alergia a los derivados del metacrilato). Cómo olvidar la cara de Glenn Ford al ver al pequeño forzudo. Ni una ni dos ni siquiera tres bofetones como las que le cascó Gilda le impactaron tanto [claro que él había pegado primero en una escena histórica que, por cierto no puede verse en YouTube, por evitar la apología de la violencia machista, intuyo]. Y a los chavales que descubrimos a Superman en el cine, tampoco.

2. Brillantina. La memoria se hacía vívida, tan poderosa como el láser en los ojos del hombre de acero, si unías ese recuerdo cinéfilo original a un pequeño trauma: el traje de Superman que nunca te regalaron por culpa de aquel niño de Massachusetts o de Connecticut, qué sé yo, que se tiró por el balcón pensando que la capa volaría (o al menos eso te contaba tu madre como excusa para no comprar el disfraz de tus sueños). Las dos vivencias eran la combinación perfecta. Una coartada con pedigrí para, de mayor, justificar cómo llegaste a ser crítico, o director de revista de cine. Todo bien, hasta que otro recuerdo que preferías obviar te hizo dudar un (mal) día. También fuiste con tus padres a ver Grease de crío, y se te ocurrió mirar en el internet de las narices cuándo se estrenó la peli en España: septiembre de 1978. Horror. Ese era yo. Cinco meses antes del estreno de Superman, el filme de Richard Donner que hasta entonces guardaba como medalla de mi primer recuerdo de cine. Así fue como descubrí que mi amor preplatónico por Olivia Newton-John era anterior a mi vínculo de sangre con Superman. Vaya bajón. Ese día me di cuenta de que los superhéroes son bienes de primera necesidad. No podemos vivir sin ellos, y si no existieran, los reinventaríamos. Por si acaso, lo hemos hecho en la revista. Con los calzoncillos por dentro, eso sí.

3. Los cracks. La dichosa crisis arrastra al cine, y por vez primera no le ponemos sólo el apellido ‘español’. Es el ocaso de una forma de compartir y consumir cultura audiovisual en salas comerciales. O eso parece. Así que, antes de caer en el derrotismo con la caída récord de espectadores, el cierre de distruibuidoras (el hueco de Alta es difícil de llenar) y de salas de exhibición, y el riesgo evidente de no ver estrenadas películas de difícil rentabilidad; preferimos pensar que ver películas es una necesidad vital. Por eso reivindicamos el ‘Ponga un superhéroe en su vida’. Y como lo nuestro son las películas, empezamos con esos cracks (¡Aúpa Alfredo Landa!) que tienen brillantes ideas e iniciativas para que el cine en todas sus formas tenga futuro en nuestro país. Que la fuerza (también la de la voz eterna de Constantino Romero) les acompañe.

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