OPINIÓN

La pedrea final

La pedrea final
La pedrea final
La pedrea final

“Esto no es el fin. Tampoco es el principio del fin. Esto es sólo el fin del principio”. Así acaba Millennium (Michael Anderson, 1989). En el momento no lo entendí. Ahora tampoco. Pero se me quedó grabado a fuego.

Otra de mis frases favoritas, la soltaba el Rajá Azul en Mystery Men (Kinka Usher, 1999), “si dudas de tu poder darás poder a tus dudas”. Me parece incluso mejor que la mítica “un gran poder conlleva una gran responsabilidad” de Spider-Man (Sam Raimi, 2002).

Durante años todos estos miles de fragmentos de información inconexa y aparentemente inservible se me han ido encajando como piezas de tetris en la memoria, llevándome a veces a preguntarme: “¿Para qué?”. Esta pregunta no tiene sentido. La pregunta adecuada es: “¿Por qué?”. Y la respuesta es obvia: por amor al cine. Os cuento algunas mierdas que me rondan por la cabeza:

En Alien (Ridley Scott, 1979) hay una trama sindical de la que casi nunca se habla. Mientras la gran mayoría de la tripulación está enfrascada en la lucha contra un xenomorfo asesino, cada vez que se juntan Brett y Parker hablan del convenio, de que echan muchas horas y de que no les pagan lo suficiente. Cada vez que veo la película se me dibuja una sonrisa cuando salen estos dos, y no puedo evitar imaginarme un spin off espacial de Brett y Parker en los sindicatos galácticos al estilo de F.I.S.T. (Norman Jewison, 1978).

Lo que la verdad esconde (Robert Zemeckis, 2000) es un título rematadamente mal puesto. La verdad no esconde nada, la verdad es lo que hay. Lo que esconde datos son las mentiras. Está mal. Tendría que ser “Lo que la mentira esconde”. El título original es “What Lies Beneath”, lo que subyace. ¡Debajo de la mentira, claro! No vi manifestaciones en la puerta de los cines reivindicando un título correcto para esta peli.

Sylvester Stallone ha sido objeto de una terrible discriminación histórica. Es un auteur al estilo de Woody Allen. Como él, ha escrito gran parte de las películas en las que aparece y siempre interpreta el mismo tipo de papel. En el caso de Allen, el neurótico neoyorquino hipocondríaco; en el caso de Stallone el chico de barrio voluntarioso que se hace a sí mismo y logra sus objetivos a través del esfuerzo, la constancia y en ocasiones la ultraviolencia. Pero haciendo uso de un más que reprobable doble rasero, la comunidad cinéfila ensalza a uno como un autor intelectual mientras que el otro nunca pasa de ser considerado un mero action hero. ¿Por qué? Es evidente. Se le ha discriminado por estar musculado y tener un lado de la cara un poco así como colgandero.

La primera vez que vi un cartel de Jumanji (Joe Johnston, 1995) fue en un autobús y constaba del título de la película y la cara de Robin Williams. Yo entendí “Juanmi” y no quise ir a ver la película porque imaginé que se trataba de una especie de drama sobre un tipo llamado Juan Miguel cuando a mí me hubiera gustado, qué te diría, una historia de fantasía de animales salvajes que salen de un juego de mesa.

Os contaría más pero no va a poder ser. Me despido. Ha sido un placer escribir este último año en CINEMANÍA. Voy a seguir viendo (y montándome) películas. Esto no es sólo el fin del principio. Tampoco es el principio del fin. Esto viene siendo el fin.

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