OPINIÓN

El chacachá del tren

El chacachá del tren
El chacachá del tren
El chacachá del tren

NO HAY PEOR TORTURA PARA UN CINÉFILO MODERADO que subirse a un AVE y que la película que se proyecte sea especialmente infumable. Cuando la azafata nos entrega los auriculares (qué optimismo llamar así a esas diminutas freidoras de corcheas), he llegado a cruzar los dedos rogándole al señor Renfe que esa mañana se haya levantado con buen pie. No dejan fumar, pero sí emiten películas que suponen un grave riesgo para la salud cultural del pasaje. Raro.

La cosa es que, por truño que sea el largometraje elegido, no puedo resistirme a calzarme esos ásperos y punzantes auriculares para ver un poquito (es lo que tiene ser un compulsivo consumidor audiovisual: las pantallas siempre atrapan). Recuerdo que hace años me tocó en un viaje largo de autobús ¿Conoces a Joe Black? La película me asombró por pretenciosa, absurda y larga. Lo malo es que al cabo de

tres días tuve que realizar el mismo trayecto ¡y me la volvieron a poner! En el mundo real, esto es, fuera del autocar, no habría posibilidad alguna de que yo me tragara de nuevo aquel tostón, pero ahí estaba otra vez, unido a mi butaca con el finito cordón umbilical del auricular (eso sí, para hacer llevadera la tortura, esperé con devoción la desternillante escena en la que Brad Pitt habla en jerga de Nueva Orleans con la anciana moribunda; puede que en V.O. tuviera sentido, pero el doblaje español me provocó carcajadas que aún me duran).

El mes pasado me quedé pálido cuando en el AVE nos anunciaron High School Musical, pero la vi enterita y extraje una certeza: las películas adolescentes de los 70 (Grease) adelantaban la vida adulta y las de ahora retrasan la edad infantil. La peli del tren me ha dado para una certeza y para este artículo. A lo mejor no es tan malo quedarse

encerrado con el horror en un vagón. Buen viaje.

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